Con el mismo ruido de los payasos que se paran en la puerta de los almacenes populares a invitar a los transeúntes a entrar y comprar, nuestro presidente y su equipo de ayudantes anuncia con bombos y platillos el novedoso plan “Colombia Repunta”.
No estamos satisfechos con las proyecciones actuales de la economía, dice el jefe de pista. Las vamos a cambiar, porque creemos firmemente que están dadas las condiciones para hacerlo. Vamos a invertir 40,3 billones, con b, en darle ese empujón a la economía para que repunte. Por ejemplo, vamos a impulsar la construcción, vamos a dar exenciones tributarias, vamos a cumplir lo que no hemos cumplido en estos dos gobiernos, porque ahora sí están dadas las condiciones.
Lo que no dice el maestro de ceremonias es de dónde, cuándo y cómo va a arbitrar los recursos. Lo que no dice es cómo, cuándo y con quién se va a garantizar que unos recursos que nadie sabe de dónde van a salir (el presupuesto está desfinanciado en más de 30 billones) no se escurran en los insondables bolsillos de la corrupción.
La percepción de la gente del común, la que no se beneficia del presupuesto de la Nación, la que tiene que financiar un aparato estatal evidentemente corrupto, tiene otras inquietudes que hacen que no esté del todo convencida del Colombia Repunta:
Un poder ejecutivo alucinado de poder, de impunidad y de alabanzas de su círculo interior. Un enorme cúmulo de promesas incumplidas en materia de salud, infraestructura, equidad, educación; planes que nunca salieron del papel o del discurso veintejuliero. Entre tanto, Colombia reputa;
Un poder legislativo completamente desprestigiado, dispuesto a tramitar cualquier proyecto de ley, siempre y cuando se pueda acordar una tarifa razonable por sus servicios.
Cantidades de proyectos de ley verdaderamente importantes, que debieron ceder su turno en la agenda legislativa porque a los padres de la patria les pareció más importante aprobar leyes de honores y de reconocimientos recíprocos.
Y Colombia reputa.
Una Policía que cambió su lema de “Dios y Patria”
por el de “Dios y Plata”,
como ellos mismos dicen
Un poder judicial totalmente politizado, una Policía que cambió su lema de “Dios y Patria” por el de “Dios y Plata” como ellos mismos dicen. Y Colombia reputa. (Hoy por hoy las personas honestas tienen más temor de caer en manos de las autoridades que los mismos delincuentes);
Unas fuerzas militares derrotadas en La Habana, sin posibilidades de expresar su desconcierto por temor a ser emboscados desde la oficina jurídica de Palacio. Y Colombia reputa.
Unos medios de comunicación social que trasladaron la lucha burocrática (ya no partidista) a sus salas de redacción y mesas de trabajo, al punto que se cambió el deber de informar por el trabajo de defender a sus amos políticos o a sus eventuales contratantes. Sin ellos, no sería posible pasar de un minuto al siguiente de analizar las acusaciones de corrupción contra las campañas políticas por la inútil discusión acerca de si va a aprobar o no el ridículo proyecto de ley de reforma política, engendro que muere antes de nacer y cuya única función es entretener a la llamada Opinión Pública, que no es más que lo que quieran hacer de ella tres periodistas o comunicadores fletados. Y Colombia reputa.
Estamos totalmente desconectados de nuestras instituciones. La Colombia real no se siente representada por estos engendros de la burocracia, quienes han desarrollado un sistema auto sostenible de perpetuarse en el poder, aprobándose ellos mismos los recursos económicos necesarios no solo para saciar su codicia, sino para destinar las sobras a comprar votos y conciencias que les permitan seguir en el mismo círculo vicioso, del que ellos son los menos interesados en salir.