A pesar de que en Colombia aproximadamente el 70% de la población es católica, un 21% practica otros credos cristianos protestantes, y otros pocos profesan la religión judía, hinduismo, Baha’i, y musulmana, los colombianos parecen desconocer en su totalidad las enseñanzas de los maestros que idolatran.
Las oraciones parecieran no ser oídas o simplemente no hay quien las escuche.
Las iglesias, templos y locales adaptados al culto se llenan de fieles, aparentemente sordos a los mandamientos, y, desesperados, imploran ayuda divina para calmar sus miedos, superar sus dolencias, y para que, por fin, les llegue la abundancia prometida.
La necesidad básica de pedir y confiar en que las deidades nos solucionen los problemas, nos hacen cada vez más débiles en el razonamiento, la voluntad y el empeño necesario para buscar y lograr soluciones. Siempre estaremos atenidos a una voluntad divina que decide qué es lo mejor para nosotros y no ejercemos nuestra propia voluntad, el propósito y la acción de construir vida, país, futuro, etc., asumiendo la responsabilidad y consecuencias de nuestras decisiones.
Ojalá, durante las ceremonias que se celebran durante esta semana, recordemos las enseñanzas de los maestros como, por ejemplo, amar al prójimo, respetar, compartir, no esclavizar, practicar la humildad, no robar (especialmente si eres empleado oficial), no matar soldados que ponen el pechito para defender la patria, no matar jóvenes porque protestan y tantas otras enseñanzas y virtudes que hoy brillan por su ausencia. Amén.