Colombia, un país absurdamente fanático

Colombia, un país absurdamente fanático

Llevamos más de doscientos años matando, secuestrando, amenazando y discriminando a aquel que piensa, profesa o manifiesta una opinión e ideología diferente

Por: fabian andres fonseca castillo
enero 23, 2019
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Colombia, un país absurdamente fanático

A propósito de los últimos acontecimientos violentos en nuestro país

Hace ya varios días el mundo conoció la triste noticia de la fatídica muerte del escritor israelí Amos Oz, férreo defensor de una salida negociada y pacífica al inhumano conflicto israelí-palestino que vive su país hace más de cincuenta años. Fue ganador de innumerables reconocimientos, tales como el Premio Príncipe de Asturias de las letras, la legión de honor francesa, el premio Franz Kafka, entre otros. Entre sus mayores obras se destacan Una historia de amor y oscuridad, Judas y Contra el Fanatismo. Esta última obra le valió el título de "el hombre de la conciencia", ya que logró sintetizar su desacuerdo frente a las acciones violentas de los fanatismos políticos y sobre todo religiosos, tanto de los palestinos como de los israelíes. Oz consideraba que lo más sensato era dividir la casa común en dos; es decir, el territorio disputado por estas dos naciones (península del Sinaí), ya que por lo visto ninguna de las dos partes iba a ceder en sus pretensiones, sino que iban a seguir fomentando el creciente y dañino ‘Gen del mal’ término que resume el fanatismo envuelto de irracionalidad de generación en generación, sin posibilidad alguna de salirse, ya que queda intrínsecamente incorporada, y genera equivocadamente un sentido de identidad y propiedad.

Partiendo de lo anterior, valdría la pena como colombiano hacernos la inquietante pregunta de ¿Colombia podría ser el mejor estudio de campo y caso para lograr evidenciar ese fanatismo que muy bien expuso Oz en su obra? Algunos extranjeros dirán que probablemente sí; por el contrario, la mayoría de los colombianos como normalmente nunca aceptamos, ni reconocemos y mucho menos nos gusta la autocrítica diremos que no. Creo que ese posible ‘no’ resume y sintetiza, y por ende da argumento para afirmar, que sí somos un país fanático y, aún más, que somos portadores de ese famoso ‘Gen del mal’.

Una de las principales características de los fanáticos es la negación de todo: nunca reconocen el problema que tienen y lo más triste es que optan por echar y endilgar culpas y responsabilidades a otros a sus disidentes y opositores. Considero, con mínimas posibilidades de equivocarme, que somos un país fanático, somos el mejor lugar para ser caso de estudio de un fenómeno histórico y desastroso que carcome la posibilidad de discernir; es decir, la posibilidad de pensar y razonar un fenómeno que garantiza los “argumentos” del odio, carente de alguna ideología sensata y auspiciador de la violencia en todas sus formas y expresiones.

Colombia es el mejor espacio para entender qué es el fanatismo. Llevamos más de doscientos años de historia republicana matando, secuestrando, violando, exiliando, desplazando, atentando, amenazando y discriminando a todo aquel que piensa, profesa o manifiesta una opinión e ideología diferente a la impuesta por unos, en especial por aquellos cancerígenos personajes que vociferan odio, viven de la guerra y necesitan de aquellos individuos para lograr que su programa y partido político del odio y venganza prospere.

Desasfortunadamente vivimos en un país creado para la hostilidad y el miedo, pero súbitamente alimentado por el fanatismo que logra producir las ansias de imponer a la fuerza y sin razón alguna, una visión anacrónica de nuestro país que día a día ve cómo, gracias a esa guerra fanática, se mueren vilmente aquellos inocentes que fueron objeto de nuestra innegable y desafortunada realidad, esa que construimos nosotros mismos pues fuimos nosotros quienes dejamos irónica y absurdamente entrar a aquellos carroñeros y mortecinos males que hoy nos aquejan. No se puede desconocer que esos males han sido reproducidos gracias a nuestro acto irresponsable de formar hijos sin conciencia ni responsabilidad ciudadana, quienes así como nosotros seguirán reproduciendo perfectamente el modelo fanático que nos impusieron, que hace que cada cuatro años sigamos eligiendo a los mismos en el poder, que hace que le tengamos miedo al cambio y a la trasformación, que hace que pensemos que aquel que es diferente es el enemigo, que hace de nuestro país el mejor caldo de cultivo para las desigualdades, que contribuye a que se nieguen los derechos de los opuestos, que hace que nos mantengamos en un estado pasivo e inerte y que hace que seamos el país del “Gen del mal’’ y fanatismo.

No cabe duda alguna de que Colombia necesita y le urge una trasformación de sus estructuras sociales y culturales que genere, de una vez por todas, nuestra autonomía de pensamiento y razonamiento, que hace llevar a la fecunda Ilustración, esa que muy bien nos manifestó Kant y que ahora más que nunca la reclama un pueblo olvidado, masacrado, violentando y secuestrado por el político, partido, secta, banda, pandilla y organización lícita e ilícita al cual pertenece.

Finalmente cabe repensar y manifestar una autocrítica como colombianos, una que acepte y no que niegue; esa que permita que este país no sea de unitarismos, sino diversos, esos que se fundamentan en el respeto cuando se busque controvertir, sin las balas, odios ni venganza, sino con palabras: esas que el viento y las balas hace mucho tiempo en Colombia se llevó.

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