León Valencia, director de la Fundación Paz y Reconciliación. Miembro del grupo de memoria histórica. Escritor y analista político.
Por: Món Sanromà
Técnico del Instituto Catalán Internacional para la Paz
León Valencia fue miembro del comando central del grupo guerrillero ELN en los ochenta. En 1994 participó en la firma de un acuerdo de paz con el gobierno nacio- nal. En su faceta de escritor, es columnista en varios medios de comunicación y ha publicado diversos libros de carácter político. Ha participado en la fundación de la Corporación Arco Iris, un centro de pensamiento, investigación y acción social para la reconciliación, y de la Fundación Paz y Reconciliación, que tiene el propósito de generar conocimiento cualificado para la incidencia en los debates políticos, sociales y económicos del país como mecanismo para aportar a la construcción de la paz y la reconciliación nacional.
Su trayectoria está marcada por los años que pasó dentro del ELN
¿Cómo recuerda esa época de su vida?
Hace ahora veinte años, en 1994, que hicimos el tratado de paz. Recuerdo que tuve que reflexionar sobre la escala de valores, en qué lugar estaba la justicia social, la re- volución, la inclusión de la gente, la democracia... En la guerrilla aprendí a valorar la vida. Recuerdo que cada vez íbamos hacia una violencia más irracional, más sucia… Las víctimas principales del conflicto eran la población civil. Ya no era una confron- tación con el estado sino las elites matando a gente. Desde el lado de las guerrillas se estaba matando a líderes sociales, políticos indefensos… El enorme dolor que causaba sobre la población civil me espantó, además, no había un horizonte de triunfo militar, no había transformación ni cambios, no tenía futuro.
¿Qué le hizo salir de la ELN? ¿Cuándo decidió que era suficiente?
Hubo dos hechos importantes. Por un lado, en 1988 vivimos una dolorosa masacre en Segovia, donde militares aliados con un sector político se hicieron pasar por paramili- tares, mataron a 45 personas e hirieron a 47 más sólo porque la gente del pueblo había votado a las izquierdas. Nuestra guerrilla era poderosa: tenía más de 10.000 efecti- vos, recibía dinero del petróleo y teníamos el comando central a sólo tres quilómetros del lugar de los hechos, pero, aun así, no pudimos evitar la matanza. Por otro lado, la guerrilla mató a un obispo. La organización que yo dirigía era de origen católico y estaba comandada por el cura Manuel Pérez Martínez. En consecuencia, me pareció una barbarie que la guerrilla matase a un obispo con la justificación de que tenía una ideología de derechas. Nosotros quedamos con esa foto y con la absurda justificación. Fue muy triste. Me di cuenta que no era mi causa política, que estaba demasiado envenenada y que era impotente militarmente. Todo eso me llevó a que desistiese y empezase las negociaciones de paz.
"Nosotros nos metemos en el debate público y nos arri- esgamos porque creemos que hay que sacudir a la soci- edad colombiana."
Pasados veinte años, ¿Cómo lo ve ahora?
Creo que se ha confirmado lo que predecía. La guerra ha causado una gran cantidad de víctimas. Estoy contento de haberme retirado. Se ha confirmado que no hay una salida militar: ni el gobierno ni las guerrillas pueden triunfar. Es un empate doloroso para Colombia y la única salida es la política.
Usted ha liderado varias investigaciones sobre la parapolítica, ¿Es este fenómeno la gran tragedia de Colombia?
Es la otra cara de la moneda colombiana. En este país hay una doble tragedia. Por un lado la guerrilla dispara contra la democracia, desde fuera, pero por otro lado hay gente que dispara contra la democracia desde dentro: políticos que se han aliado con fuerzas ilegales, con narcos, etc. para conseguir poder local e influir en el poder naci- onal. Y los disparos desde dentro fueron más eficaces que los de la misma guerrilla: la guerrilla no pudo golpear las instituciones de manera definitiva, pero estas fuerzas sí. Nosotros hacemos investigaciones puramente académicas sobre la parapolítica. Actualmente hay 61 parlamentarios condenados y 67 investigados por este tema. Si sumamos alcaldías y otros cargos tenemos unos 500 políticos legales condenados o investigados.
¿Qué papel deben tener los parapolíticos en el proceso de paz?
Hay distintos grados de parapolíticos. Algunos usaron alianzas por motivos electo- rales, otros movieron grandes cantidades de dinero de la mafia, otros participaron en crímenes enormes y masacres… La reconsideración de Colombia, la transición al posconflicto, no es sólo un pacto con las guerrillas sino también con la democracia y las elites colombianas que se han aliado con mafias y grupos ilegales. Ese es el enorme reto de la reconciliación.
¿Cuál es el principal mensaje que quiere transmitir con su trabajo y con el de la Corporación Arco Iris y la Fundación Paz y Reconciliación?
La Corporación Arco Iris es una ONG con labores sociales. Se ocupa de reinsertados, de socios, de las comunidades… En la Fundación Paz y Reconciliación investigamos sobre posconflicto. Hay dos cosas que quiero destacar. Por un lado, la investigación social debe tener un servicio al debate público. Los libros y las reflexiones no son para estar en las estanterías sino para el debate y el servicio público. Así que intentamos que nuestras investigaciones tengan un impacto mediático y en la sociedad. Por otro lado, hay que ir más allá de la investigación y poner nombre a los fenómenos. Al ha- cerlo hemos puesto en peligro nuestra seguridad y hemos recibido amenazas, pero hemos conseguido que la sociedad reaccione. Hay miedo entre la comunidad investi- gadora de Colombia, y con razón. Los grandes centros de las principales universida- des no se atreven a tratar ciertos temas y no tienen suficiente impacto. Nosotros nos metemos en el debate público y nos arriesgamos, porque creemos que hay que sacudir a la sociedad colombiana.
“Con Uribe hay que hacer dos cosas. Primero hay que derrotarle políticamente en sus aspiraciones de acabar con el proceso paz. Pero después hay que llamarle a la reconciliación.”
Usted ha entrado con una dialéctica con el ex presidente Álvaro Uribe.
¿Qué rol está jugando en el proceso de paz?
Uribe está en una batalla contra el proceso de paz de La Habana, es un francotirador político contra las negociaciones. Él cree que la solución es militar. Lo intentó, no pudo, pero quiere volver a intentarlo. Ha filtrado las negociaciones secretas que se estaban desarrollando y el borrador del acuerdo con el ánimo de abortar el proceso; se ha inventado que el comisionado de paz, Sergio Jaramillo, estaba negociando con las FARC un secuestro en Cuba; ha hecho públicas las coordenadas donde las fuerzas militares debían recoger a dos de los delegados de las FARC y llevarlos a La Habana; ha ido a la Corte de La Haya, en cabeza del procurador Ordóñez, a litigar contra el proceso de paz, con el argumento de que se está gestando un pacto de impunidad… Se ha opuesto con argumentos legítimos pero también ilegítimos, y ha intentado una guerra sucia.
¿Se puede conseguir la reconciliación sin la cooperación de Álvaro Uribe?
Con Uribe hay que hacer dos cosas. Primero hay que derrotarle políticamente en sus aspiraciones d acabar con el proceso paz. Pero después hay que llamarle a la reconcili- ación. Él representa los ganaderos, los empresarios del mundo agrario, los latifundis- tas, las élites políticas regionales… Son una parte dura pero poderosa, los necesitamos y hay que incluirlos en el proceso.
¿Es positivo respecto al futuro de Colombia? ¿Qué escenarios de posconflicto prevé?
Yo creo que va a haber un acuerdo con las FARC y el ELN. Vamos a tener un poscon- flicto largo y difícil pero todavía no tenemos la conciencia sobre él. Hay que destacar dos cosas respecto a esto. Por un lado, el proceso de paz en curso cambiará la historia del país. Pero por otro lado, tenemos una sociedad que ha vivido de espaldas a los cambios que se han dado en Suramérica y que, independientemente de las conversa- ciones de La Habana, tiene unas demandas. La dificultad es que no hay sujeto político que encabece este cambio. No hay una izquierda con músculo para encabezar una transformación y en las élites políticas no hay un sector reformista. El más reformista es Santos, pero es un reformismo, tímido, sin uñas y pálido.
Vea el texto completo publicado por el ICIP en este enlace