En este país de miserias exquisitas los que peor les ha ido en el pasaje de la corta historia -de esta historia nuestra, caballero- son los que más defienden a sus verdugos seculares. Pareciera que el tormento lento y prolongado, se convirtiera en un seudoplacer que hasta el mismo marqués de Sade se asombraría.
Cosas que avala la democracia y que por tiranía de las mayorías, se imponen a la brava y sin chistar. Pero lo curioso del tormento placentero es que gritamos y peleamos porque sea más intenso y asfixiante. Que el orgasmo social necesario nos lleve hasta el éxtasis del delirio como una comunidad con la mierda al cuello pero contenta.
De lo contrario, la psiquiatría social y la psicología de masas tendrían que hilar delgadito para descubrir por qué nos encanta elegir a quien peor se porta con la ciudadanía. Y no nos cansamos de decirlo –en cantilena- aquí se premia es al malo, se admira a los traquetos y se venera al corrupto porque personifica al avispado (homus avispadus).
Ahora que las fuerzas del destino y de sus intereses de élites los han unido, que están más visible como la gusanera que ha podrido al queso y la ratonera que se lo come con gusanos y todo; ahora que están a tiro de gracia (es decir a tiro de voto), todos juntos; es nuestra oportunidad para sacarlos de la carrera por un tiempo y asustarlos de manera ejemplarizante.
¡Basta ya!
Pero qué va. Nuestra memoria de pollo se cocina en pocas aguas.
La foto está completica: veamos los detalles.
Los del frente nacional (liberales y godos) que se tiraron al país a punta de bala y machete en el siglo pasado.
Los que les robaron las elecciones a Rojas Pinillas.
Los que se tiraron la reforma agraria con el Pacto de Chicoral (¿alguien se acuerda de eso?)
Los que se callaron con el Guavio. (Menos se acuerdan).
Los que nombraron director en la Aerocivil a un provinciano paisa y que después se volvió innombrable. (Un minuto de silencio por tanto testigo silenciado).
Los que han aprobado todas las reformas tributarias empobrecedoras de las clases populares y de la clase media; y que han otorgado una lluvia de beneficios al capital.
Los que se hicieron elegir a punta de sangre, barbaries, masacres y desplazamientos paramilitares y que luego aplaudieron a sus patrocinadores en el Congreso cuando les hicieron la visita de cortesía.
Los que acompañaron al gobierno –uno de los tantos- que después de pactar la paz (entre bandidos) con el paramilitarismo, los terminaron enviando a los Estados Unidos para que sus declaraciones de justicia y paz no se sintieran entre sus propias cobijas.
Los que saquearon la extinta Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE) y se sienten orgullosos por ello.
Los que hacen matar por desnutrición y abandono a los niños de La Guajira y además, con plomo (marquitos calibre 38) a los que se atreven a denunciarlos.
Los que compraron los votos de la relección a punta de Notarías para que todo quedara a lo bien y con fe pública.
Los que negocian embajadas para sus parientes a cambio de votos de aprobación en el Congreso.
Los de Agro Ingreso Seguro y sus pobrecitos granjeros en Mitsubishi.
Los de la ruta del Sol, la Luna y demás estrellas de la constelación Odebrecht.
Los de REFICAR.
Los que se untan de mermelada a toda hora y escondidos en una urna de cristal.
Los de los carteles de los locos (bien locos), de la toga, de la hemofilia y de la educación. (Por lo menos los conocidos).
Los que compran el silencio de la Fiscalía, Procuraduría, Contraloría y demás “ías…”
Los que vendieron al trapo rojo del Partido Liberal para preservar los linajes políticos en sus hijos y dejaron al bueno de Humberto en la física calle.
Los que todo les resbala y siguen tan campantes… como el señor del whisky, ese, sí ese tan sabroso que se beben ellos, con nuestros impuestos.
Coda: Mi voto por Gustavo Petro y Ángela Robledo lo hago desde la resistencia y la dignidad, no detrás de la figura mesiánica a la que nos acostumbramos en Colombia, solo esperanza de cambios y del ejercicio de la democracia con otro sabor al que nos obligaron sin tener derecho a la diferencia.