Colombia, sin armas no hay paraíso

Colombia, sin armas no hay paraíso

"Si la idea de que se vale menos por estar desarmado sigue siendo corroborada por los incumplimientos del Estado (...) el panorama de la paz avanza hacia una fatalidad"

Por: Roque Gonzáles La Rosa
abril 25, 2018
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Colombia, sin armas no hay paraíso

"Tal vez ahora valemos huevo, porque dejamos las armas", con esta expresión Iván Márquez sentencia lo que parece ser la concreción largamente analizada, prevista, atalayada por la insurgencia durante el proceso de paz, y que parece de manera preocupante hacerse realidad. Las armas y su ausencia podría ser el factor de presión con que hoy no se cuenta y el que viene haciendo posible que un gobierno se venga zurrando en sus compromisos.

Además, la frase trae consigo una lógica contundente y a la vez inquietante. Colombia no logra superar la lógica de la fuerza, y más aún el actual escenario viene a consolidar un sentido común que acompaña la tragedia colombiana, sin armas no hay paraíso. Sin factores de coerción no hay proceso que avance, sin tiros nadie te escucha.

Las Farc han desarrollado un escrupuloso proceso de paz en el que a estas alturas nadie puede dudar de su apuesta al escenario legal, incluso el caso Santrich pese a golpear duramente la confianza, viene siendo acompañado con serenidad por la dirección de la exguerrilla. El establecimiento colombiano juega con fuego al desdeñar los impactos que viene generando su accionar errático en el proceso de paz, en términos prácticos y cotidianos alienta el reclutamiento de las disidencias sobre aquellos excombatientes que hoy vienen abandonando los campamentos, los que constatan la inexistencia de alternativas de reincorporación laboral, y los que ven que hasta las perspectivas de participación política existen sólo en el papel frente a un estado que tampoco brindó las garantías de seguridad para su participación.

Los procesos de paz pueden generar el entusiasta acompañamiento de la comunidad internacional, así ha sucedido con el colombiano donde en más de una ocasión un estado sorprendido en sus fechorías debe dar explicaciones a los garantes y cooperantes internacionales, sin embargo, estos pueden contribuir a reforzar actividades económico-laborales, pero nada sustituye la necesaria base social nacional que sustente un proceso que atraviesa múltiples aspectos que tienen que ver con la perspectiva de país. Los últimos meses se percibe un acompañamiento internacional que vigila sus recursos, que pontifica sobre los beneficios de la paz. Ciertamente comunicados, informes y visitas alertan instituciones, generan algún titular, pero no han detenido asesinatos de excombatientes, cobertura de territorios por organizaciones criminales, no han generado alternativas de vida reales para los excombatientes. Lo más grave es que además de existir incumplimientos estatales incomprensibles, existen también voluntades por traerse abajo el proceso integralmente. Y en ese sentido es que van las acciones de la fiscalía de la nación.

Los últimos incidentes mediáticos contrarios al proceso de paz que han emanado de esta institución se han caído luego de algunos meses; en medio de enormes despliegues mediáticos se han dado capturas, se han descubierto testaferros, vinculaciones con el narcotráfico y otras historias que meses después culminan desestimadas por carencia probatoria, sin embargo, luego de las puestas en escena los daños fijados en la percepción ciudadana ya quedaron establecidos. A Colombia le viene quedando grande el hecho político más grande de su historia reciente. Los enemigos de la paz celebran cada zancadilla puesta al cumplimiento de los acuerdos, esta ofensiva es múltiple y proviene de diversas canteras que hoy apuestan a preservar privilegios a costo de incumplir compromisos. Estas victorias pírricas del establecimiento colombiano pueden efecto golpear al adversario insurgente ya desarmado, pero más allá golpean en realidad la única posibilidad que los colombianos afronten problemas históricos ineludibles para sus perspectivas de país moderno. Los acuerdos de paz abordan aspectos que superan largamente a los actores firmantes mismos, y traen más bien un proyecto de modernización del campo y la política del país.

Si la idea de que se vale menos por estar desarmado sigue siendo corroborada por los incumplimientos del Estado colombiano, si esta expresión sigue siendo constatada diariamente en aquellos espacios territoriales donde se concentró la guerrilla, entonces el panorama de la paz avanza hacia una fatalidad previsible.

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