Cuántas veces no hemos escuchado esas historias de personas que cuando eran pequeñas habían crecido jugando al fútbol con muchos amiguitos de su barrio extremadamente talentosos: que corrían tan rápido como lo hace Mbappé, que defendían las pelotas a muerte y con carácter como Wilmar Barrios, o que definían deliciosamente como Lucho Díaz. Muchos de ellos comentan que esos muchachos habían terminado atrapados en la burbuja de la violencia, algunos reclutados por el ejército para terminar muriendo en los montes luchando contra la guerrilla, otros habían tomado malos pasos y hoy se encontraban presos o incluso asesinados. Mientras que los demás no tuvieron otra alternativa que trabajar desde temprana edad viendo como sus sueños se esfumaban.
¿Cuántos jóvenes con carácter no hemos perdido en la guerra? ¿Cuántos ingeniosos jóvenes no nos ha quitado el narcotráfico? ¿Cuántos talentosos no nos ha arrebatado la pobreza y la miseria?
Recuerdo que estaba muy pequeño cuando vi un partido de Colombia contra Uruguay. Junto a mi padre, en medio de la impotencia por ver cómo nuestra selección solía bajar los brazos y no defender o correr con vehemencia (como lo hacían nuestros contrarios), le pregunté muy enojado por qué nuestros jugadores no tenían el carácter y la mentalidad para disputar la pelota y meter los cojones necesarios para ganar el partido, cuando el pan de cada día en la televisión era gente muy enojada matándose unos contra otros por ideales políticos, por plata o simplemente porque les dieron en el orgullo.
Recuerdo la respuesta de mi papá: "Porque contrario a Uruguay o Argentina, esa gente termina jugando fútbol, aquí las tenemos metidas en la selva dándose bala". Siempre he pensado que este deporte en una fiel realidad de la situación cultural de cada país. En Colombia no solamente la violencia o la pobreza nos quitan a nuestros talentosos, también lo hace la corrupción. Muchos de los jugadores de fútbol que llegan a debutar en este país lo hacen tras pasar grandes sumas de dinero, quitándole la oportunidad a muchos otros.
Y es que los monopolios, los terribles dirigentes, el narcotráfico, las roscas en las selecciones juveniles, los jugadores con falta de profesionalismo y la falta de apoyo del Gobierno para con este deporte (como muchos otros que nos dan tantas alegrías) refleja la realidad de un país que sufre todos los días por ver como se entierran los sueños de los jóvenes a causa de la violencia, la corrupción y la pobreza.
Tenemos un país lleno de personas valiosas, talentosas y humildes; una buena administración del recurso humano que nos dio la naturaleza puede cambiar la vida de miles de personas, e incluso de pueblos enteros; como sucede con aquellos deportistas que, estando en la gloria, se meten la mano en el bolsillo para hacer lo que no hace el gobierno o los más poderosos. Como es el caso de Juan Guillermo Cuadrado con su fundación en Medellín, él mismo recuerda que “no hay mejor cosa que invertir en las personas”. O el de Mariana Pajón con Pedaleando por un sueño, donde ha impulsado la construcción de distintas pistas de Supercross BMX. Y ni qué decir de aquellos que no alcanzaron la gloria ni sus sueños, pero como pueden tratan de cambiarle la vida a miles niños y jóvenes en Colombia. Este país sueña con más goles y menos balas, más glorias y menos corrupción.
