De eso se trata la democracia: De permitir que la sociedad hable. De escucharla cuando habla. De respetar sus decisiones cuando decide.
Definitivamente, Colombia es un país muy particular, muy único. Hablando en colombiano: Colombia es un país muy berraco.
Basta compararlo con otros países de la región que no pudieron romper el esquema bipolar de la confrontación política. Ni Chile, ni Ecuador, ni Perú, ni Brasil, han podido superar el esquema estrecho de mirar la política en términos de derechas e izquierdas. Es como si, en la última década, nos hubiéramos empecinado en idolatrar un Muro de Berlín ideológico que nos divide y no nos deja pensar en términos de modernidad, en términos de los nuevos horizontes que nos exige el momento histórico.
Colombia fue el primero que se sacudió y dio el gran paso. Sin saberse cómo ni a qué horas, los colombianos se inventaron a un tercer personaje.
La primera claridad imprescindible consiste comprender que no es Rodolfo Hernández quien está pateando el tablero. Es Colombia quien lo está haciendo.
En la primera vuelta Colombia dijo dos cosas rotundas:
—No más corrupción.
—No más división entre derechas e izquierdas.
Una vez más, el pueblo es superior a sus dirigentes.
La corrupción llegó a convertirse en la gangrena que lo carcome todo. No solo los presupuestos. La corrupción llegó a carcomer las entrañas del sistema político, llegó a convertirse en el sistema en sí. La corrupción es el régimen.
Por eso resulta tan incomprensible que algunos le critiquen a Hernández su énfasis irreductible en la lucha contra la corrupción, cuando es exactamente por eso y para eso que lo están eligiendo.
_______________________________________________________________________________
Hasta el domingo la lucha contra la corrupción era la propuesta de Rodolfo Hernández. Ahora, es un mandato popular
________________________________________________________________________________
Podría decirse que hasta el domingo pasado, la lucha contra la corrupción era la propuesta de Rodolfo Hernández. Ahora, es un mandato popular, una obligación de Rodolfo Hernández.
Con la misma claridad, Colombia se pronunció contra la bipolaridad política.
La polarización en clave de derechas e izquierdas fue llegando a una práctica tremendamente destructiva de la democracia. Al debate de las ideas fueron asfixiándolo en medio de las estrategias “anti”. Las verdaderas estrategias de los unos se basaron en cómo hacer crecer el antiuribismo mientras que las de los otros en hacer crecer, a como diera lugar, el antipetrismo. Los petristas se dedicaron al antiuribismo y los uribistas al antipetrismo.
Por ese camino, unos y otros no tuvieron más opción que dedicarse a atacar y a defenderse mientras los problemas del país, los que realmente le interesan a la gente, crecen y crecen.
—No podemos seguir discutiendo la economía en clave de derechas e izquierdas.
—No podemos seguir discutiendo la seguridad en clave de derechas e izquierdas.
—No podemos seguir discutiendo la educación y la salud en clave de derechas e izquierdas.
—No podemos seguir discutiendo lo ambiental y lo internacional en clave de derechas e izquierdas.
Así de claro lo dijo Colombia.
Rodolfo Hernández era el único candidato de la primera vuelta que no era ni antiuribista, ni antipetrista, ni antiuribista y antipetrista.
Por eso y para eso, Colombia lo eligió.
Con Rodolfo no se trata de derrotar a Uribe ni de derrotar a Petro. Ese no es el problema del país.
La cosa es más sencilla:
—Se trata de cerrar un ciclo y abrir uno nuevo. Se trata de pasar una página de la Historia y abrir una nueva, en blanco, en la que podamos escribir el futuro entre todos, construyendo.
Eso sí, sin repetir los errores del pasado.