Cuesta admitirlo, pero es verdad. Nos cambiaron a Colombia y no queremos aceptarlo.
Ha terminado el que proponemos llamar el “Mayo Trágico”. Y nos resistimos a entender lo que pasó. Porque nunca había pasado y por supuesto no queríamos que pasara nunca. Pero es hora de enfrentar esa realidad y de superarla. Con categorías mentales nuevas y diversas. Y con pleno conocimiento de causa.
Las cosas no pasan porque sí, de un momento a otro, sin anunciarse sobre el problemático tapete de la Historia.
Todo comienza cuando irrumpe el maldito mundo de la cocaína. La cocaína destruyó los valores tradicionales y los sustituyó por otros, irreconciliablemente antagónicos.
En lugar de trabajar, luchar, aprender, superarse en el camino de la vida, la cocaína propone el mundo de las coronadas. Todo se juega al azar del éxito de una empresa criminal. El que gana es rico, poderoso, dueño de todo y de todos. Los demás son unos infelices que deben atenerse a su suerte. La cocaína propone como paradigmas y modelos a Pablo Escobar, Rodríguez Gacha y los Rodríguez Orejuela. Es otra regla moral. Otra concepción del mundo en terminología alemana. Y eso se impone sobre masas ignaras, juventudes incapaces pero ambiciosas, políticos que lo quieren todo a bajo precio.
Dentro de ese mundo nuevo, la vida pierde todo valor. Los principios cristianos pierden lugar, la familia se destiñe o desaparece.
Al tiempo que pasaban estas cosas horrendas pero triunfantes y avasalladoras, la idea comunista, la de Gramsci, se desarrollaba a pasos siniestros. El comunismo no era nada. Cien mil votos en cada elección y nada más. Pero empieza su trabajo con la toma de instituciones, la ruina de los valores sagrados, el golpe contra el viejo mundo, atónito y caduco.
Y empieza nada menos que por tomarse la educación y la justicia. Fecode no es una organización sindical de menor monta. Representa todo un cambio social, inadvertido e implacable. Los jóvenes y los niños no aprenden nada, o muy poco, como los exámenes internacionales lo demuestran. La Pedagógica se hace famosa por las piedras que dispara y no por la calidad de los maestros que prepara. A estas alturas, quién lo creyera, graduamos de maestros a gente que ni siquiera se asoma al conocimiento de un segundo idioma. Lo demás viene por añadidura.
La justicia se sindicaliza, pero no para mejorar la calidad del juez, para abrirle espacios a nuevas y más altas concepciones del Derecho, para hacerlo más capaz de conocer las hondas e insuperables modificaciones de la vida social. En absoluto. Los jueces nuevos son menos letrados que quienes los antecedieron. Solo son más beligerantes y “combativos”. Basta repasar la vida y la obra de los Magistrados de la Corte Constitucional y de la Suprema de Justicia, para entender a fondo el problema. Es la mediocridad como sistema. El autoritarismo como medio para sobresalir. De la Corte que se hizo matar por defender principios y valores en aquel trágico noviembre de 1985, a las de hoy hay un abismo insondable. Y eso no es gratuito, por supuesto.
El Gobierno de Álvaro Uribe Vélez fue un alto en esa caída hacia el abismo. Por eso tiene tantos odios a las espaldas, tantas cuentas por pagar. Aquel trabajar, trabajar y trabajar es un ultraje a las nuevas corrientes imperantes. La seguridad como valor fundante de la sociedad, el desarrollo económico como sinónimo de paz, la libertad como sistema, resultan insoportables.
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A las nuevas corrientes imperantes, la seguridad como valor fundante de la sociedad, el desarrollo económico como sinónimo de paz, la libertad como sistema, resultan insoportables
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Mayo es el resultado de todo esta acumulación de desventuras. Tras el cuento de que es preciso oír a los jóvenes, a los que patean, incendian, atacan policías, destruyen Palacios de Justicia, Notarías, Alcaldías, cuanto encuentran a su paso, se esconde la suprema, terrible, escandalosa realidad: hay que abrirle paso al narcotráfico como sistema, a la violencia como activo social, al desprecio de la vida ajena, de la propiedad, del trabajo, de la tranquilidad y la paz, para que todo se ubique en ese mundo dramático donde se combinan la cocaína y el comunismo como nuevos nortes de la vida individual y colectiva.
Aquí no hay una insurgencia intelectual de generaciones pospuestas o humilladas. Ojalá que así fuera. Ya lo sabríamos. Cada dirigente del paro que habla es más incompetente, más abiertamente ignorante, más desafiante. Es, también, la mediocridad como sistema, la fuerza como norte y guía.
Cuando escribimos estas líneas, parecería que las cosas cambiaran. Nuestro Presidente ha descubierto que frente a esa Colombia que no queremos, hay otra, la grande, la invencible, la que acumula ríos inagotables de desprendimiento, de grandeza, de fe, dispuesta a hacerse oír.
Las manifestaciones de las camisas blancas y la presencia en las calles de los otros jóvenes, los que llevan cono orgullo el traje de los Libertadores, nos traen de regreso a la esperanza. Que así sea.