“Yo pienso que es bueno amar la literatura, específicamente la poesía, porque ella nos permite ser diferentes de los demás, evita que formemos parte de las masas idiotizadas por los bodrios de la televisión”, dice el poeta Conrado Alzate Valencia para quien las letras nos hacen ver el mundo de otro modo e, incluso, nos pueden salvar de los poderes incomprensibles y vastos de la muerte.
Nacido en Riosucio, Caldas, ha publicado, entre otros, los poemarios Paraísos inexistentes, Escrito en el viento: versos de amor y desamor, Sílabas humanas, Memoria de la sangre y Cantos para anunciar la luz. En total unos 17 libros que incluyen otros géneros como el ensayo; su obra es objeto de elogiosos comentarios de voces que lo reconocen como original y auténtica, capaz de irradia soles naturales en un mundo donde escribir es complejo porque hay quienes desprecian el espíritu crítico y la fuerza del pensamiento independiente.
“Todavía no sé si los objetos que más quiero/ me esperan cuando parto, o si les molesta/
la presencia de mi voz, de mis gestos y mis pasos/. Sólo sé que mis cosas son dulces como el agua”, escribe Alzate Valencia festejando la presencia de las cosas cotidianas, “los muebles, las estatuillas/ las pinturas, los libros, el cuenco de las tazas/ la geometría de los cuartos, las llaves y la música”.
Hay en la poesía una mirada sui géneris, un trastrocamiento de la realidad, un ver desde un ángulo distinto que, en últimas, se convierte en testimonio de las ideas, las emociones y los sueños. El chileno Vicente Huidobro decía que la poseía “es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creador y creado, la palabra recién nacida”.
En un sentido similar, la poesía de Alzate Valencia es polisémica, creadora. A veces, existencial, indagadora de los recuerdos y los orígenes. “En el principio, cuando reinaba el caos/ todo era oscuridad y profundo silencio/. Las cosas eran delgadas como filamentos/ y los seres no tenían nombre, estaban olvidados”.
Se torna metafísico y escéptico en versos como: “He hablado mucho con el ángel/ y las sabias jerarquías del río/ he oído y meditado sus consejos/. He sido interlocutor de las ondinas/. Y sinceramente en el río percibo/ mejores cosas y mejores seres/ que los de este mundo.”
Al Maestro Conrado Alzate Valencia invitamos para dialogar sobre su vocación poética, sus lecturas y sus libros, el panorama literario del país, en esta charla que consideramos de interés para lectores y escritores y amigos de la imaginación y la palabra.
Maestro Conrado, ¿qué es eso de la poesía?
Ahora no voy a construir largas definiciones de poesía porque en varias entrevistas y ensayos he tratado de hacerlo y porque cada vez es más difícil para mí interpretar este asunto. Uno creería que la mucha lectura y la mucha escritura ayudan a resolver la pregunta que me formula el escritor y periodista Albeiro Arciniegas en esta conversación, pero no es así. Hablar de algo que es “…alado, ligero y sagrado”, según la idea de Platón, es muy complicado.
Al respecto, Jorge Luis Borges, en su estupenda Ars poética, señala: “La poesía es un hecho mágico, misterioso, inexplicable, aunque no comprensible”. Y luego agrega: “¿Para qué entonces intentar definiciones de la poesía, para que diluirla en palabras…”.
Juan Ramón Jiménez también nos ayuda a resolver esta incógnita: “La poesía, principio y fin de todo, es indefinible. Si se pudiera definir, su definidor sería el dueño de su secreto, el dueño de ella. Y el secreto de la poesía no lo ha sabido, no lo sabe, no lo sabrá nunca nadie”.
Y Pedro Salinas, con lucidez mental, indica: “La poesía se explica sola, si no, no se explica. Todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes de ella, estilo, lenguaje, sentimientos, aspiraciones, pero no a la poesía misma”
Ahora bien, toda descripción de poesía es solo una fracción. Y si juntáramos todas esas fracciones que a lo largo de la historia de la literatura nos han entregado los poetas, solo tendríamos una aproximación y nada más.
¿Cómo descubrió el encanto de la palabra creadora? La pregunta de los ciudadanos de a pie, ¿se nace o se hace poeta?
Yo llegué al encantamiento de la palabra a través de mi abuelo paterno, quien era un ser inteligente y memorioso, un contador fenomenal de historias, quien siempre tenía algo nuevo para decirme. El abuelo fue el primer libro que yo leí, pero un día la muerte que es sorda y por lo tanto inexorable, cerró ese libro prodigioso y convirtió sus páginas en ceniza para el olvido.
A mis profesores de primaria también les debo mucho de lo que hoy en día soy, pues ellos me dieron a conocer algunos textos de poetas colombianos que yo aprendía de memoria y luego recitaba en mi humilde círculo familiar. Las historietas también me acercaron con emoción a la lectura. Después, llegan a mis manos algunos cuadernillos de poesía del Arco y la lira que devoraba con fruición espiritual. Mis haberes bibliográficos fueron creciendo con los ejemplares de la serie Bolsilibros Bedout, que me regalaba un familiar por colaborarle en sus oficios de comerciante. Estas dos colecciones me hicieron un buen lector.
Y fue el amor el que me llevó por los caminos de la escritura, pues mis primeras creaciones fueron versos y cartas inocentes que yo solía regalar a mis noviecitas.
Por otra parte, yo creo que uno nace y se hace poeta. Nace con unas facultades que la naturaleza le da generosamente y se hace con el estudio, con la investigación, con la disciplina, y ante todo con mucha lectura. No olvidemos que primero es la lectura y después la escritura, de ahí viene el término lectoescritura.
Lecturas imprescindibles. Poetas que admira. ¿Tuvo algún sacudimiento iniciático quizá similar a Gabriel García Márquez con La Metamorfosis de Kafka?
Las lecturas que para mí son imprescindibles son: Ramayana (Valmiki), Mahabhárata (Viasa), Calila y Dimna (Baidaba), Eneida (Virgilio), Cartas a Lucilio (Séneca), Divina comedia (Dante Aligieri), Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra), Los cantos de Maldoror (Conde de Lautréamont), Así habló Zaratustra (Friedrich Nietsche), Noches blancas y Pobres gentes (Fiódor Dostoyevski), La metamorfosis y El proceso (Franz Kafka), Siddharta, Demián y El lobo estepario (Hermann Hesse), El extranjero (Albert Camus), La nausea (Jean Paul Sartre), El retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde), La narración de Arthur Gordon Pym (Edgar Allan Poe), Rey Jesús (Robert Graves), El Vagabundo de las estrellas (Jack London), Ensayo sobre la ceguera y Las intermitencias de la muerte (José Saramago), Un mundo feliz (Aldous Huxley), 1984 (George Orwell), Fahrenheit 451 (Ray Bradbury), El arco y la lira (Octavio Paz), Viaje a Ixtlán y El don del águila (Carlos Castaneda), Ficciones, La biblioteca de Babel, El Aleph y El jardín de senderos que se bifurcan (Jorge Luis Borges), Rayuela (Julio Cortázar), La vorágine (José Eustasio Rivera), Poesía ignorada y olvidada (Jorge Zalamea), Ensayos selectos (Estanislao Zuleta), Cien años de soledad (Gabriel García Márquez), entre otros.
Los poetas que más admiro son: Homero, Omar Jayyam, Friedrich Hölderlin, Novalis, George Trakl, Walt Whitman, Edgar Lee Masters, Ezra Pound, Charles Bukowski, Konstantino Kavafis, Serguéi Yesenin, Antonio Machado, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rubén Darío, Vicente Huidobro, César Vallejo, Alejandra Pizarnik, Jorge Teillier. Ah, y los colombianos Porfirio Barba Jacob, Eduardo Cote Lamus, Héctor Rojas Herazo, Aurelio Arturo, Carlos Obregón y el caldense Fernando Mejía Mejía.
Y los libros que sacudieron mi espíritu fueron: Las mil y una noches y El principito, de Antoine de Saint-Exupérry. Este espléndido arrobamiento me hizo pensar que algún día podría ser escritor.
¿Cuál es la importancia de seguir escribiendo poesía en países donde poco se lee como ocurre en Colombia?
Los bajos niveles de lectura en Colombia, pienso yo, tienen que ver con los modelos pedagógicos y, ante todo, con la educación que se recibe en la casa. Además, en este país no hay una vocación lectora, los libros los lee la minoría. A los demás les importa muy poco el conocimiento. Y es para esa minoría tal vez que uno escribe. Y si la poesía tiene el poder de restañar heridas y salvar unos cuantos, entonces vale la pena crear, ser amanuense de los dioses.
Hablemos de sus libros. No sé si sea adecuado decir temática en un libro de poemas, digamos mejor: sus inquietudes existenciales o filosóficas, las obsesiones, los temas universales que aborda en Paraísos inexistentes, por ejemplo.
Yo no creo que el autor sea la persona indicada para analizar su propia obra, son los críticos literarios y los lectores los encargados de emitir los juicios. Por eso es tan difícil para mí conceptuar sobre mi creación. En un texto que Federico García Lorca le envía a Gerardo Diego, anota: “En mis conferencias he hablado a veces de Poesía, pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía”. Sin embargo, digamos que yo le canto a la naturaleza, es decir a todo lo que existe y en mis libros discurro sobre la vida, la muere, el amor, la ecología, el olvido como una forma de memoria, las palabras, el lenguaje y la poesía; y todo esto, va exornado con un poco de filosofía, de antropología, de pedagogía, de misterio y sencillez.
Paraísos inexistentes es un cuadernillo de la colección Lírica especies, que dirigía el poeta Flóbert Zapata Arias y que fue publicado en Manizales, en el año 2000. Se trata de mi opera prima, en cuyas páginas filosóficas y hölderlinianas recojo la inspiración endeble de mi juventud.
En Sílabas humanas.
Sílabas humanas es muy humano, es una apología de Savonarola, de Alejandra Pizarnik, de Serguéi Yesenin, del Judío Errante y del poeta y periodista de La Patria Orlando Sierra Hernández, asesinado por el poder político caldense de aquella época. Ahí están, entre otras, mis revelaciones sobre el génesis, sobre el apocalipsis, sobre el lenguaje, sobre los libros, sobre el viento, sobre la ciudad, sobre el insomnio y la muerte.
Sobre este impreso, Antonio Céspedes, escribe: “Con un tono sencillo, de canción, Sílabas humanas se parece a la vida. Nos da noticia de la dicha y la tiniebla. Y lo hace con un constante y lúcido desapego: `-para qué estrellas si en la noche / se reúnen todas en el estanque-’. Es como si el poeta hiciera de su tristeza un sereno instrumento de contemplación: `En los parques ya no florecen árboles de oro’. Y de elegía: `los que he amado con el alma, / por qué se fueron en tropel’. Algo se va haciendo entrañable en este cancionero que sirve también para conversar con los enemigos: `pues ellos son fantasmas inocuos / que se esfuman con un poco / de serenidad y olvido’. Y con los muertos: `Salgo a buscar en su pálido rostro / la sonrisa que me niegan los vivos”.
En Memoria de la sangre.
Memoria de la sangre es un poemario más alegre que el anterior, que invita a festejar la vida, a buscar la identidad en nuestra sangre, a escuchar la voz maravillosa de las cosas. Pero dejemos que sea el poeta Juan Carlos Acevedo Ramos, quien lo interprete: “Poemas de factura sencilla, de palabras cotidianas, poemas que cantan pequeñas historias anónimas, que enriquecen la historia de un hombre, poemas claros y sugerentes que hacen la suma del libro…”.
Después vienen, entre otros, varios libros de poesía, ensayo y cuento, que me han permitido acercarme más a los lectores, viajar a ferias del libro, festivales y encuentros de literatura. Ellos son: Apología de los dragones (Primer Premio de Poesía Concurso de Literatura Caldas 2007), Cantos para anunciar la luz: (antología personal), Poemas ecológicos, Apenas voy para las cosas, Riosucio literario: ensayos, El sembrador de serpientes: anécdotas y cuentos, Escrito desde el olvido: poemas y Encuentro con los ausentes: selección poética, publicado en Venezuela.
Su concepto de la poética colombiana, ¿es vigorosa y trascendente la poesía nuestra? ¿Qué piensa de los nuevos autores?
Triste es decirlo, pero Colombia no tiene un poeta continental como Pablo Neruda, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Friedrich Hölderlin, William Shakespeare, Walt Witman, y otros. Esto no indica que en estos meridianos no hayamos tenido buenos poetas. Porfirio Barba Jacob, Eduardo Cote Lamus, Héctor Rojas Herazo, Aurelio Arturo, Juan Manuel Roca, solo para nombrar algunos, son grandes liróforos.
Alguna vez, en la Primera Muestra Internacional de Poesía: Palabra Nocturna, que se realizó en Pereira, en el año 2000, le oí comentar a Mario Rivero que en Colombia hay poetas, pero no hay poesía y que el poeta hubiera sido Guillermo Valencia con la sensibilidad de Julio Flórez o Julio Flórez con la inteligencia de Guillermo Valencia.
La lámpara de la poesía continúa encendida. A las voces consagradas se suman otras que están trabajando con vocación y denuedo en procura de lograr nombradía nacional e internacional. En estas líneas no los voy a nombrar porque podría dejar alguno fuera de los templos de Apolo, y eso sería una acción imperdonable. Es mejor dejar el análisis del nuevo parnaso para otra ocasión.
En un viaje a la memoria y, con la perspectiva del tiempo, ¿cómo recuerda al Riosucio de su infancia? ¿A su familia?
Yo nací en Riosucio, en el departamento de Caldas, pero muy niño fui trasladado a otras comarcas donde mi familia tenía sus negocios. Con la muerte de mi padre, regreso a mi tierra a continuar la primaria, donde tuve profesores autodidactas que amaban realmente la literatura y me inculcaron el amor por la poesía. A ellos les debo mi pasión. Allí, en mi pueblo, pasé parte de mi niñez en los dos teatros donde proyectaban el mejor cine de la época. Todo esto, es decir mis profesores, el cine y los cuentos fantásticos de mi abuelo me empujaron, sin darme cuenta, al mundo literario.
¿Sigue escribiendo? ¿Cuáles son sus nuevos proyectos?
Sí, yo continuo activo. En la mañana leo desaforadamente y escribo cuando los estados de ánimo y la voluntad me lo permiten, pues la literatura tampoco es una máquina de hacer salchichón. Ahora estoy leyendo simultáneamente Fantasmas del mediodía de Roberto Vélez Correa y Fahrenheit 451, una novela de ficción distópica de Ray Bradbury. Cabe señalar que en el día trabajo con el estado y en la noche generalmente hago ensayo y a veces poesía. Y más aún, poseo varios trabajos inéditos y estoy terminando una obra sobre crítica literaria caldense que yo he titulado Por caminos de pájaros avanza la escritura y tengo Caminante en llamas, una selección personal de unos doscientos textos que aspiro dar a conocer muy pronto y que es todo lo que avalo de producción poética.
Un mensaje final para los nuevos lectores, ¿por qué es importante leer literatura? Específicamente, poesía.
Yo pienso que es bueno amar la literatura, específicamente la poesía, porque ella nos permite ser diferentes de los demás, evita que formemos parte de las masas idiotizadas por los bodrios de la televisión y los planes siniestros del Nuevo Orden Mundial. Asimismo, porque nos hace ver el mundo de otro modo y nos puede salvar de los poderes incomprensibles de la muerte. Las letras evitaron que yo cayera en las tinieblas del suicidio. Whitman estaba convencido a pie juntillas de que con las palabras y la poesía sí se podía cambiar el mundo. Es más, “La poesía es resistencia frente a un mundo que se vuelve cada vez más cruel, cada vez más terrible, deshumanizante, porque todo lo que pasa no está fuera de lo humano, y creo que la palabra es una forma de resistencia muy clara a todo esto”, puntualiza Juan Gelman.
Es importante leer poesía porque ella es un refugio sagrado para algunos; en tanto que para otros como la burguesía y los gobernantes es un misil disparado contra sus intereses perversos. Y porque la poesía es el paraíso de los sensitivos, de los inconformes, de los hechizados por el misterio y de los que soñamos con un mundo mejor.