Nunca, ningún niño o niña, en ningún caso, de ninguna manera, debería pasar por el infinito dolor de tener que presenciar el asesinato de su madre o su padre. El desgarro interior de ver cómo le arrebataron con violencia lo que más se amaba es una herida que el hijo de María del Pilar Hurtado llevará consigo hasta el último momento de sus días.
Sin embargo, este caso que conmovió al país hasta las lágrimas y pese a su dolor y crudeza, es uno más de los 702 líderes y lideresas sociales asesinados en Colombia entre el año 2016 y 2019 (Indepaz). La diferencia es que esta vez fueron grabados los minutos posteriores al crimen y el país ha visto casi que de primera mano el tremendo dolor que sufren las familias y comunidades con estas pérdidas.
Luego del video del hijo de María del Pilar Hurtado hubo reacciones y actos. Todas las instituciones del Estado se movilizaron a amparar los derechos de los niños, las fuerzas militares se desplazaron a Tierralta a proteger a la comunidad, las autoridades se pronunciaron, así como líderes de opinión, y el tema tuvo un amplio despliegue en los medios nacionales incluso internacionales. Y todo esto está bien, así debe ser siempre con la pérdida violenta de un líder o lideresa social. Sin embargo, no es así siempre. Este caso se ha repetido en los últimos cuarenta meses más de 700 veces, pero en esas ocasiones cuando fueron asesinados y los líderes sociales yacían sin vida en el suelo con sus hijos y amigos llorándolos, no hubo una cámara ni un celular grabando. El país se enteró del hecho por los medios muchas veces con titulares secundarios, muchas veces ni siquiera se mencionaron sus nombres, solamente fueron números, estadísticas.
Pero no son números, son personas, son familias y comunidades que en realidad son el reflejo del drama que viven quienes lideran en la Colombia rural las causas comunitarias, sociales, étnicas, ambientales o culturales. Pero que sus asesinatos tristemente se hayan vuelto habituales no quiere decir que sean menos dolorosos, lo son y el llanto inconsolable del hijo de María del Pilar Hurtado estará ahí en nuestra memoria para recordarlo.
Desde luego no pretendemos sugerir que ahora se graben los asesinatos de líderes sociales ni sus momentos posteriores, de hecho, el haber difundido el íntimo dolor del hijo de María del Pilar Hurtado es cuestionable. Lo que hacemos es un llamado para reflexionar sobre el tremendo drama que desde hace años la Colombia rural sufre en silencio. Aunque hay que decir que sectores del país sí se han movilizado para apoyarlos y que las instituciones del Estado trabajan en protegerlos, también hay que decir que no ha sido suficiente y no lo ha sido porque siguen muriendo. Hay que hacer más.
Al paso que vamos, en una década el país habrá perdido cerca de 2.000 líderes y lideresas sociales, 2.000 de sus mejores seres humanos, personas que sin que les pagaran nada dedicaban su tiempo y esfuerzos para liderar a sus comunidades, para hacer una escuela, un camino veredal, para proteger un río o para hacer un puesto médico. No solo serán 2.000 líderes sociales también serán 2.000 comunidades derrotadas y desahuciadas.
Ver: ¿Qué perdemos cuando asesinan un líder social?
Un país sin líderes ni lideresas sociales es uno sin comunidades, de individuos aislados dedicados a vivir sus propias vidas con temor o indiferencia, sin esos sentimientos solidarios y amistosos que surgen de manera espontánea entre las personas cuando comparten un objetivo común más allá de sus intereses personales. Un país sin líderes sociales es un país que de alguna manera deja de serlo.