Es oficial, Colombia se urbanizó. Ya vamos por el 75%, y en menos de 20 años ya tendremos un 80% de nuestra gente viviendo en ciudades.
Eso sí, como nuestros canales de televisión están muy ocupados vendiendo novelitas, todavía no discutimos qué será de nuestras ciudades en 10-20 años. Por ahí algunos medios impresos se toman la molestia de tocar el tema, utilizando la contagiosa frase de “modelos de ciudad”. Curiosamente, siempre terminan relacionando esa frase con (1) Bogotá, y (2) otro agarrón entre Metro y Transmilenio. ¿Será que estamos a tiempo de planear ciudades mejor?
En el país de las locomotoras mineras ya vamos a completar 30 ciudades con más de 200.000 habitantes. Los políticos saben esto —aunque muchos no le atinen al nombre de más de siete— no porque estén pensando seriamente en la sostenibilidad, sino porque ahí hay muchos votos. Obviamente, no me voy a poner a recordarles aquí cuáles candidatos presidenciales terminaron disfrazados de arriero y rey momo hace un par de años. Lo que sí quiero resaltar, es que esas decenas de ciudades que crecen muy rápidamente, también tienen que planearse de manera sostenible; y eso no aplica solo para Bogotá.
La sostenibilidad de nuestras ciudades no es un juego; no es un capricho. Afortunadamente eso lo entienden muy bien nuestros políticos locales. En ‘la casa de la selección’, por ejemplo, ya por fin nos compartieron una primera versión del POT que se les había refundido. Que bueno fue escuchar a la alcaldesa explicándolo en foro abierto el pasado miércoles, y diciendo que “el POT define dónde van los adultos, dónde van los niños”; quién sabe a qué se refiere con esa estrategia, pero seguro es una estrategia nueva para promover una ciudad más densa, ó como dice ella: “una ciudad que se comprime”.
Obviamente podría ser peor. En Villavicencio parece que tuvieron un problema en uno de los computadores, y uno de los diagnósticos para el nuevo POT, resultó sorpresivamente siendo una copia del POT de Neiva. Bueno, esas cosas pasan, “además…”, me dice por ahí un amigo constructor para tranquilizarme “…eso no es tan grave Cadena, esos dos ‘pueblos’ son muy parecidos. Grave lo de Petro frenando la construcción en el centro histórico; la construcción es lo que jalona el “progreso” de este país compadre”.
Me veo obligado a reconocer que el rumbo de todas nuestras ciudades depende directamente de lo que entendamos como progreso. ¿Será calidad de vida? ¿Protección de los recursos? ¿Será tamaño de la casa y número de carros en el garaje? Ya ni sé; especialmente porque la semana pasada no aguanté la tentación de meterme en una pelea de Twitter, y salí desconcertado.
Como los académicos demostraron hace años que las ciudades construidas para los carros no funcionan, decidí comentar a favor del transporte colectivo y la bicicleta. No voy a decir de dónde eran los paisas que me embistieron con esta perla: “no necesitamos un BRT, cualquier conteo de buses demuestra que nadie usa el transporte público”; me quedé sin palabras y pensando en Robert Moses, cambié el tema hacia las bicicletas. ¡Pa’ qué fue eso, ahí si fue Troya! Me acusaron de creerme “suizo” (aunque yo sé que él no se refería a la montañosa Suiza sino a la ciclista Holanda); me incriminaron de querer negarle a la gente la oportunidad de “superarse”.
El transporte es la fuente más grande de emisiones de CO2 en nuestras ciudades, que siguen moldeándose para el “rey carro”. No hay que ser un académico para descifrar que con un carro por persona, simplemente no cabemos; que necesitar dos horas para llegar al trabajo, simplemente no es humano. Además, después de varias otras discusiones sobre el carro (de las cuáles siempre salí derrotado), ya por fin entendí que es un símbolo de poder muy importante para la gente. En Estados Unidos regalan carros en concursos de televisión, y aquí les regalan carros a los ciclistas que nos entregan medallas olímpicas. Al pobre Pékerman ya le deben tener comprada la camioneta para el partido contra Ecuador; ¡huy! ojalá sea una pick-up bien poderosa, de esas a las que no les aplica el pico y placa.
Deprimido, mientras terminaba esta columna, escuché algo sorprendente. En Brasil, cientos de miles de manifestantes salieron a las calles para protestar por un aumento en la tarifa del transporte público. Lograron reversar la decisión rápidamente, mientras los políticos —estudiosos de la movilidad desde los asientos traseros de sus camionetas 4x4— no entendían el escándalo de esos quince ‘mechudos’.
Algo similar pasa aquí. No por lo ‘mechudos’, sino porque no somos quince. En todas las ciudades de este país somos millones los que ya entendimos que es urgente planear mejor nuestras ciudades, que queremos ciudades para la gente, y que estamos dispuestos a presionar por ello.