Ante la estratégica ausencia de ellos a personajes que como en cuerpo ajeno se aprestan a ser elegidos en representación de sus padrinos políticos que les endosan sus votos simplemente para continuar usufructuando los beneficios del poder. Pero también aparecen en escena aquellos que en el pasado se alzaron en armas para protestar contra el establecimiento y contra los mismos políticos que hoy son sus contendores.
Los de siempre ya dejan ver sus pancartas, sus afiches, sus pautas y sus estrategias que nos son otra cosa que las mismas andanadas con las que se han sostenido en el poder: pago de recibos de servicios públicos, entrega de medicamentos y materiales de construcción. Poco se escucha sus doctrina o su ideología, mucho menos su plataforma política o sus propuestas. Basta con entregar algunos recursos económicos a los necesitados y esbozar unas cuantas promesas de algún contrato o cargo en alguna entidad pública. Lo demás es lo de menos por cuanto a la gente o, mejor dicho, al elector, lo que le interesa es resolver mediáticamente su necesidad de trabajo o conseguir unos pesos que le permitan llevar alguna tranquilidad a su hogar.
Los nuevos actores de la política colombiana, exguerrilleros o líderes sociales, deben hacer frente al fantasma, que no sabe qué es ni donde está, del “castrochavismo”, que no es otra cosa que el miedo que se inculca a los colombianos para que se siga eligiendo a los mismos corruptos de siempre. Toda intención de cambio o de discurso doctrinario se encuentra con la mentalidad prefabricada en los colombianos de un socialismo o de una perturbación económica y social que nos arrastrará al caos.
Todo indica que nos queda un solo camino: el de la política y los políticos tradicionales. Y esto se refleja en los jóvenes profesionales que en su angustia y necesidad de iniciar su vida laboral no tienen otro recurso ni más alternativa que mirar hacia el pasado y endosar su voluntad democrática por una simple promesa laboral. De nada les ha servido cursar estudios técnicos y científicos, pues al fin y al cabo todas las entidades públicas y estatales están en manos de aquellos que siempre han manipulado la conciencia ciudadana.
El caso de Colombia es patético, ocupamos el segundo lugar en inequidad en el mundo. Traducido a un lenguaje popular significa que mientras un porcentaje pequeño de la población obtiene grandes ingresos, otro sector de la población apenas puede sobrevivir. Unos ganan mucho y otros poco. Y eso nos vuelve vulnerables a los políticos tradicionales. La corrupción se pasea oronda por los pasillos del congreso, de las cortes, de las alcaldías y gobernaciones. Y la inequidad y la corrupción son elegidas en las urnas cuando depositamos nuestro voto por los mismos políticos que durante décadas nos han engañado con simples promesas electorales. Lo público se ha convertido en el andamiaje en el cual los políticos tradicionales se perpetúan en el congreso de la república. Eso hay que cambiar en esta Colombia del posconflicto pues no podemos medrar con las mismas llagas que durante tanto tiempo hemos tenido que soportar.
Nos queda la alternativa de la dignidad, esa lección que parece nunca nos enseñaron en las universidades o los hogares, y elegir democráticamente y en libertad de conciencia. La política del contrato o del empleo nos ha llevado por el sendero de la inequidad y la corrupción. ¿Ejerceremos los colombianos la ética y la dignidad en las próximas elecciones? El panorama es desalentador pues ya empiezo a ver a jóvenes profesionales cargando afiches y reclutando a sus familiares y amigos para votar por ese político tradicional que le ha ofrecido un contrato en una entidad pública. Parece lejos la patria que soñaba Jorge Eliécer Gaitán o Rafael Uribe Uribe. Pero también empiezo a escuchar a ese anciano que decepcionado y humillado de tanta inequidad que se atreve a expresar que no le da miedo el cambio y que elegirá en las urnas de una manera libre y soberana. Todo indica que los colombianos atravesamos el duro conflicto entre el pasado desesperanzador y el futuro envenenado de miedos y sobresaltos.