"La vaina está dura", decían los viejos. Y claro, cuando miramos lo que está viviendo la realidad colombiana no paramos de sorprendernos, pareciera que somos el país de las tragedias. Vamos desde los feminicidios —Yuliana y la funcionaria de la Universidad del Tolima, solo por mencionar algunos— hasta la avalancha ocurrida en Mocoa, lo cual deja mucho que pensar de nuestros tiempos. Es que ¿desde cuándo en la tierra de Macondo las cosas suceden y al pasar el tiempo se convierten cada vez en algo más natural?
Ahora sí aplica el viejo dicho: “cuando no es nuestro a quién le importa”. Aunque, es de reconocer que existen otro tipo de ciudadanos, unos que muestran su solidaridad, manifiestan su indignación y llegan al punto de proponer alternativas para seguir el camino. Si algo tenía claro José Arcadio era la mentalidad de echar pa´adelante frente a las circunstancias, tanto así que tuvo la valentía de crear Macondo y llevar a un plano de otra realidad a cada uno de sus habitantes.
En efecto, la tragedia sucedida en Mocoa nos deja perplejos, pero también nos invita a pensar ¿cuáles fueron las circunstancias?, ¿por qué Mocoa es ahora el centro de atracción?, ¿quiénes son los actores responsables de esta situación? Estos grandes interrogantes nos invitan a reflexionar sobre lo que existe “detrás” de la fuerte realidad que vive el pueblo de Mocoa. Particularmente, la de las familias que diariamente deben cargar con el peso de ver a sus seres queridos muertos, los que quedaron desconcertados al no saber qué pasará con sus proyectos, o aún más los que no han podido localizar a sus allegados, lo cual se convierte en una constante incertidumbre en sus corazones.
La falta de planeación sistémica es la muestra del vacío estructural que posee el gobierno colombiano. Desde hace mucho se sabe que el centralismo capitalino es una de las problemáticas más complejas de nuestra democracia. Mientras algunos actores, movimientos y/o organización sociales y civiles, reclaman mayor participación política y deliberación argumentativa frente a las decisiones gubernamentales, la política de este gobierno se ha caracterizado por ver las regiones solo como instrumentos de producción y canalización de recursos. Asimismo, deja mucho que desear el hecho de que las grandes instituciones, entidades y organismos, tanto públicos como privados, se localicen en Bogotá, Medellín y Cali —en estas últimas en menor medida—.
Regiones como la Pacífica, la Orinoquia, la Amazonia, la insular y la Caribe sufren los problemas de llevar una política de planificación territorial e institucional insuficiente frente a circunstancias como la que vive Mocoa. El maestro Eduardo Aldana Valdez, en su célebre libro Planeación y estrategia, aporta elementos profundos para comprender la falta de eficacia que existe en las instituciones colombianas, al igual que la necesidad de fomentar un proceso de modernización en cada una de estas estructuras rígidas que con el paso del tiempo son conducentes a la concentración y obstaculización de los avances necesarios que merecen las regiones del país.
En conclusión, no debemos dejar que Mocoa se convierta en un simple centro de lástima, donaciones y ayudas humanitarias, tal como pasó con el terremoto de Armenia. Este suceso debería ser la pauta para exigirle a las instituciones y al gobierno nacional transformaciones estructurales en todo los campos (educativo, salud, seguridad pública, cultural, territorio, infraestructura). No se pueden dejar pasar las cosas como si la familias y las victimas no tuvieran sentido después de lo ocurrido. Estamos obligados a mirar los obstáculos de pobreza, corrupción y violencia, que existen en Mocoa, —zona que como muchas solo aparece cuando las regalías, sus bienes naturales y su cultura indígena es instrumento para mostrar la diversidad política y los axiomas constituciones de nuestra democracia colombiana—.
Ya han pasado más de 15 días desde que se conoció la tragedia. Han llegado miles de ayudas por parte de organismos internacionales, gobiernos, sociedad civil e instituciones. Necesitamos más ayudas, por supuesto, pero también solidaridad y apoyo a este territorio. No podemos dejar de reconocer los obstáculos históricos de pobreza, centralismo e invisibilización que ha sufrido esta zona del país. Como ellos son muchos los que todavía viven la deuda de nuestra democracia cada vez más paradójica y llena de oportunidades para construir mejores instituciones congruentes con las demandas de los territorios, las comunidades y los procesos colectivos de los actores sociales. Si estamos pensando en una pedagogía para la paz y la construcción de la misma debemos hacerlo desde abajo y con los de abajo, tal como debería ser.