A principios de la llegada de la pandemia, el director de la FAO para América Latina, Julio Berdegué, señalaba el peligro que enfrentaba América Latina frente al tema de la Seguridad Alimentaria y anotaba como un caso sorprendente el de Colombia. Afirmaba que era realmente inexplicable que un país con el nivel de desarrollo que lo colocaba como de ingreso medio alto, registrara cifras tan altas de personas con deficiencias tan serias en su alimentación. Según FAO, en 2015 Colombia tenía 4,4 millones de personas subalimentadas, 8,8% de la población, y este serio problema se concentraba en sectores pobres y vulnerables, donde 1 de cada 2 hogares sufría inseguridad alimentaria. Era aún más grave la situación alimentaria de los hogares con jefatura femenina y aquellos ubicados en áreas rurales.
Lo anterior justificaba, como lo señaló en su momento la FAO, que Colombia en medio de la pandemia debería prender luces rojas precisamente por los antecedentes en estas serias falencias que ya vivían sectores importantes de la población. Sin embargo, ni estas advertencias ni la realidad de una sociedad con tan altos índices de pobreza y desigualdad, lleno de todas las brechas posibles, llevaron al gobierno a reaccionar adecuadamente. Hoy la Cepal y la GTZ han demostrado cómo Colombia y Ecuador son los países suramericanos que menor esfuerzo fiscal han hecho para enfrentar la crisis de la población vulnerable. Para muchos analistas, Colombia, lejos de niveles de Chile, Argentina y aun de Brasil, no ha asignado más de 3 % del PIB a atender la emergencia causada por la pandemia. Menos de la mitad de otros similares.
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Colombia, lejos de niveles de Chile, Argentina y aun Brasil, no ha asignado más de 3 % del PIB a atender la pandemia. Menos de la mitad de otros similares
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Por consiguiente, no sorprenden los resultados de las últimas encuestas que demuestran que Colombia es un país con hambre. La última encuesta del Dane que toma el Pulso Social del país afirma que " Así, hoy son 2,4 millones los hogares que ingieren menos de tres porciones diarias de alimento, 2,2 millones de familias en el país comen dos veces al día, 179.174 hogares se alimentan solo una vez y 23.701 hogares a veces no tienen un plato diario". En términos de personas eso significa, 8,4 millones de personas en indigencia, prácticamente 17 % de la población; 6 millones que comen una sola vez al día y 8 millones que no tienen un plato diario, grupos por debajo de la categoría de mayor pobreza.
A la crisis de la salud que se agrava ante la tercera ola que tiene a varias ciudades en cerrándose, se suma ahora una crisis de hambre que sí tiene solución. El campesinado colombiano ha jugado un papel crucial al garantizar alimentos para la población urbana desde el principio de la pandemia. Sin embargo, no se previó el impacto sobre estos productores rurales al caer la demanda urbana a los niveles actuales. Hoy se vive algo que parece no conmover a nadie: gente con hambre en las ciudades y cosechas perdidas en el campo. ¿Dónde estará el ministro de Agricultura? Compras estatales de alimentos perecederos para que no se desestimulen las próximas cosechas, ni siquiera figuran entre las acciones gubernamentales a seguir.
Pero además, ¿cuál ha sido la respuesta del gobierno, del sector empresarial y de la sociedad en general sobre esta inmensa crisis de hambre que tendrá repercusiones inmanejables si no se aborda de inmediato? Hasta el momento no se conoce ninguna estrategia, ninguna reacción. Colombia con estos niveles de hambre en tan amplios sectores de la población es una realidad inaceptable que exige movilizar la opinión para que el gobierno actúe de inmediato.
Y las autoridades locales en qué mundo viven, porque varias ciudades y especialmente del Caribe, Barranquilla y Sincelejo, pero también Bogotá, Cúcuta y otras, seguramente están enfrentando problemas similares. Pero tampoco se ha escuchado la voz de sus flamantes alcaldes que parecen estar más interesados en las próximas elecciones que en la vida actual de sus ciudadanos. Imperdonable.
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