En Colombia, como en el resto de los países del mundo, se está viviendo un tiempo extraordinario, complejo y difícil. El COVID-19 continúa cobrándose víctimas, mientras la economía se deteriora. Una situación que se agrava aún más en un país con una gran desigualdad y una sociedad dividida que no ha podido reconciliarse.
Según las estadísticas, en Colombia han fallecido más de 50.000 personas, ocupando el segundo lugar en Sudamérica, después de Brasil. Una tragedia humanitaria que el gobierno no sabe cómo manejar. De no tomarse las medidas necesarias y urgentes para evitar que el contagio se siga extendiendo, la cifra de fallecidos podría duplicarse rápidamente con el surgimiento de nuevas variantes del virus.
De la pandemia no se escapa nadie, todos estamos expuestos a ser infectados, pero quienes están sufriendo con mayor rigor en el país son los pobres y la clase trabajadora. Además, la clase media y los círculos del poder político y económico que se creían inmunes ya están sufriendo las consecuencias del mortal virus.
Un año después de estar viviendo bajo una pandemia, el sistema sanitario público sigue a punto de colapsar; los hospitales, sin los equipos necesarios para atender a los contagiados; y los trabajadores de la salud, sin la indumentaria requerida para evitar el contagio, aumentando en sus filas el número de muertes.
La ausencia de un liderazgo político para responder a la pandemia es cada vez más notoria. El gobierno ha perdido toda credibilidad y confianza entre la población, su indiferencia ante el sufrimiento y el empobrecimiento de las mayorías no se puede ocultar. Con un doble estándar se ha venido manejando la crisis que requiere de acciones urgentes: de un lado, se promueven unas medidas de confinamiento que limitan y restringe el movimiento de la población; de otro lado, no provee lo necesario para su subsistencia.
A una población en una extrema pobreza, desamparada y abandonada a su suerte, no le queda otra opción que verse obligada a salir a la calle a buscar el sustento diario. Además, algún aspecto de la pandemia se ha convertido en un lucrativo negocio entre los círculos políticos y económicos afines al gobierno.
Mientras en Colombia el coronavirus está fuera de control con unos efectos devastadores, en otras partes del mundo hay ejemplos de líderes políticos que están manejando con responsabilidad, transparencia y seriedad la pandemia. Es el caso de Jacinta Arden en Nueva Zelandia, Nicola Sturgeon en Escocia, Sannna Marín en Finlandia y, por qué no decirlo, Angela Merkel de Alemania. Todas estas mujeres, con un reconocimiento por su liderazgo político, se han preocupado en proteger y atender las necesidades de la población, tomando las decisiones correctas, acompañadas de respuestas y acciones urgentes.
Su prioridad, la salud, el bienestar social, las necesidades de la clase trabajadora y del sector productivo del país. Si bien, no han logrado erradicar el virus, cuentan con el apoyo, con la credibilidad y la confianza de sus ciudadanos, quienes ha tomado en serio sus recomendaciones. Es así como se está evitando una mayor propagación del virus.
El liderazgo político de esas mujeres debiera convertirse en un buen ejemplo a ser replicado en Colombia. Sin embargo, por ahora resulta impensable. Mientras el país siga siendo gobernado con esa mentalidad de liderazgo político, patriarcal y colonialista (caracterizado por una excesiva burocracia, en la que una elite política y económica está acostumbrada a tomar las decisiones en benéfico de sus propios intereses, despreciando el concepto de interés general o público), continuaremos en las mismas.
En ese escenario, la esperanza de resolver la crisis del coronavirus está lejana. Hay países vecinos en los que ya se han iniciado los programas de vacunación, mientras en Colombia la adquisición de la vacuna y su plan de vacunación deja mucho que pensar. Temiéndose que la vacuna termine por ser utilizada como una nueva fuente de producir riqueza.
La pandemia ha sacado a la luz, ampliándolos, los problemas sociales, económicos y en especial la desigualdad en muchos países, y a diferencia de lo que pasa en Colombia, se está aprovechando esta crisis para reflexionar sobre los déficits estructurales de las sociedades y las deficiencias de los instrumentos para reforzar la solidaridad social. Pero también poniéndose en cuestión las ideologías neoliberales que han predominado en los últimos años en la gestión de lo público.
La ausencia de un liderazgo para responder al coronavirus implica un mayor compromiso y responsabilidad individual y colectiva de acciones consensuadas para prevenir la propagación del virus. Entender que por ahora la respuesta para controlar el virus es vacunando a la población. Al gobierno no le queda otra alternativa para recobrar la confianza y credibilidad de los ciudadanos que adquirir con prontitud y transparencia la vacuna, garantizando que esta sea aplicada sin demora a toda la población.