La rama verde es un símbolo universal de regeneración y de inmortalidad. Era una tradición oriental aclamar a los héroes y a los grandes blandiendo ramos verdes, que simbolizan la inmortalidad de su gloria. En la tradición cristiana, una alfombra de ramos o unos ramos agitados simbolizan el homenaje al triunfador: “Las muchedumbres vienen con flores y palmas al encuentro del Redentor. Rinden un justo homenaje al triunfo del vencedor. Las naciones celebran al Hijo de Dios. En alabanza de Cristo resuenan las voces hasta el cielo: ¡Hosanna en las alturas” (¡el Dios del Cielo nos salve!). La ceremonia cristiana del domingo de ramos interioriza perfectamente, entre los ramos verdes de la procesión y del leño seco de la cruz en la pasión de Cristo, la victoria de la Vida y del Amor, “la primavera de la vida que vence la hostilidad del desierto y permite la floración de la esperanza”.
Al iniciar la Semana Mayor 2014, el llamado a la regeneración y a la reconciliación con la vida, especialmente con la misma vida humana que compartimos como personas desde el vientre de una madre hasta el retorno al vientre de la tierra, se convierte en alerta roja sobre los caminos por los que nos hemos convertido en una nación que está en guerra contra la vida humana; en guerra contra el tejido social que la sustenta y educa en la familia; contra el tejido ciudadano que consolida la vida en la ciudad y el campo; contra el trabajo humano que ocupa a todos los hijos de una nación en las herramientas creativas de un bienestar integral e incluyente y no en las armas y artimañas de los conflictos violentos y la depredación del hábitat nacional.
Recursos naturales, familia, ciudadanía y armamentismo de civiles, especialmente de las generaciones jóvenes, son los campos de batallas a favor de la vida que llama la Iglesia a identificar, desde esta Semana Mayor 2014. ¿Conocemos los “carteles” de importación masiva de maquinaria minera que hay detrás de concesiones y permisos y de la minería ilegal? Ellos, asestan un duro golpe a la expectativa de vida sostenible en la geografía patria. ¿Identificamos los intereses comerciales que se mueven en torno a la promoción de la sexualidad sin límites, el abandono de la identidad de género y de la vocación al matrimonio y la familia? ¿Somos conscientes de la contradicción existente entre el crecimiento de la macro-economía y el crecimiento espantoso de la ilegalidad y la corrupción, de la industria del asesinato y el mercado de armas que se absorbe a las generaciones excluidas del ingreso y las oportunidades?
Estos interrogantes nos lleven a identificar el verdadero conflicto que vivimos los colombianos, que no se agota en lo que llamamos “conflicto armado interno”, sino que se esconde en verdaderas estrategias de enriquecimiento insaciable y de exterminio de la población que ocupa los territorios declarados por ellos como objetivos económicos. El terror se convierte en el arma del despojo. La codicia se convierte en depredación de la vida humana y de los recursos naturales, en corrupción pública y privada, en política de división y engaño que aleja al pueblo colombiano de la verdad de sus conflictos y de la solución colectiva de los mismos.
Como al final del diluvio, cuando la paloma trae en su pico la rama verde de olivo (Génesis 8,11), el mensaje de esperanza, de perdón, de paz recobrada y regeneración emprendida por todos, llegue al corazón de todos nosotros. Amén.
+Darío de Jesús Monsalve Mejía, Arzobispo de Cali.
