Los políticos tradicionales del país se ufanan de que Colombia es la democracia más estable y continua de Latinoamérica. Sin embargo, nuestra democracia acumula más muertos por violencia política en los últimos 50 años, que muchas de las dictaduras que ha padecido el continente en este mismo periodo de tiempo.
La democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo. Siendo el gobierno del pueblo, lo lógico es que este sistema beneficie a todos los ciudadanos, brindándole garantías para alcanzar altos niveles de desarrollo y bienestar social, requisitos indispensables para construir sociedades justas, pacíficas y libres.
Pero basta salir a las periferias de las grandes ciudades, visitar algún poblado o región de Colombia, para constatar que la democracia no ha traído desarrollo, bienestar social y mucho menos mayor libertad para el ciudadano. ¿Entonces la democracia no sirve?, ¿por qué si en otros países la democracia es el camino hacia la libertad, la prosperidad y las garantías constitucionales, aquí ha pasado todo lo contrario?
Tal vez se deba a que en Colombia, desde la fundación de la república, se estableció un sistema de castas políticas y económicas, que presas de la más mezquina codicia, consolidaron una democracia de papel, estable y duradera, que excluye a la mayoría de la población, de la posibilidad de educarse, participar en los asuntos públicos u obtener beneficios de las rentas nacionales.
Basta con leer la historia de Colombia, para constatar que la sucesión de guerras ha sido el factor determinante para organización política, económica y demográfica del país.
La ley, que en un régimen democrático se supone es justa y aplica para todos los ciudadanos sin excepción, se impone con severidad contra los pobres y excluidos, mientras los dirigentes gozan de una impunidad perpetua. Siendo un Estado de perpetua injusticia, la violencia es la constante, ya que es la única forma en que los injustos logran mantener sus privilegios.
La justicia es la que hace posible la convivencia pacífica en sociedad, y ante la ausencia de justicia, sobreviene la violencia, que es consecuencia y madre de otros males, como la desigualdad social, la desconfianza y el sufrimiento humano.
En esta democracia tan antigua y continua, cada vez que los excluidos han exigidos sus derechos, los dirigente los ha tratado con severidad, desencadenando la más cruenta violencia contra ciudadanos humildes, que reclaman lo básico que debería garantizar cualquier sistema democrático. Tierras para que el campesino pueda trabajar, educación para niños y jóvenes, garantías de propiedad, libertades de movilidad y participación política, respeto a las leyes y normas, vías, puentes, seguridad, salud, pensión, una vida digna.
En los últimos 40 años se consolidó en el país una clase política-económica que, mediante la violencia, el narcotráfico y el secuestro del Estado, despojó a miles de campesinos de sus tierras y los arrojó a las grandes urbes, a padecer toda clase de injusticias; esto fue posible, gracias al apoyo de partidos políticos, alcaldes, gobernadores, notarios y la fuerza pública, que permitieron, legalizaron y defienden el despojo.
El Estado moderno tiene dos finalidades misionales, sin las cuales, no es posible la democracia, la libre empresa, ni el ejercicio de otros derechos. El Estado debe garantizar la vida y la propiedad de los ciudadanos. Lastimosamente en Colombia, como consecuencia del secuestro del Estado, los ciudadanos no ven en el sistema político, una opción para garantizar sus derechos, sino más bien, un entramado de instituciones y leyes que cumplen un solo propósito: mantener el sistemas de privilegios de los poderosos permitiendo toda clase de injusticias y abusos.
La democracia no solo son elecciones cada 4 años, ni la división en el papel de los poderes públicos, la democracia deber ser justicia, igualdad, libertad y bienestar, un sistema democrático de carácter formal nunca podrá satisfacer los deseos, necesidades y aspiraciones de una sociedad que reclama ser protagonista y artífice de sus destino.
La democracia más antigua y continua del continente, debe ser reinventada, de abajo hacia arriba, para que por fin seamos una nación incluyente, pacífica, próspera y libre, una nación democrática.