El debate, entendido como el ejercicio de confrontación de ideas y exposición de argumentos de manera desapasionada, es un ausente en la política colombiana. Ya sea en debate de control político o entre aspirantes a la presidencia de la república de Colombia, los alaridos, ofensas personales o acusaciones de infracciones a la ley terminan por sofocar los argumentos, que casi siempre pasan por cenicienta.
En Colombia el debate político sustentado es un animal en vía de extinción, o en el mejor de los casos, una especie que pocas veces se deja ver. Lo que sí abunda en nuestra fauna política son los monólogos. En el congreso a senadores como la senadora Paloma Valencia, poco les afecta el discurso los argumentos que el contendor de turno pueda blandir. La senadora Valencia siempre responde de la misma forma: un monólogo que no acepta oposición, y que con el pasar de los años, se ha visto deformado entre gritos iracundos.
Temas de vital importancia para la ciudadanía, son juzgados y defendidos por la clase política de la misma forma que lo harían con sus asuntos familiares: moral religiosa y prejuicios. Uno de los errores de la senadora Vivian Morales en su fallido intento por convocar un referendo sobre la adopción para parejas del mismo sexo, fue el mostrarse como una constitucionalista -así se auto define la senadora- y ser incapaz de convocar ponentes que defendieran desde la constitución su posición.
Siguiendo esa misma línea, el senador Álvaro Uribe ha hecho de la respuesta visceral, del intento de destrucción de la imagen del contendor de turno su punta de lanza. Pocas veces Uribe responde a una acusación con un argumento real. Sus respuestas se limitan a un monólogo repetido muchas veces, cuyas líneas son conocidas por todos: esas acusaciones responden a una persecución política en mi contra, o el no menos efectivo: usted es simpatizante de la guerrilla de las Farc.
Muestra clase política pocas veces responde cuestionamientos, salvo que el aguzado periodista lo lleve a un callejón sin salida en el que la respuesta sea la única salida. Acostumbrados a responder sólo sus auto interrogaciones, pensados para justificar sus actos y hacerlos ver como víctimas, la mayoría de los políticos colombianos desempolva el monologo, aprendido de tanto repetirlo, que la situación le exija.
En este punto cabe apuntar que el libreto del uribismo y el chavismo resultan similares: si no se pueden defender con argumentos, acusar al interlocutor de traición, y si eso no es suficiente, sacar del sombrero cualquier acusación legal. No es necesario tener pruebas de lo que se afirma, lo importante es desviar la atención de lo que te preguntan o acusan.