Prohibido su expendio a menores.
Así es: per-ju-di-cial. Uno se propone, hace el esfuerzo, aporta lo que puede, estira nuca una que otra vez yen algún subidón patriótico, hasta tararea el conocido estribillo: ay, qué orgulloso me siento de haber nacido en mi tierra. Pero la realidad, tozuda, salta como liebre sobre el pentagrama por el que se desliza el bambuco de marras. Y lo vuelve añicos.
Colombia es una abuela desalmada y, sus niños, montones de cándidas Eréndiras –explotados, maltratados, desnutridos, desescolarizados…, cifras hay las que quieran, se encuentran por internet– a quienes el Estado ningunea y frente a quienes la sociedad se conmueve de ocasión.
Un país enfermo que, además –coincido con Alberto Salcedo–, da asco. Y que, además, no se atreve a mirarse al espejo, porque de antemano sabe que no le devolverá la imagen de ponqué con la que ha engolosinado al mundo. Le devolverá la de la barbarie en la que se cuece. Y eso molesta. Mejor mirar para otro lado y hacer gala de un optimismo hueco que se regodea con las flores, los pájaros, los bosques húmedos y el puñado de compatriotas de mostrar, los cuales –casi sin excepción– son producto de luchas solitarias que terminan por dejar en alto su nombre. El de Colombia quiero decir, para que los gobiernos de turno saquen provecho político y los colombianos despleguemos nuestro plumaje de pavos reales.
Ah, y que, además –ustedes me sabrán perdonar pero es que esta rabia que tengo conmigo y con los demás, por egoístas y tontarrones, me impide hoy ver el vaso medio lleno–, es esnobista hasta los tuétanos. Para ser Charlie nos arrebatamos los primeros puestos del pelotón puntero, pero para ser Samuel, Juliana, Laura Jimena o Déinner Alfredo, que se pisoteen allá en El Cóndor, a donde a duras penas llega la televisión, cuando la espectacularidad del acontecimiento lo amerita. Ahí sí, “el propio presidente Juan Manuel Santos dio la orden perentoria de esclarecer el crimen”, resaltan en una publicación de circulación nacional como si no fuera lo mínimo que le tocaba ordenar para dorar la evidencia de que al Estado que él administra, no hay que creerle nada en materia de protección, entre otras cosas. (Las denuncias de amenazas por parte del papá de los niños y el reciente incendio de su rancho cayeron en tierra árida, no hay manera de negarlo. Nimiedades en un país de fachada, acicalado para ser aceptado en la OCDE, entrar de refilón a la agenda de la Merkel y ganar concursos de lo que sea).
Un consejo de seguridad improvisado, si la tragedia tiene repercusión mediática; una comisión de alto nivel que viaje al lugar de los hechos y salga en los noticieros; una cumbre extraordinaria para salvar la niñez desde la Casa de Nariño; indignación, mucha indignación: “El país debería hacer sentir su malestar con marchas, mensajes en las redes sociales y un grito de exigencia para que se capture a los responsables”. “Este deplorable homicidio nos mata también un poco a nosotros, a esta sociedad”. “Episodios como este deben producir el repudio y la concientización de los ciudadanos”… (Blablablá, esta columna incluida). Y la gracia reina: la directora del ICBF comunicó por teléfono a Pablo –el único hermanito Vanegas sobreviviente–, desde el hospital de Florencia, con el presidente. “El menor no lo podía creer”, anota la publicación, sin detenerse a pensar que en medio de la tragedia presente y futura que agobia al herido, tal anécdota sí que es una nimiedad. Qué tristeza el protocolo bullanguero con el que se pretende matizar a posteriori lo que pudo no haber sido y fue. (¿Qué va a pasar con la historia de otra familia tronchada? Una vez se apaguen los reflectores, al Estado no lo vuelven a ver; tampoco a los funcionarios que, en representación del mismo, han estado tan compungidos últimamente).
Traje lo de Charlie Hebdo, no porque la matanza del Caquetá me parezca peor que la de Paris, o al contrario; los actos violentos son injustificables y únicos. Cada uno tiene rostros y nombres que deben ser identificados para que perduren en la frágil memoria colectiva. Ojalá todos fuéramos Caquetá. Aunque, ¿de qué serviría? La solidaridad es flor de un día, máxime en un país como el nuestro, perjudicial para la salud.
COPETE DE CREMA: Aquí cualquier iniciativa, por desinteresada que parezca, termina por ser contaminada. La marcha por la vida que promueve Mockus para el 8 de marzo es un ejemplo. Si es verdad o mentira que la convocatoria está financiada por el gobierno, mediante contrato firmado con la fundación Corpovisionarios –de la cual él es la cabeza–,para movilizar a los ciudadanos en favor de la paz, ya es asunto secundario. El mal está hecho, la duda quedó sembrada.15