La violencia humana no es gratuita. Es un reciclaje de sentimientos y situaciones negativas que a lo largo de nuestra existencia padecemos. La envidia, la frustración, el odio, la venganza, el miedo; así como el clasismo, el eurocentrismo, el sexismo y el racismo, representan algunas de las agresiones perversas aprendidas desde muy temprana edad.
No obstante, cualquier comportamiento humano es susceptible de modificación a través del aprendizaje. La educación juega un papel preponderante en la construcción de paz pues resulta indispensable educarnos tanto en resolución de conflictos como para trabajar en la consolidación de la democracia participativa. Los ciudadanos debemos tener la capacidad y la creatividad suficiente para manejar situaciones conflictivas sin llegar a optar por los escenarios de violencia.
Esto supone la formación de ciudadanos autónomos, libres, responsables y con conciencia del respeto a lo público. Capaces de movilizarse socialmente para procurar su propia transformación y generar cambios en su contexto social con el propósito de derrotar la cultura de la violencia y disminuir actitudes discriminadoras originarias de una sociedad desigual y marcada por la dominación entre los seres humanos.
Los conflictos se convierten en oportunidades en la medida que como sociedad somos potenciadores de cambios políticos y sociales. De allí que un mundo como el nuestro que justifica el uso del poder y la destrucción para la exclusión, la jerarquización, la normalización y la opresión, debe incentivar la educación para la paz para enseñarnos que dentro de ese mismo mundo existe la multiculturalidad y la diversidad humana. En ese sentido, es prioritario que los países del centro no implanten sus modelos culturales, económicos, políticos y tecnológicos a los países periféricos; pues éstos últimos han visto limitados sus propios proyectos de emancipación y desarrollo. Tampoco la imposición de ideas a través de la disciplina y la violencia hace posible la construcción de la cultura de la paz.
Precisamente esa cultura de paz representa un sincretismo de creencias, formas de vida, valores y comportamientos que favorecen la cooperación pacifista y el remozamiento institucional para promover la convivencia, la igualdad, la solidaridad y la realización plena del ser humano. Una filosofía totalmente opuesta a la cultura de la violencia.
Así las cosas, solo a través de la educación “podremos introducir de forma generalizada los valores, herramientas y conocimientos que forman las bases del respeto hacia la paz, los derechos humanos y la democracia, porque es un importante medio para promover los ideales de paz, tolerancia y no violencia, la apreciación mutua entre los individuos, grupos y naciones” .
Es claro entonces, que Colombia requiere iniciar un proceso de cultura para la paz que nos conduzca a transformar la violencia generalizada en situaciones de conflicto que una vez reconocidas puedan solucionarse a través del diálogo continuo, el intercambio y la negociación de posiciones. Por eso es oportuna traer la concepción de Johan Galtung sobre la paz: “el estadio en que los conflictos son transformados por las personas y por las comunidades de forma positiva, creativa y no violenta”.
Coda: La Corte Constitucional en referencia a la adopción de parejas del mismo sexo no actúo como agente de cambio. No ésta preparada para asumir su rol de institución vanguardista que protege los derechos de las minorías. Así no es posible construir un verdadero escenario para la paz.