Cuando vi la entrevista a Francisco Vera, este niño que a sus 9 años fundó un grupo ecologista reconocido por la ONU y que habla con soltura y propiedad sobre política y temas ambientales, sentí que hay esperanza y que no ha sido destruido el sueño de los que ansiamos un mundo mejor.
Luego, vino a mi mente la pregunta: ¿qué clase de país puede formar personas que pueden amenazar a alguien que, como este jovencito, levanta la voz para enrostrarnos el muladar en el que nos hemos convertido?
La respuesta, fulminante como centella, obvia y llena de baba, me hizo despertar de súbito. ¡Pareces pendejo!
Es el país de los millones invertidos en fútbol. Es el país que amenazó y exilió a Gabo y que, en el día de su muerte, deseó que se fuera a los quintos infiernos. Es el país que agrede, amenaza y pica en miles de pedazos al que se le atraviese.
Fui por un momento su padre, su hermano, su tío o su amigo. Me coloqué en los zapatos de todos sus familiares, de su entorno y de sus anhelos, y sentí la rabia, la impotencia, la desolación y el desencanto.
Es el país más feliz del mundo. El que tararea el maltrato, la violencia y la estupidez. El que se levanta y se acuesta con apologías a la vida traqueta. El que miente sin espabilar. El que se burla y entrega limosnas de lo que roba. Un país llevado de la malparidez y que ya no se ruboriza cuando le cantan la tabla.