Quizás los predicadores y los gobernantes enviados por la Iglesia Católica y la Monarquía españolas que llegaron a la Nueva Granada fueron rezagos de la época inquisitorial, los mejores alumnos de Torquemada, porque su labor fue extremadamente eficaz en alienación, pues después de dos siglos de “independencia” nuestros pueblos siguen sumisos a sus doctrinas religiosas y políticas y pareciera que el tiempo se hubiera detenido en 1819.
Muchos colombianos nostálgicos de cadenas se enorgullecen de personajes como José Galat, dueño Teleamiga y de la Universidad Gran Colombia, quien considera que el papa es un aliado del demonio; el exprocurador Alejandro Ordóñez, enemigo de la igualdad de derechos para la población LGTBI; el expresidente Alvaro Uribe, fundador y protector del paramilitarismo. Junto a ellos y su pléyade de áulicos quisieran rehabilitar la casa de la “Santa Inquisición” en Cartagena y construir otras similares en todo el país. Los calificativos para quienes piensan así podrían ser: antediluvianos, mojigatos, fanáticos, escrupulosos, gazmoñosos, intransigentes, guerreristas.
En ese sector cavernícola milita casi toda la godarria reaccionaria existente en nuestro país, los herederos ideológicos de Monseñor Miguel Angel Builes, para quien matar liberales no era pecado sino limpieza social, de Monseñor Escribá de Balaguer, fundador del tenebroso OPUS DEI, de Mons. Pimiento, entre otros. Esta ultraderecha fascista ha demostrado ignorar que la nefasta Constitución de 1.886 fue sustituida por la de 1991, aunque neoliberal más humanista, y que desde 1948, año en que fue proclamada la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la mayor parte de los países ha introducido esta Declaración en sus respectivas Constituciones. Hablar de Derechos Humanos ante estas gentes no es permitido; para ellos es un discurso repudiable, comunista y ateo.
Se sabe que Colombia ocupa el sexto lugar en el mundo por su excesiva ignorancia, pero este dato no refleja la realidad. En fanatismo religioso debemos ser campeones o, por lo menos, merecedores de podio. Aquí todo se le achaca a dios, a la virgen, a los santos, ángeles, querubines y serafines: “Estoy bien, gracias a dios”. Y en algo tienen razón porque un estado de bienestar en Colombia es algo tan difícil que bien puede clasificarse de milagroso. Recordemos cómo las ideas liberales de Jorge Eliécer Gaitán fueron ahogadas en sangre, lo mismo que las de Luis Carlos Galán porque, además, eran anti narcotráfico. Mucho menos podían florecer las de la Unión Patriótica o del M-19, cuyos líderes más esclarecidos fueron eliminados del mundo viviente.
Si los lectores aún lo dudan, escuchen las arengas del C.D. en el Congreso y en cuanta reunión realizan, cargadas de odio contra la paz, contra la reconciliación nacional, contra la vida para quienes abandonaron las armas y se reintegraron a la vida civil; como quien dice, “todos los que no piensan como nosotros no merecen vivir”. Vomitan expresiones de desprecio contra los líderes sociales, sindicales, campesinos, que abogan por el respeto a sus derechos, por las garantías laborales, por tierra para trabajar, por empleos dignos, por democracia real.
Las ideas reaccionarias o de derecha prevalentes en Colombia se han reproducido a través de los medios de comunicación que obedecen a sus amos, manipulando la información y fabricando opinión favorable mediante la neurociencia, de educadores malformados, repetidores de cartillas y folletines rellenos de mentiras y estupideces, de pastores y sacerdotes fanáticos e ignorantes, enemigos de la ciencia y de los cambios sociales pluralistas e incluyentes.
En medio de semejante cultura es obvio que gocen de apoyo los paramilitares, encargados de realizar todo el trabajo sucio que no pueden hacer los del C.D. porque se les caería estrepitosamente su imagen farisaica de aparentes gentes de bien.