En los caminos que recorremos hoy siempre tenemos la mirada enfocando al cielo. Nuestros caminantes vuelan, cantan, se posan en ramas y a veces hasta parecieran coquetear con la retina y la cámara. Se saben majestuosos, se saben criaturas que nos enlazan directamente con esa arcadia paradisiaca de todos aquellos creemos que hay un bien y un mal, y que el bien lleva el sello personal e intransferible del Sumo Hacedor, más que presunto padre de semejante derroche de armonía y belleza natural. Colombia debería sentirse muy orgullosa de haber sido elegida entre todas las naciones de la tierra como puntera en la materia. Este país es en cierto modo un consentido de Dios.
Nuestros caminantes de hoy son cazadores, pero de sensaciones; disparan, pero el resultado del tiro no es muerte, sino belleza plástica. Son los aficionados a presenciar y en su caso fotografiar uno de los espectáculos de mayor cromatismo que la naturaleza brinda y del cual Colombia puede presumir de ocupar el número uno mundial, ya que no hay otro rincón del planeta que presente mayor diversidad de aves. Para hacernos una idea de ello, baste decir que tan solo el departamento de Caldas alberga un total de 950 especies diferentes, superando ya en 73 especies a la no muy lejana Costa Rica, un país con gran desarrollo de actividades relacionadas con el turismo de la naturaleza. Algunas cifras que pude recoger de fuentes fiables aseguran que alrededor del mundo unos 100 millones de personas son fieles devotos de recrear cuerpo y alma con tan hermosa afición, que movería en torno a los 30.000 millones de dólares cada año.
Sara es empleada de un gran banco nacional en la capital colombiana y a la vez una apasionada de las aves, a las que dedica todo su tiempo libre. Al poco de contactar con ella deduje que era la guía perfecta. Conoce los destinos donde poder avistar aves como la palma de su mano y me habla sin parar con un entusiasmo que contagia. Sus ojos cafeteros se abren con la misma intensidad que lo deben hacer cuando empuña sus binoculares en las inmediaciones de su Manizales natal en un lugar llamado Aralcal, una finca de doce hectáreas en cuyo bosque habitan más de ciento cincuenta especies de aves.
Lo primero que uno escucha es el énfasis de esta bella caldense en el liderazgo estadístico colombiano: número uno mundial en diversidad con cerca de 1.900 de las 9.000 especies de aves de la tierra, y tercera en especies endémicas, que suman 70, por detrás de Brasil (203) y Perú (105). A cada cifra la sucede un gesto de satisfacción, una alusión a esa sensación única de hacer simbiosis con el entorno natural, de dejarse llevar por la invasión de color que inunda la retina, de ver como esas criaturas pueblan los ecosistemas y se desenvuelven en su hábitat natural. Colombia es el paraíso para los observadores de aves. Lo ha repetido cinco veces en apenas quince minutos.
Una de las ventajas que invitan a introducirse en esta plácida actividad es que en Colombia no hay que caminar mucho para poder acceder a un lugar donde avistar aves. De hecho mi experta voluntaria lo hace prácticamente sin salir de Bogotá, pero también podría hacerlo cerca de cualquier otra de las principales urbes del país. La rica y diversa orografía nacional está repleta de santuarios de la observación, los páramos andinos, las selvas del Amazonas o de la región del Chocó, los Llanos Orientales, los valles del Eje Cafetero, las costas del Caribe, la Sierra Nevada de Santa Marta, etc. A veces dentro de alguno de los parques naturales, o a veces en parajes aislados, existen empresas turísticas especializadas y guías fabulosos que le transportarán a una experiencia inolvidable en cualquiera de estas regiones.
Buscar y dejarse guiar por uno de estos profesionales es uno de los principales consejos de Sara para cualquier persona que en esta lectura vea despertadas las ganas de poder sentarse en una de estas exclusivas tribunas naturales. De todas formas, aquí reproduzco algunas de las normas básicas que ella recita de memoria. El equipo imprescindible consta de binoculares, aunque un pequeño telescopio portátil con trípode puede hacer la experiencia más intensa. Calzado adecuado para las caminatas, bebidas para hidratarse adecuadamente, y una pequeña libreta para hacer anotaciones. Por supuesto sin olvidarnos de la cámara fotográfica con zoom, una tarjeta de amplia memoria, y dedo listo y en forma para disparar a discreción.
Según se recoge en el sitio oficial de promoción turística, en lo que va de siglo se han encontrado seis nuevas especies de aves en Colombia en un proceso sin prisa pero sin pausa. Entre ellas un nuevo tipo de colibrí, la especie favorita de mi interlocutora junto a las guacamayas. Entre ambas se da un derroche de color y belleza plástica que justifican sin duda la devoción de esta gran aficionada, cuyo próximo viaje tiene como destino la Sierra Nevada de Santa Marta. Cuarta vez que se desplaza al norte de Colombia con todo su equipo listo para saborear su pasión ornitológica. Los datos científicos justifican de sobra el viaje de Sara. Con 635 especies de aves registradas, 132 especies migratorias registradas, posee aproximadamente el 35% de las aves de Colombia en tan sólo un 1,48% de su territorio. Además de eso, es un importante centro de endemismo, 36 especies de aves de rango restringido a estas montañas, 18 de las cuales presentan riesgo de extinción en el planeta, otras 22 presentan el mismo problema en este caso de riesgo de extinción en el territorio colombiano. Periquitos, colibríes, gralarias, atrapamoscas y tapaculos son cuatro nombres que salen de manera espontánea del emocionante timbre de voz de quien empieza ya a vivir en la víspera de la partida el éxtasis de esta nueva aventura en pos de un gran espectáculo natural.
No podemos olvidar la tierra de tan gentil colaboradora, tierra elegida para poder experimentar en persona tal prodigio. El Eje Cafetero, del que nos ocupamos no hace mucho, es a su vez un eje paradisiaco para el avistamiento de aves, y Sara hace patria chica en todo momento. Ya cité más arriba la cercana finca de Aralcal, ahora hay que referirse a esa célebre extensión de verdor y espigadas palmas de cera que se conoce como Valle del Cocora, en Quindío. Por allí ubicamos la reserva Natural de La Patasola y las Veredas Palestina y El Agrado en Salento; la Reserva Natural de Bremen entre Circasia y Filandia, la Reserva Natural El Ocaso en Quimbaya; las reservas El Mirador y El Jardín en Génova y algunos sectores del río La Vieja como el Valle de Maravelez, Puerto Alejandría y Piedras de Moler.
Por aquí abundan las Tangaras, preciosas criaturas de colorido intenso, me quedo sin aire, henchido de admiración, en el momento que Sara me pone frente a ellas. Bien madrugados, la primavera eterna de este suelo, tras un café tinto delicioso, marchamos camino de tan exótica marcha. Aquí, cámara en mano, ojo al apunte, es donde empieza uno a entender que este espectáculo natural deviene en arte cuando de plasmarlo se trata, sea en fotografía o en las hábiles manos de algunos artistas plásticos. Nidos, cantos, vuelos, poses, una sinfonía completa que se interpreta en un mágico y envolvente silencio. Colombia es maravillosa.