Colombia siempre al borde del colapso

Colombia siempre al borde del colapso

Por: ALEJANDRO VERAMAR
junio 11, 2014
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Colombia siempre al borde del colapso

(A propósito de las elecciones del 15 de junio)
Por Alejandro Veramar

Desde la perspectiva de la defensa del capital frente al trabajo, los dos candidatos son confiables, en la medida en que ninguno cuestiona las bases económicas sobre las que se sustenta, por un lado, el dominio de una elite y, por el otro, y en consecuencia: la estructural desigualdad en el reparto de la riqueza social.

Así que si se tiene ese entendimiento se puede avanzar en la distinción de matices entre lo que representan Santos y Zuluaga. El proceso de paz con las FARC y la oposición de Uribe al mismo desplazaron las opciones políticas del centro a la derecha hasta el punto de que hoy la izquierda se ve en la disyuntiva de apoyar o no a la tendencia menos retardaría de la derecha. No es solo pelea de compadres como sostiene el senador Robledo, se evidencia una fractura, un contrapunto entre los intereses ligados a la propiedad tradicional del campo y todo lo que ello conlleva y la irrupción de nuevos actores económicos. Santos entiende que la firma de la paz garantizaría una mayor expansión del capital, sobre todo, en los planes estratégicos de explotación de la Orinoquía y la Amazonía.

Hay que pagar un precio por la paz y los que saben y tienen ya hicieron las cuentas. Una de las “pelas” que el establecimiento debe darse es el desmonte de privilegios en el agro, que una modernización capitalista implica. No es realista a mediano plazo pensar en la paz bajo las actuales condiciones del modelo económico en el campo. Uribe y su gente se oponen porque saben a ciencia cierta que sus intereses son anacrónicos y que en el país nuevo y justo que se asoma en el horizonte histórico no tendrían cabida. La defensa de ese modelo está basada en el miedo, en la manipulación de las pasiones negativas y en la creación de una incertidumbre permanente. A su modo y en las circunstancias específicas de su génesis y desarrollo eso fue lo que sucedió con la violencia bipartidista de finales de los cuarenta e inicios de los cincuenta del siglo pasado, en la que líderes de los dos partidos tradicionales instigaron el odio como la divisa común en provecho de intereses reaccionarios. Después recapacitaron y se dieron cuenta que el pastel era lo suficientemente grande para que comieran los dos partidos, barajaron de nuevo y se inventaron la partida del Frente Nacional sin que ningún crimen fuera juzgado.

Uno podría preguntarse en gracia de discusión: ¿cuál es la diferencia sin son gitanos de la misma carpa? Incluso en la genealogía de la familia Santos Calderón, Uribe Vélez hace parte de una de las ramas colaterales. La respuesta es sencilla: si no las hubiera se las inventarían porque la política tiene mucho de farsa. La campaña actual parece una obra de teatro para incautos, cada cual oferta su producto y lo alaba. El estilo autoritario del Uribismo engendró un monstruo bicéfalo: la incondicionalidad de muchos a su líder y el miedo de otros tantos a sus prácticas. Y esa tensión ha sido explotada hábilmente tanto por los estrategas de la campaña Uribista que fabulan la amenaza castro-chavista, como por los asesores de la campaña reeleccionista que imaginan ríos de leche y miel surgidos de un acuerdo de paz. Ni una cosa ni la otra. La realidad tozuda la expresa el ciudadano de pie cuando dice que al día siguiente de las elecciones tiene que levantarse a trabajar (cuando hay trabajo) en las mismas condiciones de siempre.

Esta experiencia del hombre del común refleja el profundo divorcio entre la política y la cotidianidad de las gentes, como si la política, en particular, la electoral, fuese solo un reparto de roles, un “casting” para que la película del poder continúe sin grandes contratiempos.

Es creciente el hastío a una forma de la política basada en el clientelismo y en la corrupción. Estos están tan arraigados que parecen ser la política misma y les ponen una trampa a sus detractores que tienden a confundir sus efectos con las causas y suponen que el problema es de hombres honestos en lugar de corruptos, de buena voluntad en vez de torvas intenciones. De esa confusión nacen los antipolíticos (que no es más que otra forma de la política) y todas las tendencias voluntaristas y utópicas que prefieren como el avestruz meter la cabeza en la arena y no ver de frente la naturaleza de los antagonismos sociales. De lo que se trataría entonces es de construir en la práctica un mayor acceso y control de las palancas del poder por parte del pueblo y las clases medias, en el que sus intereses básicos y sus puntos de vista sean el eje y el horizonte de las políticas públicas.
La ceremonia electoral es como una misa de Réquiem destinada a celebrar y bendecir un orden del pasado. El número de votantes, así sean una minoría como en Colombia (tanto que todos los Presidentes han sido elegidos hasta la fecha con menos del treinta por ciento del potencial de electores), ha sido suficiente para legitimar o quizá legalizar unos traspasos de protagonistas entre la misma clase en el poder. A veces, muy raras veces, los ciudadanos escogen opciones radicales de cambio y los dientes sonrientes de los políticos tradicionales se transforman en afilados colmillos sedientos de sangre como algunas experiencias democráticas de América Latina lo han demostrado.

Un ciudadano, un voto es la máxima expresión de la democracia formal. Siendo conscientes de los límites que el voto tiene, como si todos tuviésemos una llave que no sirve para encender el carro, hay que utilizarlo mientras la realidad no diga otra cosa, porque estamos en el peor de los mundos: ni las balas (que ha habido muchas) ni los votos (que ha habido pocos) han servido para trasformar esta tierra de violencia e injusticia llamada Colombia

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