Que Colombia fuese Ruanda
Opinión

Que Colombia fuese Ruanda

Cartas a Horacio

Por:
junio 14, 2013
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Santiago, 11 de junio de 2013.

Querido Horacio:

No comienzo mis cartas hablándote del clima, porque después de tantos años sabes de sobra que en junio, en Chile, hace frío y que yo ya me acostumbré. Estoy, como siempre, apurada, pero quiero hablarte sobre lo que acabo de leer. La historia me conmovió hasta los huesos. Chris McGreal, reportero de The Guardian, regresó a Ruanda a poco de que se cumplan 20 años del genocidio en 1994.

Trataré de recordar lo que he leído sobre el asunto. No dudo que me corregirás si me equivoco. Sé que en 1961 Ruanda se independizó y el poder recayó en manos de uno de sus grupos étnicos, los hutu, quienes ejercieron su hegemonía sobre el otro grupo étnico del país, los tutsi. En abril de 1994, el avión en el que viajaba su presidente, Juvénal Habyarimana, fue derribado, y la muerte  del mandatario desencadenó la furia del ala más radical de los hutus. Aunque decir ala más radical impide la generalización, la masacre se perpetró en condiciones de desigualdad abismales, partiendo por el hecho de que los hutus siempre fueron mayoría étnica en Ruanda —aproximadamente un 80% —. La crueldad de los hutus dejó casi 800 000 tutsis muertos.

La crónica de McGreal, a 20 años de la tragedia, es impecable. Él narra su encuentro con familias de tutsis —víctimas— y con algunos hutus —victimarios— y va contando poco a poco cómo ambos, asesinos y víctimas, conviven juntos. Se encuentra, incluso, con un hutu que él mismo entrevistó 20 años atrás en su trabajo de reportería. ¿Cómo es posible esto? La respuesta está en un hombre Tharcisse Karugarama, actual Ministro de Justicia de Ruanda. Según cuenta McGreal, Karugarama se enfrentaba a un gran dilema. Las víctimas exigían justicia y castigo ejemplar para los asesinos, pero las prisiones estaban rebosantes con más de 150.000 asesinos y hasta los jueces y las cortes eran insuficientes. Aplicar justicia y castigo ejemplar sería, sin duda, no solo caro sino matemática y materialmente imposible. Con el apoyo del presidente de Ruanda, Paul Kagame (un militar acusado por cortes internacionales de ser el autor del asesinato de Habyarimana y perteneciente a la etnia tutsi), se llevó a cabo una especie de proceso de reconciliación. Se crearon por todo el país tribunales denominados gacaca con la idea de lograr que la mayoría de los asesinos reconocieran delante de las víctimas sus crímenes, como los cometieron y a quiénes asesinaron. Además de reconocer sus delitos, los asesinos deben pedir perdón “de corazón”; posteriormente, la corte deja en libertad a los confesos.

Por supuesto, esto no es fácil. Ni todos los asesinos están dispuestos a confesar, ni todas las víctimas están dispuestas a otorgar el perdón que les piden. Todavía cuando releo la crónica de McGreal intento ponerme en el lugar de esas víctimas y me da escalofrío imaginar el momento en que aceptan perdonar a quienes tan solo 20 años atrás —concedamos que la herida está fresca— eran sus verdugos. El caso de OdileKabayita fue el que más me impresionó. Resulta que Odile es hijo de un profesor de escuela que en el genocidio fue asesinado por quien fue uno de sus alumnos, ZachariaNiyorurema. Odile y Zacharia se encontraron en uno de los tantos gacaca que se hicieron. Zacharia le pidió perdón a Odile, le dijo: «yo maté a tu padre y te pido perdón». Odile le respondió que lo pensaría y finalmente aceptó perdonar a Zacharia. En compensación, Zacharia le ayudó a Odile en la construcción de su nueva casa.

Como te imaginarás, porque me conoces bien, la crónica la imprimí en mi trabajo y la fui leyendo en el metro, de camino a mi casa. O, más preciso, de camino al Instituto. Me aguanté las ganas de llorar con cada testimonio de los que recogió McGreal, porque la última vez que me bajé del metro, llorando por algo que leí, una de esas asistentes de andén casi no me deja seguir mi camino: me tapizó a preguntas porque suponía que yo me iba a tirar al tren, deprimida. Me pregunto: ¿es posible llegar a ese grado de perdón?; ¿te imaginas que en Colombia se hicieran gacaca? ¿Te imaginas?: guerrilleros y paramilitares confesando ante sus víctimas, toda clase de víctimas, que ellos asesinaron a sus familiares, que secuestraron y torturaron, luego pidiendo perdón y ayudándole a un campesino a reconstruir la vida que perdió porque fue desplazado. No, la verdad es que no puedo imaginármelo. Me entra la misma desconfianza que a tantos tutsis, como Madalena Mukariemeria, que se pregunta si será sincero el arrepentimiento de los criminales. Si no será una forma de asegurarse la libertad.

De todos los sentimientos humanos el perdón es el que más me cuesta entender. Pero, por lo que veo, es el que está salvando a un pueblo de caer en una espiral de odio… esa misma en la que está Colombia ahora.

Dime qué piensas. Por ahora, me voy a dormir.

Un abrazo,

Laura.

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