Recuerdo que en la escuela una de las primeras cosas que nos enseñaban eran los símbolos patrios, tanto así que terminaba uno haciendo con macarrones y espaguetis una versión de la bandera y del escudo. Viene a mi mente también que desde esas primeras lecciones nos estaban enseñando el himno y la oración patria, entre otras cosas. Nos decían que el himno era uno de los mejores del mundo o el mejor, detrás de La Marseillaise de Francia.
Conocer todos esos símbolos patrios era un deber, no sé con certeza cómo es hoy ni cómo es en ciertos colegios privados, pero en el que estudié cada cierto tiempo se izaba la bandera. Este rito era pues la exaltación de los símbolos patrios. Normalmente, después de santiguarse y dar gracias a Dios, se pasaba a leer el orden del día, que más o menos era siempre igual: himnos, presentaciones culturales, presentaciones de los niños que merecían izar la bandera, juramento a la bandera y oración patria. O en otro orden, pero más o menos eran siempre los mismos componentes y supongo, lo siguen siendo.
Si uno tenía suerte y se había comportado bien, y había sacado buenas notas, era seleccionado para izar la bandera. Esto era, sin duda alguna, un orgullo. Usted salía con ganas y hasta con el pecho inflado, a la vez que nervioso de ir a recibir un pedazo de tela tricolor que se colocaba con un alfiler a la camisa del uniforme. Al fin y al cabo, uno era un niño lleno de ilusión para el que ese pedazo de tela transmitía una serie de valores, esperanzas y sueños.
“Colombia patria mía: Te llevo con amor en mi corazón. Creo en tu destino y espero verte siempre grande, respetada y libre” proclama la oración patria y uno lo creía. Recuerdo que empecé a dudar de las cosas con el paso del tiempo y gracias a que en mi casa, como en muchas otras, se ponían las “noticias” al mediodía y en la noche. Este rito en nuestra casa se le debe a mi abuelo, o nonito, como decimos en Santander. Siempre a las 12:30 m y a las 7:30 p.m., los niños teníamos que hacer silencio, pues se prendía el televisor y se le subía el volumen para enterarnos de lo que pasaba en el país.
Las noticias de los dos grandes medios siempre decían las mismas cosas. Había unos malos, muy malos, que estaban armados por allá en las montañas y que solo querían destruir el país, en consecuencia, había otros, buenos, muy buenos, que enfrentaban a esos malos. Ese era el macro relato entonces y lo es ahora, pero entonces era uno un niño, por lo tanto, era fácil creer esto, lo difícil es seguir creyendo semejante estupidez.
Con el paso del tiempo, empezaba uno a preguntarse, a leer, a informarse y a cuestionar. Con eso, uno se fue dando cuenta que, los “malos, muy malos” tan solo eran unos personajes, en su momento románticos, algo ingenuos y posteriormente imbéciles, como para tomar un arma en nombre de una “revolución” que, a ciencia cierta, nadie sabía lo que era, y en nombre de la cual ejercieron la violencia. Por otra parte, los “buenos, muy buenos” resulta que en realidad han sido unos hampones y delincuentes, que siempre han estado anclados en el poder para su beneficio personal.
Todos han ejercido la violencia en nombre de la “santísima patria” y en contra de todo aquel que pensara diferente. Así fueron asesinados, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro Leongómez, Jaime Pardo Leal, Álvaro Gómez Hurtado y cómo no recordar a Jaime Garzón, entre otros muchos hombres y mujeres. Todos estos personajes fueron asesinados, por algunos otros que creían que le hacían un bien a Colombia, cuando lo único que han hecho es romperla en pedazos y es lo que quieren seguir haciendo.
Ahora la situación es distinta, pero igualmente tensa y peligrosa. El relato sigue siendo el mismo, unos buenos y unos malos, pero resulta que los malos se dicen buenos patriotas, hombres de bien etc. En realidad, nunca han querido a Colombia, lo único que les ha importado, es en primer lugar sus bolsillos.
Tanto unos como otros están destrozando el país. Por eso se construyen puentes, que se caen antes de estar construidos, y otros se vuelven como un acordeón. Por eso, se pone cianuro en botellas de agua, y por eso también se acaba con los ríos, como el desastre que hicieron con el río Cauca; pero por eso también se ponen carros bombas en una escuela de policía, rompen acuerdos de paz y todos estos señores caen en la histeria y alzan de nuevo las banderas de la violencia.
Como si no tuviéramos suficiente con nuestro propio desastre, ahora hablamos de Venezuela. De los “pobrecitos hermanos venezolanos” y hablan de ayuda humanitaria, cuando en realidad lo que pretenden es una intervención. Que Venezuela está mal y que debería salir Maduro de la presidencia de ese país es algo que no se discute, pero sí la forma en que se pretende hacer.
Colombia y los colombianos pretendemos “salvar Venezuela” y a los “pobrecitos venezolanos”, pues nos consideramos un ejemplo ¿de qué? ¿De la cantidad de líderes asesinados quizás? ¿O de la represión a las protestas? ¿O quizás del estupendo sistema de salud y de las estupendas oportunidades de progreso que se les brindan a nuestros jóvenes para que sean emprendedores del mototaxismo o de las webcams?
Recuerdo que cuando tuve que salir de Colombia, conocí muchas otras personas que estaban en mi situación, buscándose la vida ante la falta de oportunidades en el país o huyendo de la guerra. A mí me tocó vender pizzas durante las noches, aguantando borrachos para poder pagarme los estudios, a otros les ha tocado ser meseros, barrenderos, cajeros en supermercados, limpiar casas o cuidar adultos mayores, eso sin hablar de quienes terminaron prestando servicios sexuales. Y así muchos compatriotas han salido por el mundo, y a pesar de todo, se sienten orgullosos de ser colombianos. Siguen levantando la bandera y no hablar, de cuando juega la selección de fútbol y mucho menos, de cuando se gana un partido.
El patriotismo se ha quedado ahí, en un trapo con tres colores, pues seguimos perdiendo a las mejores personas, unas porque son asesinadas, otras porque se van del país y muchas porque están sumergidas en la miseria y la falta de oportunidades. Ahora resulta que el señor presidente va de visita a Washington, la verdad es que va a continuar vendiendo nuestro país. No es un presidente, y su mentor no es un héroe, son unos traidores, que han vendido el país, y quieren seguir manteniéndonos en guerra.
Pero vamos a decirnos la verdad. Debemos aceptar que tenemos responsabilidad en esto, pues llevamos mucho tiempo cortejando la muerte, la violencia y la guerra. ¡Y de qué forma! En nuestro léxico están cosas como: lo pelaron, darle piso, hacerle la vuelta, bajárselo, cascarle, muñeco y un extenso etc. Hemos normalizado vivir con la violencia, la muerte y la corrupción.
Quizás ya sea el momento de decir ¡basta! y sacar de las instituciones esos falsos patriotas, para poder cantar como Lucho Bermúdez:
“Colombia tierra querida himno de fe y armonía
Cantemos, cantemos todos grito de paz y alegría (...)”