Los alborotos conocidos estos días en medio de la disputa por la presidencia de la República y a solo unas semanas de las elecciones para primera vuelta, marcan el ingreso de Colombia a lo que el experto, Manuel Castell, en su libro Comunicación y Poder, denomina como la política del escándalo.
Castell explica que, en general, la tendencia de la política hoy en día es que pasó de ejercerse en los partidos a hacerse fundamentalmente en los medios masivos de comunicación. Y el medio de comunicación de mayor consumo en países de América Latina como el nuestro es la televisión.
Al ser la televisión la nueva plaza pública donde hoy se ejerce la política, aparecer en sus pantallas comienza a ser uno de los principales retos de los políticos sobre todo cuando se encuentran en coyunturas electorales como la que vive actualmente el país. Y es justo en este momento, cuando sus asesores en comunicación juegan un rol determinante porque indican el camino a seguir para aparecer en la codiciada pantalla.
Por lo que se ha visto estos días, la apuesta de algunas campañas, paradójicamente de la misma ideología, ha sido jugar a la política del escándalo, que no es otra cosa que desprestigiar al o los contrincantes. Bajo la premisa de que las imágenes negativas tienen un efecto poderoso en los votantes se acude a la difamación como arma política.
Según Castell, se puede utilizar de varias formas: “cuestionando la integridad del candidato, tanto en su vida privada como en la pública; recordando a los votantes, explícita o subliminalmente, estereotipos negativos asociados a la personalidad del candidato (por ejemplo, que sea negro o musulmán en Estados Unidos o el Reino Unido); distorsionando las declaraciones o las posturas políticas del candidato de forma que parezcan chocar con los valores fundamentales del electorado; denunciando actividades ilegales o declaraciones controvertidas de personas u organizaciones relacionadas con el candidato, o revelando corrupción, ilegalidades o conductas inmorales en los partidos u organizaciones que apoyan una candidatura”.
En el caso de Colombia, los estereotipos negativos que han salido a relucir esta semana son un narcotraficante presuntamente vinculado con el asesor de una campaña y un supuesto guerrillero desmovilizado, cuyo contacto sería suministrado por otra campaña a un noticiero de televisión, quien denunciaría que el grupo guerrillero estaría obligando a los campesinos a votar por el candidato del otro partido político en contienda. Ciertamente esta es la versión criolla de la política del escándalo conceptualizada por Manuel Castell.
A la política del escándalo, según el experto, ha contribuido la tendencia de los medios de comunicación al infoentretenimiento, que fomenta el uso de escándalos como material informativo para atraer audiencia, y la debilidad de los partidos políticos, que se refleja en la poca militancia e identificación de los ciudadanos con alguno de ellos: cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
Los costos de esta forma de hacer política –de la que no escapan democracias como la de Estados Unidos o Europa occidental- son la creciente incredulidad de los ciudadanos en sus instituciones, en la política y en la democracia.
Sus resultados en una elección presidencial son inciertos. Castell dice que dependen de cada país. En mi opinión, podrían verse reflejados en el voto en blanco que, aunque fue protagonista en las pasadas elecciones a Congreso, pasó inadvertido en la información noticiosa. Amanecerá y veremos.