“El superpoder de una víctima consiste justamente en perdonar lo que su dolor inmenso jamás podría castigar”.
Luego del triunfo electoral y de la fiesta popular de celebración que fue a lo grande y por todo el país, Petro ha entrado en la tarea de construir gobernabilidad para avanzar con las tareas planteadas: consolidar la “paz grande”, atender la crisis social y ambiental, y sentar las bases para construir una economía moderna y sustentable en el marco del capitalismo existente.
Para ser consecuente con lo planteado en la campaña electoral, Petro va más allá del Pacto Histórico y ha llamado a todos los sectores de la sociedad colombiana a un Acuerdo Nacional. Ha invitado incluso al expresidente Uribe a conversar sobre “lo fundamental”, que consiste en crear las condiciones para convivir en paz en medio de la diferencia.
Al hacerlo, envía un mensaje de perdón para ambientar la reconciliación. Francia Márquez, a su vez, con actos sencillos empodera el sentido de dignidad sin la más mínima soberbia. Es decir, entienden que superar la falsa polarización frente a la “paz”, es oficializar la derrota política de Uribe. Otra cosa, es la acción de la justicia que deberá seguir su propia dinámica.
La respuesta positiva de la mayoría de dirigentes políticos (incluyendo a Rodolfo Hernández) es la prueba de que aún antes de la 1ª vuelta se había producido un importante “desplazamiento político”[1]. Solo el sector más recalcitrante de los terratenientes y de la alta cúpula “uribista” del ejército, se han resistido. Los primeros, no están dispuestos a entregar las tierras despojadas ilegalmente a los campesinos y, los segundos, no quieren reconocer sus crímenes de lesa humanidad.
Si el abrazo (y felicitación) de Petro a Rodolfo se hubiera enviado la misma noche del 29 de mayo, el triunfo del Pacto Histórico en la 2ª vuelta habría sido contundente (con mayor ventaja). La verdad, era que el “uribismo” -con el que algunos todavía quieren asustar- estaba derrotado antes de esa elección. Hoy se trata de empezar a pasar esa página nefasta de nuestra reciente historia como lo recomienda el padre Francisco de Roux en la entrega del informe de la Comisión de la Verdad.
¿“Desplazamiento político” en qué dirección?
Nos equivocamos si consideramos que ese desplazamiento ha sido hacia la izquierda o siquiera hacia el progresismo. Las gentes van “moviéndose” con base en sus intereses y percepciones. El “ideologismo” no está en sus cuentas. El pueblo aprende de sus errores y va encontrando formas de hacerse notar. Identificar la tendencia de esos “movimientos” y “mensajes”, es lo que tenemos que hacer para acertar.
Hace cuatro años el pueblo “uribista” le dio una oportunidad al mismo Uribe en cabeza de Duque, y no la aprovecharon. Decíamos por entonces que Duque le había arrebatado a Fajardo su programa y la “forma” de mostrarse ante la gente. Dijo “Ni risas ni trizas” frente al proceso de paz, pero una vez posesionado se decidió por las trizas, traicionando a quienes lo eligieron.
Por ello es que Duque por más “histórico” que quisiera ser, por más que se mostrara como progresista en lo de “economía naranja”, “economía circular” o frente al problema del medioambiente, nadie le creía. Y por eso sale por la puerta de atrás, como un presidente inepto, torpe, posudo, falso y mentiroso. Y con él, el partido de Uribe queda más partido que nunca.
El “movimiento” de quienes votaron por Duque en 2018 fue hacia el “centro” y el mensaje era: “pónganse de acuerdo, no más peleas por lo que pasó en la guerra, pasen la página y dedíquense a resolver los problemas de hambre, pobreza, desigualdad e injusticia”. Duque no escuchó, su soberbia y elitismo se lo impidieron, y los problemas le estallaron en la cara.
Las causas económicas, sociales, políticas y culturales del “desplazamiento político”
El tema de la paz y la reconciliación es lo más visible en “política electoral”, pero detrás están los intereses económicos que se habían>ores agrarios, los campesinos y colonos, y los trabajadores en general, entre ellos el joven precariado profesional, durante todo ese período habían mostrado sus intereses vitales y trascendentes.
La oligarquía financiera necesitaba crear condiciones para la inversión extranjera (impulsar agronegocios en las tierras de la Orinoquía, explotar el petróleo de regiones despejadas por las guerrillas, tratar de formalizar la minería ilegal, e incursionar en el turismo), y a la vez, tratar de “echarle tierra” a los conflictos acumulados a lo largo del conflicto armado con algunas leyes “progresistas” para calmar a las víctimas y devolver algunas tierras a campesinos despojados.
Los grandes terratenientes de vieja data -aunque dudaban- se alineaban en esa dirección. Los “nuevos terratenientes”, surgidos del proceso de despojo realizado durante el conflicto armado (instrumentalizado por ellos), se oponían totalmente a dicha política de “paz”, porque sabían que su poder territorial lo habían sostenido a “punta de plomo”, con alianzas con grupos paramilitares y toda clase de mafias locales y regionales (políticas y armadas).
La burguesía emergente, que ha acumulado importantes recursos de la economía del narcotráfico, de la minería ilegal y de otras economías criminales (tráfico de armas, de personas, de información, extorsión, apuestas y crédito ilegal o “gota a gota”, etc.), y que sabe que esos recursos “irrigados” son el principal factor estabilizador de la economía colombiana, se dividió entre apoyar el “proceso de paz” u oponerse a él. Y hoy, están a la expectativa.
Los pequeños y medianos productores agrarios, desde el paro de 2013, empezaron a acercarse a campesinos y colonos cocaleros, a los trabajadores citadinos, al precariado profesional, para presionar por reformas que les garantizaran precios de sustentación, subsidios a los fertilizantes y apoyo para el mercadeo de sus productos. Levantaban con cierta timidez consignas contra los Tratados de Libre Comercio, pero vacilaban frente a la posibilidad de quedar en manos de la “izquierda fariana” y por ello se aferraban a Uribe.
Y así se fueron desencadenando los acontecimientos. Vinieron los paros estudiantiles (2011-18), las mingas indígenas (2008, 2018), las rebeliones negras (2017) y de las mujeres, y el estallido social que tuvo su inicio en noviembre de 2019 y que explosionó en 2021 con la creatividad de la juventud y la participación masiva del precariado urbano (jóvenes profesionales).
Y en 2022 todo ese movimiento social se convirtió en dos expresiones electorales del cambio (de origen diferente y diferenciadas en el proceso de “desplazamiento”): la decididamente “progresista” y de “izquierda”, y la “antipolítica” o “anticlientelista” que se apoyó en el candidato “outsider” (Rodolfo).
Los grandes dilemas de Petro y las certidumbres de Francia
Las castas dominantes colombianas han terminado por aceptar que este país necesita algunos cambios. Saben que la enorme desigualdad que se acumuló a lo largo de décadas de conflicto armado y de políticas neoliberales, es la causa que desató la poderosa inconformidad popular que se ha expresado en las calles y en las urnas. Son conscientes que tienen que ceder en algunos aspectos “reivindicativos” y “coyunturales”, pero van a defender a toda costa la esencia de su institucionalidad (propiedad privada, mercado “libre”, independencia del Banco de la República, economía extractivista, etc.).
Esas clases dominantes, especialmente la oligarquía financiera y los grandes terratenientes, van a tratar de manejar la situación lo mejor posible, para no poner en peligro todo su sistema de privilegios, explotación y opresión. La reacción de la clase política -de casi todos los partidos- es sumarse al gobierno para tratar de defender “desde adentro” sus intereses burocráticos y buscar la forma de reacomodarse y reciclarse ante la nueva realidad. Especialmente en las regiones.
Petro en general tiene un plan bien trazado en cuanto a no afectar la institucionalidad del capital pero sabe que las urgencias del pueblo son tantas, tan graves y urgentes, que tiene que convencer a las clases dominantes de aprobar una reforma tributaria a fin de enfrentar el hueco fiscal y financiar las “ayudas sociales de emergencia”. Necesita ganar tiempo y acumular fuerza política para poder impulsar, más adelante, las reformas estructurales que tienen que ver con la democratización de la tierra, del conocimiento y del crédito, y transformar la matriz energética.
Sus dilemas tienen que ver con los tiempos y los ritmos. No obstante, su visión es “estatista”; quiere hacer “una revolución desde arriba”, unos cambios desde la institucionalidad, en alianza con sectores que tienen interés en desarrollar el capitalismo en Colombia y en América Latina. Su visión progresista es “desarrollista” y, por ello, sus asesores económicos de cabecera son José Antonio Ocampo y Jorge Luis Garay. Su idea es liberal-democrática y “cepalina”.
En cambio, Francia Márquez tiene muy claro que para lograr los cambios que podríamos llamar “poscapitalistas” (para no llamarlos “anticapitalistas”), la tarea es de más largo plazo. Que el fortalecimiento del movimiento social y de las organizaciones sociales es fundamental para soportar los embates que desde el poder del gran capital y de los terratenientes, inevitablemente se van a impulsar y realizar. Y cuando las contradicciones se acumulen y lleguen los momentos de las definiciones importantes, volverán a ser las calles las que lo determinen todo.
Por ahora no hay mayor contradicción. Petro y Francia representan el presente y el futuro. Ambos están enviando un mensaje de perdón y reconciliación para poder sustentar en el corto y mediano plazo los cambios económicos y sociales necesarios para acumular fuerza social, sin romper con un capitalismo que sigue -por lógica intrínseca- depredando la vida humana y la naturaleza planetaria.
Pero, ambos tendrán que conectar mucho más con las fuerzas sociales y culturales que -en cada fase y etapa- son vitales y determinantes para garantizar la continuidad del proceso. Por ahora una alianza interclasista (incluyendo a los grandes capitalistas y terratenientes) es fundamental para avanzar, con paciencia y sin afanes, hacia consolidar las bases sociales de los cambios estructurales.
Pero si el Pacto Histórico se dedica solo a la “gestión institucional y burocrática” (Congreso, leyes, administración, proyectos puntuales, etc.) y no afina en su estrategia de andar a varios ritmos, de explotar la diversidad social y cultural, de combinar los diferentes espacios (“por arriba”, “desde abajo”, “desde las periferias”, etc.) para construir variadas y creativas democracias (directa, representativa de nuevo tipo, deliberativa, de “conocimiento” o “ilustrada”, otras), terminará como ha ocurrido con las experiencias de países y pueblos vecinos: arrepintiéndose de las oportunidades perdidas.
Por ello, se requiere un trabajo serio y consistente en el terreno del pensamiento estratégico. Un esfuerzo que recoja lo mejor de las experiencias de América Latina, tanto a nivel de movimientos sociales como de los ejercicios institucionales y gubernamentales. Tenemos un acumulado que está allí para ser aprehendido y avanzar por esos nuevos caminos y con nuevas miradas.
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[1] Planteo la idea de “desplazamiento político” porque no es un proceso organizado por un partido o movimiento organizado. Las bases uribistas se “desplazaron” en la búsqueda de un candidato que les llenara sus expectativas: superar la polarización con las izquierdas y el progresismo pero, a la vez, rechazar las alianzas clientelistas.