Desde hace muchos años Colombia vive un conflicto armado interno. En consecuencia, se han dado muchos procesos de paz, que expresidentes como Belisario Betancur, Cesar Gaviria y Andrés Pastrana no pudieron llevar a cabo. Esto debido a diferencias y acuerdos que en su momento no se pudieron gestar en dichas negociaciones.
Más adelante, Uribe hoy detenido por fraude procesal y manipulación de testigos, intentó hacer acercamientos con el mismo fin, pero falló en el intento. Sin embargo, luego llegó al poder Juan Manuel Santos, quien finalmente consiguió algo. A él se le reconoce haber podido negociar un acuerdo de paz con las Farc, tras muchos años de negociaciones y en donde intervinieron diferentes países. Por ese hecho, histórico para Colombia y el mundo, se le concedió el Nobel de Paz.
Este suceso, que para muchos marcó un hito en la historia del país, fue aceptado por parte de muchas víctimas que dejó las FARC como un paso a la anhelada paz. De hecho, se pensó que Colombia respiraría un poco de la misma, pero no fue así. Si bien bajaron los hechos de violencia, no lo hicieron en su totalidad, puesto que aún quedaban células del narcotráfico, las llamadas disidencias de las Farc, los paramilitares y también el ELN (aunque Juan Manuel Santos pensó en negociar con este grupo, no contaba con el tiempo suficiente, y con la llegada de Duque pensar un acuerdo con ellos parece imposible).
Con eso claro, Colombia siempre ha estado sumergida en acontecimientos violentos y al parecer no es sorprendente que cuando sucedan a las víctimas la cataloguen como responsables de su destino. Se escucha decir en redes sociales “por buenos no los mataron”, “algo estaban haciendo” y muchas especulaciones que lo único que hacen es alentar que estos hechos sean recurrentes... ¿Ah?
Por otro lado, se dice que se normalizó la violencia en Colombia porque sucesos como las masacre de Llano Verde (Cali) el pasado 12 de agosto y la de Samaniego (Nariño) el 15 del mismo mes parecen dejarlo claro. Tal es la situación que incluso se escucha decir que estos jóvenes hacían parte de algún grupo insurgente... Siempre se quiere tildar a la víctima con adjetivos y calumnias desagradables, no se piensa en el dolor de los familiares que aún se preguntan por qué les arrebataron la vida siendo inocentes. Y ni hablar de los medios masivos de comunicación que solo buscan el amarillismo y obtener likes.
Para cerrar, estos dos hechos aún son materia de investigación y se espera celeridad en los procesos, porque este país merece saber la verdad. ¿Quién los mató? ¿Quién dio la orden? ¿En dónde queda la responsabilidad del Estado de garantizar la vida de los colombianos? Son muchas las preguntas que por décadas se han hecho las víctimas y todos aquellos a los que les ha tocado padecer la violencia en carne propia
