Como se ha vuelto un refrito el tema de la venezolanización de la política latinoamericana, resulta merecido apartarse por un momento de los epítetos o adjetivos con los que a la usanza nuestra solemos referirnos a dos gobernantes de la nación hermana, que por decirlo menos, no se puede afirmar que sean de grata recordación. Viajemos esta vez a Albania, este país en la península balcánica gobernado durante 45 años por el dictador Enver Hocxa, quien llegó al poder enarbolando las banderas del comunismo, convirtió a esta nación en la más pobre de Europa e, incluso, algunos periodistas de la BBC de Londres llegaron a afirmar en su momento que era mejor estar en la cárcel en cualquier país europeo que vivir en Albania.
Enver Hocxa sometió a su nación a un aislacionismo milenario que la privó del desarrollo social y económico durante casi medio siglo, fue un genocida que silenció a miles, asesinaba a todo aquel que pensaba distinto a él, incluidos sus ministros y hombres de confianza. Quienes hoy en día con nostalgia evocan o asienten un modelo de naturaleza comunista, se apartan a conveniencia de la historia o simplemente la desconocen; solo cuando Enver Hocxa falleció, se puede decir que esta nación salió del letargo histórico al que fue sometida.
Acercándonos más, resulta vergonzoso decir que hoy los siete precandidatos a la presidencia de Nicaragua que aspiraban a competir con Daniel Ortega estén presos, y que todos los abogados que han denunciado las arbitrariedades tengan que huir del país. Sin duda es un dictador, que, desde la salida del poder de Violeta Chamorro, se ha aferrado al poder sumiendo a su país en una grave crisis democrática y sus necesarias consecuencias.
No se trata de estigmatizar a ningún candidato político en particular. Sin embargo, se debe ser vehemente al exigir a todos aquellos que forman parte de nuestro generoso espectro democrático que brinden garantías de no implementación de modelos tan siquiera similares, puesto que por incipiente que pueda parecer el nuestro, brinda posibilidades participativas en la deliberación, incluso a los perdedores.
Todos los patriotas anhelamos la justicia social, la reducción o, en lo posible, eliminación de brechas. La lucha contra la pobreza debe ser el elemento medular en torno al cual gire cualquier programa de gobierno, más la inconformidad ciudadana no puede capitalizarse por medio de demagogias, que las hay de izquierda y derecha; sino en ofrecer mejor un constructo democrático capaz de edificar sobre la diferencia, sobre lo poco construido.
Las fórmulas magistrales para convertirnos de hoy a mañana en Suiza y Finlandia simplemente no existen porque sencillamente nos pesa un lastre de 500 años de historia y de cultura. Como bien lo decía un gran hombre de Estado, los hechos son testigos insobornables de la historia; es nuestro deber leerla, compartirla y, sobre todo, aprender de ella.