Colombia, país de ambivalencias
La pobreza en Colombia es extrema, y lo más notorio de este ilimitado comportamiento, es la penosa desigualdad social que nos cubre y hasta ahora ningún otro gobierno había propugnado siquiera mencionarla. Hoy vemos una genuina preocupación por los más pobres.
Aquí se trasciende fácilmente de los odios a los amores. Un país de extremos: somos sumamente apasionados en el amor y extremados en los odios, irrestrictos en la polarización política, insensibles e insolidarios en el distanciamiento y desequilibrio entre clases sociales.
Según datos del coeficiente Gini, que mide la desigualdad, es vergonzoso e indignante ser el tercer país más desigual del planeta, después de Sudáfrica. Solo este hecho, nos debe dar la medida de lo que somos y lo que han sido los gobiernos anteriores, que sin ruborizarse posan de futuros salvadores, para el 2026, de una situación que ellos mismos crearon y, que hoy se trata de atenuar a través de unas políticas de cambio, que los causantes del desastre torpedean constantemente.
¡Increíble! Nos han cercenado la capacidad de asombrarnos
Existen extremos de pobreza y extremos de riqueza. Tenemos un orden social visiblemente injusto y una sociedad dividida entre minoritarios opresores y mayorías oprimidas. Los indignantes estratos son diseñados para indexar cobros de impuestos directos, y tener clases sociales de acuerdo a la opulencia que se tenga o la miseria monetaria y multidimensional que nos agobie.
Le han inoculado a sectores enteros, que convivimos entre clases sociales, que igualmente sirven para clasificar la venta de servicios. Pero, la realidad es que existen causas profundamente estratégicas, para que ante un eventual descontento, las masas se puedan identificar con facilidad y permanezcan divididas en estratos. Así, es la mejor manera de fomentar el arribismo, especialmente en las clases medias, para que en el momento de definir su apoyo, ellas miren hacia arriba y no hacia abajo de donde provienen.
En todo lo anterior, juega un papel muy importante los estereotipos inalcanzables de vida, que le venden a la gente a través de sus medios de comunicación. Así las cosas, considero que en Colombia solo existen oprimidos y opresores.
Los oprimidos somos la mayoría en Colombia, debido a las diferentes decisiones tomadas por un Estado Neoliberal, paquidermo e ineficiente que toma unas, decisiones legislativas que emanan de un congreso filibustero y egoísta. Completa el cuadro opresor, las decisiones de las altas Cortes que se han convertido en "Cortes Lochner". Termino dado a una Corte que 1905 en EE. UU., tumbó la ley laboral que establecía la jornada de trabajo de 8 horas y cuyas decisiones solo beneficiaban a los más ricos. El ejemplo tangible de una "Corte Lochner", es la tumbada por parte de la Corte Constitucional de la última reforma tributaria en sus artículos que beneficiaban el recaudo. Creo, ahí radica la permanente opresión al pueblo Colombiano.
Por otro lado, los opresores son receptores tradicionales de los grandes beneficios derivados del estado a través de inmensas exenciones tributarias, acaparamiento de tierras productivas, que no producen una mata de yuca y estos mismos opresores son grandes contratistas del estado. Los opresores son los mismos que hoy se oponen al alza del salario mínimo en 9,54%. Pero, paradójicamente, están de acuerdo con que se caiga la ley de financiamiento, que a futuro serviría para desarrollar proyectos de interés social.
Finalmente, el opresor agencia la guerra eterna y procura que sean los hijos de los campesinos pobres los que la libren, mientras sus hijos se preparan en el exterior, en las mejores y más costosas universidades, para luego venir a gobernar y poner en práctica el ideario neoliberal aprendido, para que siga la eterna inequidad. Ese es el círculo vicioso que hoy se trata de interrumpir. Romper con la cadena es un imperativo categórico para producir no solo los cambios económicos, sino cambios de tipo cultural.
Pero, siempre me he preguntado, por qué el oprimido vota por su opresor. Por qué un portero de una unidad residencial, un vigilante de cuadra, un chófer, un vendedor en los semáforos, gente con trabajos dignos e informales, pero con ingresos irrisorios, tradicionalmente humillados y segregados por una hirsuta derecha que los odia, que sufre por ellos de aporofobia, estos, terminan en contra de sus propios intereses y votando por quien los oprime. Y al final deciden odiar a quien los quiere genuinamente reivindicar.
¡Es inaudito!