Colombia, un país de pura pasión y muy pocas razones

Colombia, un país de pura pasión y muy pocas razones

En las elecciones queda clara la falta de conciencia política y el desconocimiento a la hora de elegir a quienes nos van a representar en el ejercicio del poder político

Por: Javier Fernando Sánchez Gómez
marzo 14, 2018
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Colombia, un país de pura pasión y muy pocas razones

Una marca país es la manera en la que una nación hace conocer su imagen al mundo. Surge de la necesidad de los sectores empresariales y de los gobiernos por generar una identidad propia frente a los mercados internacionales.

Recordemos la marca “Colombia es pasión”, creada en su momento por David Lightle, quien contó que cuando llegó al país para crear la marca se dio cuenta que detrás de la perseverancia de los colombianos había “pasión, pura pasión por lo que hacen”. Aunque mostrar una imagen positiva al mundo es una estrategia de posicionamiento verdaderamente plausible, no deja de ser preocupante que en un país como este —el segundo más desigual de América Latina y el tercero a nivel mundial, después de Haití y Angola— sea la pasión y no la razón la que oriente las decisiones políticas de los electores, especialmente, si tenemos presente que la pasión, en su acepción más general, se define como una emoción muy fuerte hacia una persona, una idea o un objeto.

Valga aclarar que “Colombia es pasión” como marca llegó a su fin en el año 2011. Sin embargo, en materia política, existen razones de peso para afirmar que Colombia sigue siendo un país de pura pasión y de muy pocas razones.

Nos encontramos muy cercanos a las elecciones presidenciales que se celebrarán el 27 de mayo (primera vuelta) y es efectivamente en ese tipo de ejercicios democráticos en donde los colombianos somos expertos en emplear únicamente la pasión, pues es allí donde demostramos la falta de conciencia política y el desconocimiento a la hora de elegir a quienes nos van a representar en el ejercicio del poder político.

Las elecciones son una acción política en la cual se asume que cierto colectivo. En el juicio de la razón se da cita para sufragar y así elegir a sus representantes, pero es justamente en estas ocasiones en donde se evidencia la subjetividad del electorado colombiano, el cual participa sin una postura política clara e informada y sin ningún tipo de argumento; elementos que a pesar de no constituir un sello de garantía sí permitirían en mayor nivel identificar quién es el candidato que hará de su gestión un verdadero trabajo en función del colectivo que le elige.

Colombia es un país en el cual los electores —que a propósito, son un número lamentablemente reducido— no eligen según sus intereses, sino de acuerdo con la representación que hacen de estos. Es decir, el impulso para votar no está basado en el conocimiento que se tiene sobre un candidato y sus propuestas económicas o sociales y su consecuente impacto, sino que es generado por diversos factores que nada tienen que ver con lo que será su gestión. Por ejemplo, la integración a un partido político por tradición familiar (como si se tratara de un equipo de fútbol), las motivaciones previas ofrecidas por los candidatos (becas, dinero, mercados, puestos de trabajo, entre otros). Algunos de los votantes simplemente ejercen este derecho como una forma de ganar anuencias laborales o académicas (permisos de trabajo o descuentos porcentuales en las matrículas), otros favorecen a sus candidatos por la simpatía de imagen (fundamentada, como la palabra misma lo indica, en la simpatía que desprende el candidato sobre el elector más allá de sus propuestas).

La apariencia también juega un papel crucial, el candidato se proyecta como un hombre “del pueblo” en su forma de hablar, en su vestimenta e indumentaria, que bien puede ser un poncho, una ruana, un sombrero o un carriel; incluso, se hace uso de camándulas, cruces, pasajes bíblicos o imágenes religiosas para adherirse aparentemente a los diferentes creyentes, quienes ingenuamente celebran esta “afinidad” y la compensan con un voto.

Otro factor que impulsa a las elecciones es la relación que se hace del candidato con una figura paterna que irradia “seguridad y firmeza”, aquel que nos salvará del enemigo  interno o externo; enemigos que paradójicamente fueron creados de manera previa e intencionada por el aparente “salvador”. Este fenómeno se acrecienta con lo que ahora se llama la posverdad o mentira emotiva, que no consiste en otra cosa que transfigurar de manera deliberada la realidad para influir sobre la opinión pública y, en este caso, moldearla en función de los candidatos.

Este tipo de comportamientos estrictamente emocionales son los que se aprecian en el escenario político colombiano a la hora de elegir, sin mencionar muchos otros que reflejan lo verdaderamente alarmante de este asunto, en el que escasamente hay un cuestionamiento del elector o una discusión racional acerca de cuál sería la gestión de un candidato frente a las verdaderas demandas sociales, permitiendo así que la “teatrocracia” o el Estado espectáculo se fortalezca, y que a su vez se reproduzca.

En últimas, esta es una pequeña muestra de que las elecciones colombianas son una actividad irracional fundada en ‘emociones impulsivas’, y en consecuencia, en actitudes no políticas ni críticas, lo que en efecto demuestra que Colombia sigue siendo pura pasión.

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