“Me consta porque me lo contaron”. Así comenzaba mi abuela cada chisme o cada cuento que nos relataba y de esta forma, la vida me presentó lo que después conocí como una historiadora popular: una persona que mantiene viva nuestra memoria, que recoge nuestras voces, nuestros cuentos y recuerdos para convertirlos en relatos tan válidos e importantes para quienes los escuchamos, como la más larga y densa exposición de un historiador. Bueno, realmente no era tan válida como la palabra del señor historiador; en mi opinión lo era mucho más porque sus palabras nacían de la vivencia misma, de la experiencia y de la vida, por eso daban ganas de escucharla, nadie se paraba hasta que ella terminara su cuento, que además sabíamos tenía grandes toques de lo que algunos podrían llamar ficción, pero así se hace la memoria, con tanto amor como nuestra cocina, con toques de dulce o de sal según sea necesario para generar los sabores que queremos, porque no sólo recordamos con palabras, lo hacemos también y sobre todo, con emociones, pasiones, dolores, risas, amores y desamores.
Esas son las memorias, versiones acerca de nuestro pasado que se transforman permanentemente de acuerdo al momento de nuestras vidas en que los evoquemos. Versiones que no son verdaderas ni falsas, son versiones de cada quien, son formas de pensar el pasado a partir de las cuales interpretamos el presente y soñamos el futuro. Por esto la memoria más que un derecho es un deber para la construcción de una sociedad más justa y en paz, pues cada quien es su historia y si esta no se cuenta no existimos. Si mi versión del pasado no hace parte de nuestra sociedad, yo tampoco puedo hacerlo, sólo lo hacen mi nombre, mi cédula y mi posibilidad de ser sancionado por un código de policía donde cada falta tiene precio, pues ahora resulta que ser ciudadano mas que ser sujeto de derechos implica ser sujeto de multas.
Nuestras versiones del pasado definen la forma en que nos comportamos en el presente y nos proyectamos hacia el futuro. Uno de los ejemplos más claros y cercanos de ésta afirmación es precisamente el conflicto armado colombiano. Hay quienes afirman que es el resultado de un montón de gente muy mala, que nace por allá en los años treinta del siglo XX y que hacía los años sesenta, cuando ya entraban en su edad adulta, deciden organizarse. Según sus planteamientos, su propósito, era asesinar, porque esto les dictaba su alma enferma, ponen bombas y hacen daño a quienes se encontraban en el camino de manera indiscriminada. Ante ésta situación no hay más opción que asesinarlos a todos, pues con alguien que solo lleva maldad en su interior no se puede hablar, no entienden razones, nacieron enfermos de terrorismo y eso no se cura. La gran paradoja es que el día los buenos maten a todos los malos, tendremos un mundo lleno de asesinos, buenos -según ellos-, pero asesinos.
Hay también quienes afirman que la historia fue distinta, que en un momento los liberales y los conservadores, para apaciguar la violencia desmedida que ellos mismos habían causado, decidieron construir una salida política repartiendose el poder. Fue así como se “afianzó la democracia” en Colombia, por medio de un pacto de alternancia de poderes, llamado el Frente Nacional, según el cual cada uno de los dos partidos sería presidente por un periodo, después el otro y así sucesivamente durante 16 años. También se repartieron la burocracia del Estado, mitad y mitad para cada partido. Esto sería salomónico y democrático en un territorio donde solo habitaran liberales y conservadores. Este no es el caso de Colombia, habitado por más personas fuera de los dos partidos que a sangre y fuego se habían ganado el derecho a ser presidentes. A estas personas se les restringió la posibilidad de aspirar a ser gobierno, por lo menos a través de la vía electoral. Hasta que un día, casi gana el candidato de la Alianza Nacional Popular -ANAPO-: el general Gustavo Rojas Pinilla. Sin embargo, debido a una falla técnica -en la democracia- no pudo ser; se fue la electricidad y al volver, iba ganando un tal Misael Pastrana, padre de un tal Andrés, ambos militantes de un tal partido Conservador.
Durante esos años marcados por la exclusión política -como todos los demás en nuestro país- nacieron las guerrillas del ELN, las FARC, el EPL, el Quintín Lame y el M19, entre otras. Al parecer es solo una gran casualidad, pero en caso de que el nacimiento de estas guerrillas tuviese algo que ver con esa exclusión que pactaron los dos partidos que hoy velan por la moral y las buenas costumbres en nuestro país, a quienes no se le dieron cinco curules, sino todo el senado, la cámara y la presidencia, el conflicto en Colombia sólo podría solucionarse ampliando las posibilidades de participación política por las vías de la democracia, pues como dicen los abogados, las cosas se deshacen como se hacen.
Es por esto que hoy pienso con mucho dolor en el pasado y mucha esperanza en el futuro, que Colombia más en un posconflicto se encuentra, en el mejor de los casos, en un pre-conflicto, pues los conflictos son el resultado del encuentro entre las diferencias y en este país, al diferente se le ha aniquilado. Esa es la dinámica de la guerra, la aniquilación del contrario y en ese momento, además de la persona, muere la posibilidad del conflicto. Si todo sale bien, a partir de este año comenzaremos a recibir nuevamente en la “vida civil”, a muchas personas que piensan y sienten distinto, que sueñan otra sociedad posible, otra forma de vivir y convivir, formas con las que posiblemente no estemos de acuerdo pero que al no estarlo dan vida al más importante de los motores de una sociedad: los conflictos, el maravilloso encuentro entre las diferencias.