El 29 de marzo pasado Colombia disputó con Venezuela el último lugar del grupo de países sudamericanos a participar en el Mundial de fútbol Qatar 2022. Los ‘chamos’ ya estaban eliminados y aunque nuestro país ganó, no clasificó.
El recorrido para la intentona por alcanzar ese privilegiado lugar fue largo y su análisis es asunto de expertos. Dicen que Colombia es un país con cincuenta y cinco millones de directores técnicos… Además de ella, Perú también aspiraba al honroso lugar.
Las posibilidades para Colombia dependían de un cruce de pérdidas y ganancias propias y ajenas, de eventuales puntos sumados o no… En fin, de lo que los entendidos, con una atemorizante y extraña palabra, denominan “repechaje”.
A mí se me parece bastante a despecho. En todo caso, en términos de probabilidades, en una escala de uno a diez, ocho o más iban en contra y solo dos o tres a favor. La clasificación pues, se relacionaba con factores externos.
Esta historia se repite con mucha frecuencia. Desde mi primer partido mundialista (por allá en 1966), hasta la fecha, no recuerdo haber visto nunca a Brasil, Argentina o a ciertos países europeos enfrentando tales afugias.
Siempre ocupan por derecho propio las posiciones destacadas y las intermedias en las tablas de clasificación locales. No hago una comparación sub-estimativa, sino contextual porque Colombia ha llegado antes a mundiales, lo cual quiere decir que no tiene que envidiar nada a nadie.
Algunos de los jugadores que componen la selección nacional están entre los mejores del mundo. Por eso cuando se esfuman las esperanzas, como acaba de ocurrir, no pienso que el fracaso se deba a inferioridades esenciales o personales de ninguna clase, sino a factores más avenidos con procedimientos que afectan el desempeño de los jugadores.
Son esas circunstancias, como dije atrás, las que deben ser objeto de análisis por los expertos. Yo no soy aficionado al fútbol, mucho menos fanático, pero aun ni en el caso extremo de no ver los partidos me salvaría de verme afectado por las ‘vibras’ de esa religión llamada fútbol que reclama un dios. Tal vez por eso mi percepción de este deporte, así como el valor emocional de que Colombia clasifique (o no) es muy elemental y atrevida por la ignorancia que la suscita.
Siempre que Colombia ha participado en eliminatorias mundialistas he abrigado el oculto deseo que sea eliminada y, cuando ha ocurrido, como es usual, mi mente exhala un ‘Ufff… ¡Qué alivio!’ La verdad sea dicha, no soy mal patriota o algo peor con ‘mal’ como prefijo.
El motivo de esta confesión con la que me expongo a un linchamiento público es en realidad muy loable. Tiene que ver con que siempre que eliminan a Colombia la gente queda relajada, el país tranquilo gozándose el campeonato en paz, como algo distante, ajeno. No se presentan los desórdenes tumultuosos y violentos provocados por las victorias, ya sea en los encuentros de la primera fase, o de octavos de final con su saldo de docenas de accidentes automovilísticos, vandalismo y riñas violentas, congestión en ciudades y veredas, docenas de heridos y hasta muertos, porque lamentablemente así se celebra todo en nuestro país: embriagándose hasta el embrutecimiento.
Nada de eso pasa cuando eliminan a ‘nuestro onceno’. Si se han dado tales tragedias por resultados de partidos entre equipos del silvestre rentado nacional, ¿qué podría esperarse si en alguna ocasión llegáramos a semifinales, o lo que es peor, a una final de la copa mundo? ¡Ni pensarlo! Resulta tranquilizador que ninguno de nuestros flamantes ‘combinados’ se haya acercado a esos límites.
La nota curiosa de la eliminatoria a Qatar 2022 la puso Reinaldo Rueda desde cuando asumió como director técnico y según mi modesta opinión es esta. Hasta vísperas de la derrota ante Perú, Rueda se la pasó todo el tiempo defendiendo una especie de minimalismo técnico cuya línea gruesa consistía en reivindicar como meritorio un cuarto lugar logrado a punta de empates.
Como si se pudiera clasificar a un mundial de fútbol pasando de agache, sin ganar partidos. Lo más gracioso fue que hasta ‘el Pibe’, siempre tan agudo y mordaz en sus críticas, cayó en esa falacia. No sería justo olvidar la desastrosa gestión a distancia de Carlos Queiroz. ¿Con la tácita complicidad de la FEDEFÚTBOL? Después vino la debacle ante Argentina; todos la vieron, pero nadie dijo nada.
Al contrario, la muy humanitaria actitud (que me pareció bien), fue seguir apoyando a ‘la tricolor’: ‘todavía hay esperanza’, dijeron algunos; ‘sí se puede’, ‘¡vamos Colombia!’, exclamaron otros. No se podía recurrir a una mejor terapia de autoayuda y superación colectiva (si es que eso existe).
Los más realistas y prudentes hacían cuentas sumando y quitando posibles puntos (propios y ajenos), o cuadrando probables, incluso fantasiosas tablas de posiciones. Sucedía como si nadie quisiera enfrentar la verdad o, lo que es peor, que a pesar de todo hubiera que hablar bien de lo que estaba mal.
Otra gran ‘virtud’ de los colombianos que a veces, lamentablemente, aplica para los problemas sociales, económicos y políticos que nos aquejan como una pandemia sistémica. Otro buen ejemplo futbolístico es que hasta la víspera del encuentro con Bolivia (24 de marzo) los hinchas eran optimistas a pesar de que la selección contabilizaba ¡siete partidos! sin anotar un solo gol.
Y es que para un ignorante supino del fútbol como lo es quien escribe esta ‘nota ciudadana’ (que a lo mejor no publican) resulta incomprensible cómo es que integrantes del ‘seleccionado patrio’ que son cracs, goleadores en algunos de los mejores equipos europeos, que a su vez están entre los mejores futbolistas del mundo, no anoten cuando integran la escuadra nacional.
De igual manera me resultaría incomprensible que Neymar, Lewandowski, o Cristiano Ronaldo dejaran de hacer en sus selecciones lo que hacen en ‘el Barsa’, el Bayern Munich, o el Real Madrid. Por situaciones menos graves los equipos de Brasil y Argentina han ‘pasado por las verdes y las maduras’ con su fanaticada, y han rodado cabezas de directores técnicos y demás integrantes de la plantilla auxiliar y de apoyo. Para rematar, en ocasiones he escuchado una opinión que me resulta más enigmática que un ideograma chino.
Es esta: ‘Colombia perdió, pero jugó mejor’. Ante ella siempre guardo un compungido silencio pues por lo general la oigo en un ambiente donde soy el único ignaro en materia de fútbol.
Sin embargo, en mis corrosivas neuronas no deja de bailar una pregunta que nunca (hasta ahora) había formulado: ‘¿cómo hacer para que Colombia gane jugando mal, y que pierda el que juega bien?’ Permítanme dejar ese modesto aporte de neófito a cualquier director técnico de una futura selección mundialista.
El triunfo ante Bolivia hizo que revivieran las expectativas y esperanzas, pero, aun así, incluso ganándole a Venezuela, como efectivamente sucedió, todo seguiría dependiendo de un avatar ajeno: el resultado entre Perú y Uruguay.
Fue por eso que derrotar a Bolivia tres a cero y a los ‘vino tinto’ por la mínima diferencia, en realidad fueron victorias pírricas que apenas alcanzaban para mantenerse a flote. Cuando se llega a tan frágil equilibrio es de esperarse que ocurra lo peor, y lo peor pasó: Perú ganó y Colombia quedó eliminada.
La declaración de ‘James’ después del partido no deja de ser tan chirle como graciosa: “con los jugadores que tenemos no es algo justo, pero…” Yo diría que más bien, lo que no es justo es que ‘con los jugadores que tenemos’, tanto ellos como el país entero aspiraran a clasificar jugando como se jugaron los partidos iniciales de la etapa de Carlitos Queiroz a quien, entre otras cosas, hubo que resarcir por su despido ¡como si él hubiera sido la víctima! ‘Hombe, James’, ni siquiera de un equipo formado por arcángeles y dirigido por San Pedro se puede esperar un desastre menor si los resultados preliminares son frágiles, erráticos y llevan a depender, no de lo propio, sino de lo ajeno.
A mí se me ocurre que el asunto se parece a una cadena oxidada cuyo primer eslabón tal vez se encuentre en algún momento de la desafortunada dirección técnica del frígido, arrogante, y grosero Queiroz, y el último… ¿En Reinaldo Rueda? ¿En jugadores que son estrellas en Europa y otros continentes y regiones del planeta, pero fallan como coequiperos? ¿Y qué tienen que ver en todo esto los flamantes burócratas de la Federación Nacional de Fútbol?
Seguro que después de esta ‘leche derramada’ saldrán a relucir tales y otras preguntas e inquietudes… Como casi siempre pasa: cuando ya no se puede hacer nada. Tal como acontece con las masacres y asesinatos de líderes sociales, cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad.
No quiero quedar como ‘el patito feo’ de los intérpretes y comentaristas de lo ocurrido, por eso voy a colocar mi grano de arena en la necesaria dosis de auto-ayuda y superación personal que debe distinguirme como buen patriota, no uno malo o algo peor, y lo digo con la misma sinceridad y entusiasmo de los muchos que gritaban: ¡‘vamos Colombia, sí se puede!, después de siete partidos sin goles, y antes de las aisladas, fugaces victorias frente a Bolivia y Venezuela, y del resultado entre Perú y Uruguay... Esta es mi hipótesis:
Colombia será campeón mundial en 2026. Disculpen mi ingenuidad, pero estoy tan convencido de eso como de esta otra verdad de a puño: solo James Rodríguez irá a Qatar 2022. Se acordarán de mí cuando lo vean cómodamente instalado, muy orondo y muy majo, con su encantadora actitud de niño bueno en las graderías de los monumentales, casi de ciencia ficción estadios cataríes, haciendo parte del animado público. Muerto de la risa.