Qué días tan grises, tan rojos, tan negros y tan rosas.
Días de apatía, de desasosiego y de luto.
Días de convicción, de fortaleza y de triunfos.
Las muertes no paran. El virus de la inhumanidad sobrepasa al COVID-19.
Los gobernantes improvisan desde sus burbujas: erráticos y ridículos. Cambian su discurso como mejor les conviene de cara a las próximas elecciones. No solucionan nada ni tampoco pretenden hacerlo.
No aceptan que el cambio que muchos hemos querido ver desde siempre en Colombia ya está aquí.
Mientras tanto los jóvenes siguen en las calles. No se cansan. Oyen. Miran. Esperan. El tal comité del paro no los representa y el tal gobierno bruto, ciego, sordo y bocón mucho menos.
La debilidad de un presidente inexperto y ensimismado es hoy la fuerza de los que nunca encontraron un oído y decidieron ser voz y eco.
Los jóvenes y los que decidimos seguir siendo jóvenes siempre sorprendemos.
No nos limitamos a un discurso impuesto porque tenemos el nuestro. Si no vemos oportunidades las creamos, y sabemos que más allá de la propia vida, sin amor, sin dignidad y sin justicia solo hay muerte.
Nos desvelamos pensando en el futuro, madrugamos con Egan y su maglia rosa para darle color a nuestra historia y como él alzamos nuestros brazos, pero no para recibir un disparo o un golpe, sino para acercar nuestras manos al cielo.
Así pasamos nuestros días: entre el negro y el rosa. En un parpadeo de guerra y de paz.