En un país sano, con una sociedad sana, la indignación por el terrible y atroz delito de violación contra un infante debería ser regla.
La condena debería ser unánime y contra todo aquel quien lo haya cometido.
Esa condena de ahora es mentira, pura bazofia ideológica. No tienen sentir ni madres, hermanas o hijas.
Lo peor, lo que más me asombra, mujeres ahora sí indignadas con lo sucedido. Mujeres.
El párvulo víctima de violación queda marcado de por vida. Le asesinan su niñez e inocencia, le arrebatan de manera cruel y despiadada la más pura etapa de la vida, aquella que recordamos con tanta nostalgia y que siempre nos saca una sonrisa.
Cualquier víctima, padre de ella o familia jamás podrá volver a tener vida con lo sucedido, mucho menos viendo a su victimario impune sin pagar condena un solo día.
Esta sociedad colombiana está tan degenerada y deshumanizada que el atroz crimen contra lo único inocente que aún existe como son los niños (a quienes deberíamos proteger con vehemencia y ahínco) se ha convertido en arma ideológica y política.
Colombia no es mala, está enferma. La inmensa mayoría de sus habitantes padecen cáncer de división sectaria, con metástasis deshumanizante.