En el país se logró posicionar la discusión sobre una Asamblea Nacional Constituyente, al parecer en virtud de la osadía de Álvaro Leyva. Sorprende, efectivamente, que la revista Semana, medio emblemático de la extrema derecha colombiana, le abra las puertas al excanciller, con sugestivas entrevistas de Vicky Dávila, para que exprese con plena libertad sus tesis acerca de la obligación estatal de convocar dicha Asamblea.
Cualquiera que no conozca la condición real de Semana, pensaría que la revista tiene el más sincero interés en difundir las tesis de Leyva, de las que se apersonó también, ni más ni menos, el presidente Petro. Claro, este último, con una ligera variante. A veces se refiere a la Asamblea Constituyente, aunque, cuando se ve acosado, prefiere decir que nunca habló de esta, sino de desatar el poder constituyente.
El cual, como cualquier estudiante de derecho constitucional general sabe, suele culminar su impulso con una nueva carta magna. Para bajar un tanto la tensión, el presidente, como su ministro del Interior, apelan a decir que convocar el poder constituyente no significa que se pretenda cambiar la Constitución en este gobierno, sino que se trata de algo que puede y debe darse en el futuro, sin que exista un plazo preciso para eso. Cuestión de Perogrullo.
Salvando posiciones, la historia enseña que una Asamblea Constituyente, en los tiempos que corren, solo sería posible como resultado de dos situaciones. O tres, si somos muy dados a divagar. Un gran Acuerdo Nacional entre todas las fuerzas políticas del país, en torno a la necesidad de unas reformas fundamentales. Una mayoría aplastante en las urnas por parte de un sector político determinado. O el triunfo de una revolución.
Con el perdón de quienes llaman traidores a quienes no vemos en la situación presente condiciones reales para esta última opción, la solución más a mano sería la de un gran Acuerdo Nacional. La realidad tendría que demostrar que Petro u otro líder de izquierdas es capaz de concitar el apoyo mayoritario suficiente en unas elecciones para la Constituyente. Una Claudia Sheinbaum lo conseguiría fácilmente en México.
Pero en Colombia la situación es muy distinta. De hecho, un alto porcentaje de quienes sufragaron a favor de Gustavo Petro en 2022 se ha tornado escéptico acerca de un nuevo triunfo en 2026. Con independencia de las inclinaciones ideológicas y políticas, y de las percepciones sembradas por la campaña mediática en contra del actual gobierno, es fácil percibir la existencia de un enorme desencanto. La gente esperaba más, es cierto.
Así sólo quedaría la opción del Acuerdo Nacional. El cual, aunque enoje al extremo a muchos, tiene que celebrarse, además de con el llamado centro, con las huestes de la derecha y la ultraderecha. Igual que sucede con la llamada participación nacional en la mesa de diálogos con el ELN. La paz se firma con las fuerzas reaccionarias. En la ausencia del uribismo, por su propia decisión, de la Mesa de Diálogos con las Farc, reside la causa del desmadre actual.
La realidad es que en Colombia o conseguimos un apoyo electoral masivo y contundente, o nos toca alcanzar acuerdos con los sectores tradicionales para procurar sacar adelante el país
El ELN no lo cree, piensa, con su vocación mesiánica, que ellos y la izquierda podrán cambiar radicalmente el país en una mesa de diálogos. Quizás así lo piensa también Petro. Como lo piensa, asimismo, siempre delirante e iluso, el desvencijado Iván Márquez, flaco apoyo a cualquier causa. La realidad es que en Colombia o conseguimos un apoyo electoral masivo y contundente, o nos toca alcanzar acuerdos con los sectores tradicionales para procurar sacar adelante el país.
El problema radica en que el panorama político de polarización, odios, arrogancias, diatribas y zancadillas no hace posible la concertación de ese acuerdo. Lo que corresponde entonces a los sectores democráticos, progresistas, de izquierda y populares es acumular fuerzas, sumar todos los días, con una idea clara hacia el porvenir, hasta ser capaces de imponerse en unas elecciones. En el legislativo y en el ejecutivo. Para eso hay que hacer más amigos que enemigos.
El doctor Leyva se equivoca pensando que el problema es un debate jurídico, soñando que el Consejo de Seguridad de la ONU le dará la orden al estado colombiano convocar una Constituyente. Eso no ocurrirá nunca. Por el contrario, por encima de la buena voluntad del presidente, son diversas las cosas que no funcionan en este gobierno. Las mafias insertadas en el ejecutivo, la corrupción, la infiltración derechista, la ineptitud de muchos funcionarios. O todas ellas.
Algunos se atreven a esperar severas sanciones por parte del mismo Consejo contra Colombia. Que se desengañen. El problema es evidentemente político y solo los colombianos, haciendo política, podemos y debemos solucionarlo. El gobierno nacional debería comprenderlo e imprimir un giro a lo hecho. No podemos despilfarrar esta ocasión única y feliz. Lo otro es dejar que la astuta Vicky Dávila y su revista consigan ridiculizarlo y minimizarlo, lo que en realidad están buscando.