Colombia parece estar atrapada en bucle. Hoy, el país se debate al calor de las barras bravas de sectores políticos que se siente superiores moralmente. De ellos depende quien es ciudadano de bien y quien es pueblo. Cada bando tiene sus columnistas de opinión. Sus páginas de donde obtener información y desde luego, cada bando ataca con fiereza al columnista o medio contrario. A esta altura, se vive una crispación propia de una campaña electoral reñida sin siquiera estar cerca de ella. A pesar de cientos de años de guerras y un largo conflicto irregular, hemos aprendido muy poco.
El problema sigue siendo el Otro. Ya sea entendido como persona o como partido político. La superioridad moral aniquila la diferencia en desarrollo de una estrategia que enarbola la consigna: el que no está conmigo, contra mi está. Se habla en nombre de la verdad, la justicia, la democracia, cuando no, se asume como propia la voluntad del pueblo presentándose como los únicos capaces de entender de qué se habla. Los nuestros son tiempos de radicalismos exacerbados donde la duda es desechada por una fe que raya en el fanatismo. Dudar de los liderazgos no es una opción, al contrario, la militancia es total convirtiendo la existencia en una especie de búsqueda de una causa superior: el bien del país.
En busca de esa causa superior la interacción con Otros se convirtió en una cruzada, asumiendo que son los Otros los errados que necesitan redención. La causa superior trae consigo unos valores que deben moldear la sociedad. La situación es clara, la culpa de nuestras cuitas es precisamente el Otro. Y es que nos movemos entre derechosos e izquierdosos, entre guerrilleros y paracos. En esta puja, cada uno se esfuerza por recordar al Otro los delitos ligados a su corriente ideológica, el fracaso de sus aliados políticos, y lo perjudicial que ha sido su existencia para la sociedad y el país.
En medio de esta puja quedaron atrapados unas personas que renuentes a las formas de la contienda, se apartan en busca de otra cosa. Como decíamos, estos tiempos están marcados por radicalismos de todos los pelambres, de ahí que, posturas que busquen bajar los decibeles a la discusión son sinónimo de debilidad, inclusive, son vistos a manera de quinta columnistas por los bandos en disputa. Le hacen el juego al poder. Gracias a ustedes X o Y gobierna. La política por estos tiempos es una cuestión de fe, se debe militar sin dudar. Sin preguntar. Solo obedecer para lograr que los nuestros estén en el poder por el bien de todos. La política ya no tiene la necesidad de seducir al votante, ahora es éste quien debe seguir a rajas tablas el credo militante para evitar quedar en ese penoso lugar donde no habita nada: el centro. O eres de uno de los dos bandos en disputa o eres un comodín para el poder.
La cuestión compleja es que tanto derecha e izquierda son ideas y esas no sangran. No se pueden matar. Asimismo, estamos [condenados] a convivir con el Otro. No podemos matar a uno de los bandos para dejarle el país al resto. En consecuencia, deberíamos entender al Otro en una dimensión un tanto más amplia, sin marcarlo por no militar en la fe de uno de los bandos en contienda. Seducir sería mejor que pasarles factura a todos aquellos que por una razón u otra, no se sienten cómodos sumándose al zambapalos de barras bravas que se citan en redes para mostrar quien retuitea más. Ya viene siendo hora de pensar más y reaccionar menos.