Colombia es un país indiferente ante hechos trascendentales, cotidianos, dolorosos no solo en términos de la sociedad sino individualmente. Las crisis en el proceso de paz, la ola de delincuencia que no respeta la vida de nadie; la vulnerabilidad de nuestros niños ante las permanentes amenazas de violencia sexual y el ataque "pasional" contra las mujeres, no generan olas de reacción entre nuestra población. Se viven como hechos aislados que no nos tocarán cuando se trata de realidades y problemas sociales que nos golpean la puerta de nuestras propias vidas.
Está presente aún el horror que produce lo que está ocurriendo con los aficionados al fútbol y cuando hoy se sabe que fueron asesinados impunemente dos sacerdotes para robarles las limosnas que habían recolectado entre sus fieles. La verdad es que nuestro día a día es cada vez más desalentador y cada vez más se escucha a distintas personas cercanas hablando de la necesidad de aislarse de las noticias diarias si se quiere mantener un cierto grado de paz de espíritu. Entendible pero no justificable porque ser ciudadano implica pensar y actuar en bien de la comunidad.
Es tan deprimente lo que a diario se ve en los noticieros de televisión, lo que se escucha en la radio y lo que se lee en la prensa escrita que parecería que la indiferencia podría explicarse como una forma de supervivencia, en medio de un país tan poco tranquilo. Pero es una actitud peligrosa para temas tan trascendentales como la iniciación de un proceso de paz.
Es el momento de apoyar la necesidad de que las partes, Gobierno y Farc, no se levanten de la mesa y traten de encontrar caminos de convivencia mientras identifican salidas negociadas para firmar un primer acuerdo. El horror de lo que ha sucedido en los últimos 50 años en este país, especialmente en sus zonas rurales, no puede ser un dato más en la vida de los colombianos. Y aunque muchos se han acostumbrado a vivir en medio de esta guerra, algunos ignorándola hasta donde es posible, la pregunta pertinente es otra: ¿esta zozobra, este miedo en que viven muchos sectores del país, es lo que queremos para las próximas generaciones, para nuestros hijos y nuestros nietos?
Con certeza, planteado el tema de esta manera, la respuesta obvia es que no, porque con esta pregunta se tocan las fibras más sensibles de todos: los hijos y los nietos. Pero para que ellos, para que las próximas generaciones vivan en otro tipo de mundo, civilizado, progresista y sobre todo sin miedos justificados, es necesario que los que hoy estamos ejerciendo nuestra ciudadanía salgamos de la indiferencia y nos hagamos presentes. Nuestra voz, nuestras ideas, nuestros votos serán decisivos. Pensar que no participar en el debate público en los escenarios que cada uno tenga a su disposición, nos salva de toda responsabilidad es no solo ingenuo sino absolutamente irresponsable. No expresar nuestro desconsuelo y rechazo a esta violencia contra cualquier ciudadano, independientemente de su edad y de su condición social es contribuir al letargo de quienes tienen esa responsabilidad: velar por el bienestar de los ciudadanos de este país. Por el contrario, la expresión de nuestra preocupación obliga al Estado y al resto del país a actuar, a velar por cumplimiento de las leyes.
Para que esta generación no tenga que cargar con el pecado de dejar pasar la oportunidad de darle un vuelco a esta sociedad que a veces parece haber perdido su norte, tenemos que dejar atrás la indiferencia. Con nuestro compromiso, con nuestras voces de rechazo o estímulo sacudamos a la población colombiana para que no deje pasar el momento de iniciar el largo y complejo proceso de buscar la paz.
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