En Colombia las mayorías no creen en la paz

En Colombia las mayorías no creen en la paz

"¿Creerán los dirigentes de las FARC que la sociedad colombiana los va a aceptar plenamente y se va a “enamorar” de inmediato de sus ideas y actitudes?"

Por: Fernando Dorado
julio 04, 2017
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En Colombia las mayorías no creen en la paz
Foto: Archivo El Tiempo

“El verdadero acto es una ruptura después de la cual ‘nada sigue siendo igual"— Slavoj Zizek

Las mayorías en Colombia no creen en la paz. En la “paz” que ha vendido el gobierno y las FARC. Pero, tampoco les seduce la idea de “hacer trizas los acuerdos” que propone Uribe. Esas mayorías se expresaron el pasado 2 de octubre, y en general, de acuerdo a las consultas y encuestas hechas recientemente, no han cambiado su percepción. Por ello, muy pocos celebran los reiterados y promocionados “días históricos”.

Para algunos, incluidas las FARC y las izquierdas, como no se explican ese fenómeno, califican el escepticismo y la incredulidad como fruto de la ignorancia. Se dicen a sí mismos que es resultado de la manipulación de los enemigos de la paz y de los medios de información. Pero, si casi la totalidad de esos medios promovieron positivamente la propaganda del gobierno… ¿cómo se explica ese mentís? No lo pueden comprender.

No pueden aceptar que esas mayorías tienen la razón porque toda su construcción ideológica se derrumbaría. Portan un conjunto de ideas que no les permiten interpretar y comprender a la gente. No entienden el porqué la mayor parte de la población no identifica el desarme de las FARC con la paz. Y claro, la gente… ¡está en lo correcto! El sólo hecho de que no crea ni se entusiasme con esa “paz”, significa que es más “avispada”, menos ingenua, tiene más conciencia (así sea instintiva e intuitiva); sabe que es una farsa, sobre todo de parte del gobierno. Los incumplimientos a los acuerdos, los asesinatos de dirigentes sociales, los nuevos falsos positivos, la corrupción que carcome a las instituciones, se lo confirma a diario.

Es un engaño del gobierno porque solo le interesa despejar territorios para entregar los recursos naturales al gran capital, sin importarle nada más. Es un artificio de los imperios que utilizan la paz en Colombia pero hacen la guerra en todo el mundo. Es un delirio de las FARC que presentan su derrota política como un triunfo para mantener su “moral revolucionaria”, ocultando que –como dijo Timochenko en un arrebato de sinceridad el día de dejación de armas– fue el gobierno de EE.UU quien ordenó y autorizó todo.

Es una trampa porque la “lucha por la paz” le hace el juego a Uribe para que recupere el gobierno en 2018. Así, se eternizará el poder de los corruptos incluyendo los que utilizan la “paz” para engañar. Todos, o casi todos, hicieron parte del gobierno de Uribe, incluyendo los Santos, Samper, Serpas, Roys Barreras, Benedettis y demás. Es por ello que el mito de que la sociedad se movilizará por la paz no se será, menos teniendo como actores a las FARC o al ELN, y a nuestras izquierdas.

El problema está en la matriz del paradigma ideológico con el que vienen actuando las izquierdas (armadas y desarmadas) y que hizo crisis en las experiencias socialistas del siglo XX que el filósofo francés Alain Badiou llama a evaluar con profundidad y honestidad (http://bit.ly/2scFvmQ). La más sobresaliente y equivocada de esas ideas que se observa en Colombia y América Latina es la de creerse los “salvadores supremos”, que consiste en querer “hacerle la revolución al pueblo” ya sea por la vía armada o electoral.

Mientras no derrotemos esa idea no podremos reconocernos a nosotros mismos y, menos, seremos capaces de interpretar e interpelar a la gente. Así nunca acertaremos.

El acto histórico

La grandeza de un acto depende estrictamente del lugar desde el cual se lleve a cabo (Zizek). Nunca ese acto puede ser programado. Surge de la confluencia de situaciones acumuladas pero pocas veces prevista. Y siempre vendrá desde fuera del sostén simbólico.

La gran movilización popular por la paz se convirtió en Colombia en algo parecido al “paro cívico nacional”. La idealización y la búsqueda del “momento histórico”, el desenlace final, la largamente esperada culminación de nuestros esfuerzos, no se repitió ni ha ocurrido. Todos los actos realizados por el gobierno y las FARC, desde la entrega de secuestrados (o retenidos), la muerte (“bajas” o asesinato) de comandantes guerrilleros, los ceses de fuegos declarados, las firmas de acuerdos y, ahora, la dejación (entrega) de armas, tenían el mismo objetivo: generar júbilo por el fin del conflicto. Ahora viene el Papa Francisco a santificar la paz y a sus actores con la eucaristía y sus bendiciones. ¡Pero nada ha servido ni servirá!

El problema consiste en la incapacidad de reconocimiento. Frente a Uribe, a quien han terminado por identificar como el principal enemigo (limpiando en parte la imagen del imperio y de la oligarquía), las FARC (y las izquierdas) se ven como víctimas. Del otro lado, Uribe se muestra (aunque, él no lo crea ni lo sienta y de allí su ventaja) como una víctima de las FARC y se identifica con la “patria” que está en peligro por la amenaza castro-chavista. Ninguno se ve a sí mismo como victimario aunque la gente los percibe como víctimas-victimarios que no acaban de encontrarse para hacer la verdadera paz.

En Colombia vivimos una tragi-comedia que no genera risa porque no es resultado de la ceguera cruel de los espectadores (sociedad), ni produce lágrimas porque tampoco es fruto de la incomprensión de esa realidad que los rivales protagonizan, sino que es una comedia trágica porque son los actores mismos los que no se dan cuenta de lo ridículo de su papel y de que el teatro (o circo) ha empezado a quedar vacío, y que en las graderías van quedando solo los interesados en que la farsa continúe y se eternice.

El verdadero acto histórico ya ocurrió el 2 de octubre. Es la mancha que daña la pintura. Lo realizaron los abstencionistas, pero también muchos de los que votaron por el NO y por el SI, contra Santos o contra las FARC pero no por Uribe. Y también lo protagonizaron –días después–, los jóvenes de las grandes ciudades que salieron a las calles a tratar de forzar a los actores para que arreglaran ese entuerto entre ellos. Pero todos, gobierno-guerrilla-Uribe, leyeron ese acto como apoyo a sus propias causas y por ello la tragicomedia continuó.

Cada quien sigue jugando su papel en un espacio con cada vez menos público que, a su vez, espera que aparezcan otros actores y otras temáticas más cercanas a su realidad (algo parecido, pero con los personajes invertidos, ocurre en Venezuela).

El encuentro entre las FARC y la sociedad

De todas maneras hay un hecho positivo. Las FARC sin armas, paulatina e inexorablemente, se van a ir encontrando con la sociedad, y la gente tendrá que acostumbrarse a su presencia en el escenario político.

Surgen varias preguntas: ¿Será la sociedad capaz de ver a las FARC de otra manera? ¿Creerán los dirigentes de las FARC que la sociedad colombiana los va a aceptar plenamente y se va a “enamorar” de inmediato de sus ideas y actitudes? ¿La sociedad colombiana será capaz de acoger a los guerrilleros pero sin apoyar sus propuestas políticas? ¿Las FARC se “legalizarán” hasta el punto de renunciar a sus ideales revolucionarios? ¿La insurgencia cambiará y con su acción conseguirán que la sociedad se transforme? Y se pueden plantear muchas más preguntas y variantes en ese mismo sentido. Lo principal es entender que el “encuentro” nos permite “ver” de otra manera y descubrir lo que la idealización (los esquemas) no nos permitían ver antes.

La clave está en que estemos dispuestos a cambiar. Las mayorías no odian a las FARC pero si les temen. Si ellos siguen en la línea de querer mantener la imagen de poderío (no reconocer sus errores ni sus derrotas) no van a poder mostrar lo que la gente no conoce de ellos. Así se esfuercen en presentar otra imagen, con logos, palabras, publicidad y marketing político, mientras no derroten en su interior la idea de ser los “salvadores del pueblo”, no podrán compenetrarse con las mayorías sociales y continuarán por el camino ya recorrido por las izquierdas latinoamericanas: o quedarse en la marginalidad gritando consignas desde ínfimas sectas fundamentalistas o, ser instrumentalizados (domesticados) por el gran capital para que administren sus desprestigiados Estados, mientras ellos rehacen sus fuerzas imperiales y capitalistas para retomar su papel (como está ocurriendo en países vecinos).

En las primeras de cambio no se observa sino más de lo mismo. Y por ello, surgen preguntas como ésta: ¿Cómo es posible que una guerrilla tan poderosa que no reconoce su derrota (por eso no “entregó” las armas) de un momento a otro esté a merced del gobierno (Estado) recurriendo a huelgas de hambre para que les cumplan los acuerdos y compromisos firmados?

Hay algo que no cuadra… ¿o me perdí de algo?

La actual situación de las FARC se acerca al momento en que “perdemos algo que nunca poseímos”. Es el instante en donde se comprende que la única fuerza real (más allá de armas o de palabras) es el apoyo efectivo del pueblo que hasta el momento, en su caso, solo ha sido una ilusión. Es la misma ilusión que tiene al ELN contra la pared de sus fantasías. Pero, deben estar aprendiendo mucho en las últimas semanas.

Posdata: Lo que se rechaza es la "demagogia pacifista", molesta que la "patota corrupta" sea la que se haya tomado la consigna de la paz para engañar. Pero, las gentes en general aceptan que las guerrillas se desmovilicen aunque sospechan que ello no garantizará la paz, menos cuando la desigualdad, injusticia e inequidad se mantienen, y al lado, la economía del narcotráfico y de la minería ilegal, seguirá siendo el combustible de todo tipo de violencias y delincuencias. Y si no se derrotan los corruptos, vamos por la vía de México o de Brasil donde no hay guerrillas fuertes pero si unas mafias asesinas que dan miedo. Y así, en 20 años posiblemente estemos peor.

 

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