Floreciendo de los estratos menos favorecidos es cuando los colombianos realmente podemos comprender respecto de la difícil situación del país. Mientras muchos jóvenes permanecen sumergidos en el diario aparentar en sus redes sociales, muchos otros maduramos soñando bajo la prédica incesante de nuestros padres por “que la educación es el único camino para salir adelante”.
Nací de una generación en donde un padre con un trabajo estable podía costear la educación, alimentación y vivienda de toda su familia, sin que ello implicara renunciar a viajar (disfrutando de su prima navideña) o complacerse de un paseo familiar cada domingo. Las empresas mantenían, para aquella época, beneficios de salud, educación y salario, por encima de los estándares que la ley permitía. Acceder a terreno para edificar vivienda e incluso para plantear la posibilidad de tener una “finquita” era una realidad tangible debido a la, relativamente, poca injerencia del gobierno en las políticas públicas de la nación, en cuanto a la movilidad social de sus habitantes.
Sin embargo, los colombianos hemos vivido tan golpeados por el tormento del narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y el terrorismo que no nos alcanzamos a percatar de todo aquello que nos estaban arrebatando personajes políticos de la calaña de Samper, Pastrana, Uribe e incluso el famoso Nobel de Paz. Sin refutar y confundidos en un mar de cómoda ignorancia permitimos que poco a poco deterioraran los salarios, deterioraran la calidad de la salud, deterioraran la calidad y el acceso a la vivienda y deterioraran las relaciones laborales con el único ánimo de enriquecer a los empresarios que pagaban sus campañas políticas.
Gracias a dichas prácticas el gobierno de derecha intentó exterminar a la clase media de manera sistemática y es por esa razón que nos encontramos frente a circunstancias en donde los hijos de la nación, de 18 a 35 años, no logran independizarse de las casas de familia o simplemente se resignan a sueldos miserables que los condenan a vivir en apartamentos, en arriendo, de 45 metros cuadrados (en el mejor de los casos). Las jóvenes familias que logran la tranquilidad financiera (diferente al éxito financiero) son algunas que lograron escalonar su posición social en las Universidades más exclusivas y, por lo tanto, más costosas y con mayor empleabilidad de Colombia o en su defecto aquellas que tienen algún vínculo político en el sector público.
Todo lo anterior lo hemos permitido porque vivimos en un sistema educativo estandarizado, excluyente y poco innovador que rezaga a su pueblo a programas insignia como el adefesio de Ser pilo paga que lo único que logra es reforzar la brecha de desigualdad entre la educación pública y la privada. La educación en Colombia es un negocio que no tiene en cuenta las facultades de las personas y que busca uniformar pensamientos para seguir órdenes de empresarios de los grupos económicos de tradición.
En Colombia nos metieron el gol del cuento de hadas de que “la educación es la única forma para salir adelante”. Millones de colombianos nos quedamos esperando para que se cumpliera la visión que tenían nuestros padres y nos enfrentamos a una cruda realidad en donde el sistema nos dice: no va a pasar.
Como bien lo ha planteado Yokoi Kenyi, couch de liderazgo reconocido en Colombia, “nuestros jóvenes son importantes ahora” y no hay que seguir esperando para tomar la determinación de abrazar la pasión de lo que somos. Nuestros jóvenes son capaces de producir y construir material valioso en el mundo contemporáneo desde ahora. Por lo tanto, es el modelo educativo colmado de segregación lo que no permite la potencialización de los recursos de cada persona en su formación.
Colombia saldrá de la pobreza el día en el que exista, no solamente, educación pública de calidad, sino que se implemente un sistema educativo diseñado para las personas y no, lo que sucede hoy en día, personas diseñadas para responder exámenes estandarizados y salir a la vida laboral a untar al mundo de prepotencia y vanidad.
Finlandia ha dado un claro ejemplo, y como el país mejor educado del mundo nos ha regalado una fórmula en donde los jóvenes desarrollan sus virtudes desde la primera instancia en la que asisten a la escuela, por el tiempo que quieren, dotados de plena autonomía y libertad de expresión. El resultado es claro, encuentran menos artistas frustrados, menos deportistas frustrados, menos políticos corruptos, y en general, menos profesionales incompetentes. La brecha de la desigualdad no puede romperse en un territorio en donde el sistema educativo está al servicio del dinero y la opinión editorial, el arte, la investigación científica y el deporte resultan elementos dentro del monopolio de pocas instituciones.