Son las tres de la tarde de un sábado en el Cine Colombia de la Avenida Chile. La sala está vacía a pesar de que los críticos, con unanimidad, han catalogado a La Mujer del Animal como una obra maestra, el suceso cinematográfico del año. Los fans de Victor Gaviria hemos esperado doce años para ver una de sus películas. El proceso de escritura de guion, completamente apegado a su trabajo con actores naturales, el poco entusiasmo que genera entre los productores invertir en tramas tan oscuras, pesimistas, realistas y los exigentes casting, han hecho que en 27 años Gaviria apenas haya podido concluir cuatro largometrajes.
Han pasado treinta minutos y los pocos asistentes están molestos. No soportan que El animal trate a Natalia Polo, la protagonista, de perra hijueputa malparida. Les parece demasiado vulgar para sus pulcros oídos y sus finos modales. Poco a poco se van de la sala. Sienten que perdieron la plata y el tiempo. Estoy tan metido en la película que decide no ponerme furioso y más bien me fundo, con Natalia Polo, en el descenso a los infiernos al que la llevan tres ángeles demoniacos armados de machete sólo por ser mujer, pobre y no tener a nadie en el mundo. La mujer del animal no es una película complaciente. Es un grito desesperado cuyo eco nos rompe los tímpanos, nos desgarra la boca del estómago. Cuando se encienden las luces los pocos que quedamos estamos arrasados en lágrimas.
Afuera hay dos lectores del Malpensante que se quejan, pipa en mano, de la pornomiseria que ha expuesto “A través de toda su obra” Víctor Gaviria. Nunca entendieron que Rodrigo D no era una película sobre sicarios sino la historia de un joven de comuna que quiere desahogar su ira tocando la batería pero tan sólo le alcanza la plata para comprar unas baquetas y al final, al ver a su mundo devastado, se lanza de un edificio como el niño de Alemania Año Cero del amado Roberto Rosellini. Que La vendedora de rosas no trataba sobre un grupo de muchachas ensacoladas sino la tragedia de una niña que extrañaba a su abuelita y quería, de regalo de navidad, volverla a ver así fuera por unos segundos. Que Sumas y restas no era una película sobre Pablo Escobar sino el recuerdo alucinado de un arquitecto que quiso volverse rico asociándose con un mafioso furioso. Quise meterme en la conversación, decirles, alevoso, que no tenían idea de cine, que Gaviria era el gran poeta de Medellín. No sucumbí a mis demonios y seguí derecho a la taquilla, a comprar otra boleta y verla de nuevo.
Han pasado dos días y ha salido la taquilla nacional. Los números han sido lapidarios: estrenada en 42 salas, La mujer del animal apenas fue vista por 7.000 personas. El descalabro ha sido total. Lo más seguro es que Cine Colombia, en su afán de ver el Cine solo como un negocio, la dejará sólo en un par de salas debido a la poca gente que fue a verla. En Titán Plaza le darán las dos salas en la que está a la nueva de King Kong que fue vista por 245 mil personas. Para ver La mujer del animal tendremos que ir a Tonalá porque los distribuidores, en vez de cuidar a Víctor Gaviria como la joya que es, lo dejarán abandonado para siempre, sin financiar sus proyectos soñados como el de los polizones de barcos en Cartagena o el de la mujer que fue emparedada viva en un ascensor del edificio de Coltejer.
Uno de los pocos empresarios que ha creído en Víctor Gaviria es Erwin Goggel. Como lo hizo en La vendendora de rosas el heredero de Alpina metió una fortuna en este proyecto. Lo hizo desinteresadamente, con sus hijos metidos de lleno en el proyecto. No esperaba ganar plata – el buen cine definitivamente no es un buen negocio en un país de analfabetas cinematográficos como éste- pero sí al menos recuperar su inversión. Ante los números y a pesar de su vocación de cineasta, Goggel difícilmente volverá a producir otra película de su amigo. El descalabro en taquilla de la mujer del animal es una tragedia nacional. Significa que Víctor Gaviria, nuestro cineasta más importante, difícilmente volverá a filmar algo.
Afortunadamente somos tan ignorantes que eso no nos aflige en lo más mínimo. Al fin y al cabo el único Cine Colombiano que importa son los Paseos que estrena cada 25 de diciembre Dago García