¿Existe una corrupción vanidosa?, ¿sentenciados VIP?, ¿muertos de primera y segunda categoría?, ¿partidos políticos teflón?, ¿atentados terroristas de mayor y menor importancia?, ¿ecocidio amigo?, ¿la conocida justicia para los de ruana? Pues todo apunta categóricamente que en Colombia sí.
Ya es fácil demostrar, por ejemplo, que el uribismo se encuentra en estado de pugilato institucional contra todo aquel que se denomine detractor del gobierno, bien sea persona natural o jurídica. Entonces ponemos de primera mano la prisión VIP que aloja al extraditado de EE. UU. Andrés Felipe Arias, quien de manera poco conocida pasó del pavor y la vergüenza de una prisión federal a una comodísima casa de la Escuela Militar de Caballería, donde recibe invitados con café, galletitas y en loza de porcelana, todo con el débil argumento que refuta la sentencia de la justicia legal de que él no se robó un peso.
Si las responsabilidades con la justicia fuesen así de escuetas es claro que hasta el mismo Carlos Castaño, después de las espeluznantes masacres cometidas contra las poblaciones inermes, hubiera podido decir: “Yo no le disparé a nadie, fueron mis hombres”. Ahora los que aducen que la razón para que el exministro esté recluido en esta prisión es por amenazas verídicas deberían reconocer que hasta la fecha han asesinado a cientos de líderes sociales inocentes, de luchas muy justas y altruistas, a los que el Estado ni siquiera les ha otorgado una cárcel para protegerlos del exterminio sistemático.
Lo cierto es que la orden de un juez de la república al parecer fue contravenida. Hasta el día de hoy los que argumentan que Arias es una persona decorosa y que regalar plata a los ricos de este país no es ilegal como lo manifestó la legisladora Paloma Valencia también emplean la teoría de que todos los que apoyan ideas de centro o de izquierda intelectual lo quieren todo regalado. Entonces surgen varias preguntas: ¿quiénes lo quieren todo robado? Por ejemplo, ¿qué se puede decir del representante del Centro Democrático Gustavo Londoño García a quien se le acusó de adueñarse de unas tierras en la Orinoquia?, ¿del probado hecho de compra de votos a favor de la congresista María Fernanda Cabal?, ¿de los posibles títulos falsos del nuevo director de Planeación Nacional?, ¿del parlamentario Hernán Prada?, ¿del hijo consentido de Pacho Santos que aparentaba ser abogado?, ¿del coronel Elkin Argote quien protegía al narcotraficante Gárgola en una unidad militar?
Y eso no es todo, ¿qué nos dice el quijotesco y desvergonzado detrimento de la Ruta del Sol II, donde se pretendía literalmente regalar más de un billón de pesos en parte a los grupos económicos (no olvidar que el Grupo Aval financió en su mayor proporción, la campaña del presidente actual)?, ¿del caso del fiscal NHMN y su paquiderma actuación frente a claros hechos de prevaricación?, ¿del fiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno, quien fue extraditado por corrupto?, ¿de la desobligante y perversa jugadita de Macías?, ¿del de repente humanista abogado Diego Cadena dando generosas sumas de dinero a un testigo preso por paramilitarismo?, ¿de su petulante autodenominación de aboganster?
A eso súmele: ¿qué podemos pensar de nuestro presidente pidiendo comida para los venezolanos y nuestra Colombia bostezando?, ¿de los que no aceptan que la única diferencia entre el ecocidio ocasionado por el ELN con el río Atrato y el ocasionado por Hidroituango con el río Cauca es que los segundos tienen amigos con libertinas influencias en el gobierno?, ¿de los que se desesperan por disfrazar la realidad de un país secuestrado por las instituciones catalogando a quienes denuncian como polarizadores?, ¿del ridículo internacional del presidente Duque presentando fotografías falsas ante la ONU?, ¿de la ofensa de Juan Guaidó posando sonriente junto a los rastrojos?, ¿del ilusorio y fabulista argumento de unos soldados muertos por el hilo de una cometa?, ¿de los votos en fotocopias?, ¿del software imposible de auditar?, ¿de los siete enanitos de la economía?, ¿de la economía naranja traducida en venta de aguacates al gigante asiático?, ¿del homenaje a los héroes de la revolución China hecho por el representante desamparado de la ultraderecha colombiana?, ¿de los airosos directivos del Centro Democrático que atizan la represión contra los estudiantes por protestar contra la probada corrupción en las universidades, mientras ellos promueven una protesta contra la Corte Suprema de Justicia ante la indagatoria de su líder?
Pues la lista podría desbordar la imaginación en un país sofocado por la corrupción, establecido sobre una burocracia que ya ofende y cimentado sobre una degradación institucional que destruye arbitrariamente la esperanza de los ciudadanos de a pie. Los mismos que soportan la inclemencia del cambio climático, la contaminación inducida por intereses económicos, los desenfrenados impuestos estatales, la fuerza pública que castiga con rigor la venta de empanadas, la protesta juvenil y los derechos de los más vulnerables. Los mismos que soportan todo el peso ejercido por una delincuencia intocable que en las ciudades cobra impuestos, vacunas, asesinatos y secuestros, en un hecho tan naturalizado y tan de conocimiento público que lo único que falta es el registro mercantil de las Cámara de Comercio para normalizar aún más su perversa existencia.