El país se encuentra inmerso en una ola de emociones colectivas, muy predecibles de acuerdo a las penosas realidades sociológicas, que padecen los colombianos de a pie, sin apellido, sin abolengo, sin educación, sin tierra, sin pasado, sin presente y sin futuro.
Claro que las sociedades por su instinto de conservación en algún lugar del tiempo y espacio explotan y recurren a medios cada vez más beligerantes para hacerse notar y sobre todo para llamar la atención de la clase política y del gobierno. La crisis es un fantasma que empieza por desmoronar la paciencia, la fe, el amor y el respeto de forma gradual y el único atenuante es encontrar el apoyo y el consenso del reclamo, la lucha sindical, obrera, estudiantil, gremial o de cualquier índole.
Todo inicia con un llamado de atención reflexivo, pero en la medida en que los egos del gobierno, no dejen interpretar de manera correcta el mensaje y el esfuerzo de la masa por comunicarse, habrá tierra fértil para el conflicto y las cosas podrían complicarse al punto de revueltas sociales extendidas y hasta las catastróficas e intestinas guerras civiles; la historia está saturada de ejemplos. La toma de la Bastilla por la arbitrariedad de las monarquías francesas, revolución haitiana por la esclavitud, el florero de Llorente ante el irrespeto colonial y el bogotazo tras el asesinato del relevante líder popular Jorge Eliécer Gaitán por mencionar algunos.
También hay que reconocer que tenemos un modelo económico que agrava el escenario, pues es evidente que favorece y privilegia a una minoría, hecho que resulta muy ofensivo para la gran mayoría de ciudadanos, podríamos simplificar el hecho con decir que es un modelo que protege la propiedad privada, pero de unos pocos, que propicia el emprenderismo, pero de unos pocos, que defiende la honra y derechos constitucionales, pero de unos pocos y así, sucesivamente, se va desnudando la aterradora realidad de una Colombia sofocada y de rodillas por la descomposición y abstraída en un libreto que lo omite y lo encubre todo con indiferencia.
Hay que agregar que también el territorio está gobernado en su mayoría por una clase política muy cosmética y artificial, que desconoce el escenario real del colombiano promedio, pues los políticos hacen parte de una elite muy enriquecida y activa en toda transacción financiera, ya que hace cajón y llave con la beatona plutocracia, que no es otra cosa que los ricos manejando los hilos del poder tras el telón ficticio de la democracia.
Muchos coinciden en afirmar que el congreso se debe reducir, al igual que su honorarios y ventajas generales, también hay que poner en limpio el círculo vicioso de yo te elijo y tú me exculpas jurídicamente, yo mismo establezco mi salario, mi régimen pensional etc.
Ligado a lo dicho, está el caso de Sarmiento Angulo y los grupos económicos, reconociendo que tienen gobierno y congreso de bolsillo, pues ellos financian presidentes y estos le devuelven el favor con exenciones tributarias, millonarios subsidios, el grueso de la contratación estatal, el manejo displicente del dinero de las pensiones de los aportantes nacionales, medios de comunicación privados, las concesiones viales más importantes y controlan la Anif y la Andi desde sus estructuras administrativas.
Con todo, se puede decir sin titubeos que Colombia está padeciendo un secuestro institucional y podría caer en el abismo sin fondo de la anarquía, todo por la codicia de unos pocos.
Lo ilógico sería que en esta exótica nación, donde es ilegal vender empanadas en la calle, donde los caballos de un expresidente comen y duermen mejor que el promedio de ciudadanos, donde el fiscal anticorrupción está preso por corrupto, donde policías le venden armas a las disidencias, donde coroneles protegen narcos en las bases militares, donde le regalan la plata a los ricos y tantos abusos más, se encuentre un solo argumento para no marchar.
La colectividad ya no reconoce como vándalos a los que rayan paredes, bienes del servicio público, quiebran cristales y tiran piedra, por la misma razón que el estado no reconoce como vándalos a los que destruyen a Colombia desde su coraza social, como los responsables de Reficar, Hidroituango, Chirajara y otros desvergonzados hechos de la corrupción de cuello blanco.
¡Que vivan los estudiantes! Con admiración debe gritarse ya que esta nueva sociedad juvenil no solo está cambiando el mapa político, otrora fortines de caciques huraños y mandamases, que veían la geografía nacional como una finca de su propiedad y a sus gentes como sus peones, pues también están cambiando la forma de expresarse, y de concebir una Colombia con derechos, sin miedo, con inteligencia, vigor y argumentos.
La reflexión es que el presidente Duque de no interpretar de manera correcta el mensaje de la ciudadanía, estaría jugando con fuego, es Colombia actualmente un polvorín de tristezas y desesperanza, de rabias y rencores, buscando una oportunidad en medio del hastío burocrático.
