Es una respuesta múltiple, por supuesto. No podría ser de otra manera, en un país tan plural y diverso en todo sentido. Aquí se juntan al tiempo grandes cordilleras y pequeñas estribaciones; grandes ríos y pequeñas lagunas; la tierra llana y el desierto; las costas y la selva. De nuestros grupos humanos, ni qué hablar, pese a que esta riqueza no pocas veces también es nuestra desgracia. Es lo que nuestros abuelos y mayores nos enseñaron como los grandes contrastes de nuestro país.
Y en el campo de la cultura hay numerosas vetas por descubrir o redescubrir. Si hay algo que nos ha sostenido como nación y como sociedad, es la fuerza de las culturas populares que se encuentran en nuestro territorio. Allí se juntan desde las prácticas culinarias, hasta las peripecias que dan cuenta de cómo nuestra gente se sobrepone para construir su cotidianidad y llevar una vida desde el filo de la adversidad y la derrota.
La poca fortuna de Colombia se deriva de la poca capacidad para comprender al Otro y de cómo se ha construido el Estado y el orden social y político. En cambio, hemos tenido la imaginación y creatividad suficiente para mimar nuestras penas con canciones y libros que hoy son parte de nuestro inventario emocional y sentimental como nación. No es poca cosa, pese a que hemos sido una sociedad ensimismada que no lee a los Otros, y los que leen, suele posar la mirada en textos de otras latitudes porque Colombia no resulta muchas veces tan interesante como los paisajes físicos y culturales que se aprecian de otros países. De paso, eso explica la fascinación que se observa por el extranjero, ese que suponemos desarrollado y civilizado.
Pues bien. Con todo lo subjetivo y pretencioso que a veces supone sugerir libros de lectura sobre el país, es una ocasión propicia hacerlo, ahora que Bogotá y el país ha vuelto abrir nuevamente las puertas de la Feria Internacional del libro.
La selección que involucra dicha tarea exige mirar en campos diferentes de la actividad creativa y reflexiva, a través de diversos autores que han intentado ofrecernos una imagen y un relato de lo que hemos sido y somos como sociedad y como nación. Va pues, una relación de ellos, que apenas se puede tomar como un ramillete de flores para ceñir nuestra difícil y maravillosa geografía, al tiempo que intenta apresar el alma colombiana.
Ejercicios de Memoria, de Salomón Kalmanovitz. Aunque resulte extraño iniciar con este libro, lo hago por un asunto de actualidad. Consideramos que con este se puede pensar al país desde un texto reciente y, ciertamente, lo incluyo porque es una ocasión para reflexionar sobre un tema presente: el papel de los migrantes en la sociedad colombiana.
En este caso, el rol de la comunidad judía en la construcción del país que hoy somos. Dese luego, este nos permite pensar sobre otras comunidades de migrantes y por qué, hasta fecha tan reciente, nuestra poca capacidad de recepción y hospitalidad para recibir nacionales de otros países.
El desbarrancadero. Novela de Fernando Vallejo, es perfectamente una metáfora de nuestra sociedad de los últimos lustros y cómo tras el derrumbe del mundo provinciano y rural del país, la modernización del país nos ha quedado grande en buena parte de los variados campos de la sociedad colombiana.
Salario mínimo. Crónica de Andrés Felipe Solano, en ella se registra, desde la experiencia del propio autor durante seis meses, la dura realidad que viven millones de colombianos, los cuales se las tienen que arreglar con un salario mínimo que nunca alcanza para llegar a fin de mes. Es además una pieza de buen periodismo narrativo y un ejemplo de que el periodismo nos puede ofrecer el mejor retrato de lo que somos como país.
Las auroras de sangre. Ensayo de William Ospina, recupera el poemario Elegías de Varones ilustres de las Indias del andaluz Juan de Castellanos, pero obra con la cual describe y nombra con singular aliento poético, aquel mundo de nuestro país que emergía ante sus ojos, luego de la Conquista. Es también un alegato del olvido al que se recluyó lo que considera el poema épico del nuevo mundo y cómo la propia España lo ha ignorado y subestimado.
La multitud errante. Novela de Laura Restrepo nos muestra en clave literaria, el dolor del desplazamiento y el desarraigo de millares de colombianos por efecto de la violencia política y social que se generó por efecto de nuestro conflicto armado a partir de los años 90s del siglo anterior.
De río en río. De Alfredo Molano Bravo, es un relato múltiple de las voces de la Colombia afro que hoy resurge con ímpetu en la sociedad colombiana. Allí se registra el universo plural de las voces y el mundo fascinante de una de las culturas poderosas de nuestra nacionalidad.
El rescate. Texto de Herbert Braun, lo considero un libro que además de escrito con el afecto, es la oportunidad para reflexionar de modo diagonal sobre nuestra cultura ciudadana, nuestra conflictiva civilidad a través de un detalle inadvertido: la construcción y el uso que hacemos de nuestros andenes. Desde luego, su historia central, cómo testimonia el secuestro de un pariente, es también un ejemplo de cómo la tragedia, puede dar lugar a hablar de ella desde una orilla distinta al rencor.
Historia doble de la Costa. Obra emblemática de Fals Borda, constituye un ejemplo de exploración sobre el ser Caribe, desde la propia vivencia con sus pobladores y cómo la reflexión rigurosa puede ir también de la mano de la experiencia vivida del estudio de la realidad social y de sus gentes. Esta obra transformó además el modo de concebir los estudios sociales más allá de las frías teorías sociológicas y de las cifras rígidas de nuestra tragedia social.
La mala hora. Si bien no es la obra más aclamada de García Márquez, ya en ella se reafirma el poderoso mundo literario que iniciara desde El Coronel… La hojarasca, y culminara con Cien años de Soledad. En ella podemos rastrear ese sino trágico que hay tras las huellas de unos pasquines, que ahora nos lo recuerdan los nuevos agoreros que se resisten a seguir enviando mensajes de muerte a quienes no conciben como parte de nuestro país.
Magdalena, río de Colombia. Rafael Gómez Picón escribió este texto en el que quizá, con más perspicacia para aquel momento, dibujó en un tiempo la cultura ribereña del país y el paisaje que la ciñe, la cual es en buena medida la del país diverso que nos abriga.
Nuestro lindo país colombiano, de Daniel Samper Ortega, puede resultar un libro primario para algunos ahora. Pero no cabe duda, que fue de los primeros que con amorosa pasión y sin mayores alardes, nos trató de mostrar un país que avanzaba lento, pero que sobre todo tenía una enorme deuda por saldar para conocerse y valorarse a sí mismo.
El Carnero. Obra de Juan Rodríguez Freyle, nos devuelve con picardía y gracia la sociedad colonial, con relatos breves que dan cuenta de las vicisitudes de los gobernantes del nuevo reino de Granada según su autor. Y para que el lector ponga el dedo allí, en la escenografía que dibuja parte de nuestra historia.
Por supuesto, las lecturas que recomendamos serían mejor si fueran parte de un proyecto que, en determinados momentos, se ha intentado hacer en el país, pero que siempre, con un sentido mezquino, se revela como poco menos que importante, en tanto la poca calidad de los libros que se han editado en los momentos de construir una biblioteca colombiana por algunos gobiernos, lo que ha mostrado es nuestra mezquindad y estrechez de miras. Desde luego, eso no le quita méritos a esas empresas. Sin embargo, no hay en Colombia un proyecto editorial ni siquiera similar a la llamada Biblioteca Ayacucho, que en su momento promoviera el Estado venezolano, nuestro vecino.
En cualquier caso, saber qué libros constituyen nuestra colombianidad, o lo que puede ser una gran biblioteca de país, es un imperativo y una deuda pendiente, más ahora cuando las nuevas generaciones vienen leyendo en buena medida en las pantallas. Pero como decía, es bueno apreciar cuáles textos son los que dibujan mejor lo que es Colombia, en un momento que recuperamos la fiesta de los libros. Los que aquí sugerimos, desde luego, es apenas un muestrario de lo que podría ser un mejor proyecto de país.