Los ánimos no permiten ver un horizonte afable; la incertidumbre se posó sobre la ciudadanía y nos secuestró el terror, los marchantes y los camioneros. ¿Se debería culpar a alguien?
¿Quién nos hizo presos? ¿Petro, con su sociopático e incendiario discurso? ¿Gustavo Bolívar, con sus sistemáticas invitaciones a destruirlo todo? ¿Uribe, usando el castrochavismo como elemento disuasorio?
Mi opinión, todas las anteriores y otras más. Sin embargo, debemos entender por qué nos permitimos caer en esa trampa ¿Por qué permitimos que jugaran con nuestra salud mental de forma masiva? Nos quieren usar como idiotas útiles, en una guerra que no es nuestra.
Ambas facciones se sienten dueñas de la verdad y la solución definitiva. Se creen árbitros de la moral, al punto de segregar y marginar al otro. Ese tipo de comportamiento, propio de sociópatas y mezquinos, está cursando carrera y colonizando mentes.
Llevan años sembrando semillas de odio; odio de clases, odio político y social. Esas semillas que llevan décadas germinando, por estos días brotan como plántulas que exhiben lo peor que podemos ser como sociedad.
Nacen tan enraizadas que poco o nada podemos hacer para contener su crecimiento, nos están dejando contra la pared y literalmente secuestrados en nuestras casas. Si alguien creía que la polarización no podía llegar a niveles más deplorables, se equivocaba.
Y es que, cuando la premura reina, surge la verdadera esencia del ser. Estamos presenciando que nuestra esencia dejó de ser lo que creíamos era. Dice el nuevo eslogan de Marca País: “el país más acogedor”. Permítanme disentir; aquí o estas conmigo o estas contra mí.
Estamos en una guerra interna hace años, una guerra que no era con la guerrilla de las Farc, las AUC o el M-19, incluso no es contra el ELN, como acostumbraron a vendernos, es una guerra que lleva mucho más de 50 años; una guerra contra la diferencia y el pensamiento alternativo.
Nos cuesta entender que la diferencia existe. No sé si es egocentrismo o estupidez, pero no ser capaz de aceptar la diferencia, nos pone al nivel emocional e intelectual de una piedra.
Nos cuesta entender que quien gobierna, debe gobernar para todos, no solo para la mayoría que lo eligió y eso es algo que me llama la atención del estallido de estas marchas.
Las marchas, iniciaron como todas las que han estallado en Latino América en los últimos años; algún gesto que se considera “mezquino” por parte del gobierno se usa como excusa para salir y exhibir el descontento generalizado.
A partir de ese momento, empieza una secuencia de eventos que no vale la pena explicar aquí, pues ya hemos visto bastante ilustración. Sin embargo, si quisiera señalar algo.
El primer día salen todos, políticos, funcionarios, líderes, activistas, ciudadanos, el perro, el gato, etc. Al segundo día la cosa baja considerablemente, pues los políticos dejan de salir, los funcionarios también; quedando en las calles solos los algunos ciudadanos, líderes sociales, activistas y unos incautos que poco o nada entienden de su rol en esa trifulca.
El discurso del primer día es claro y contundente, exhibe el sentir popular. Pero de ahí en adelante la cosa se diluye, llega el vandalismo, los bloqueos, el desabastecimiento y los ánimos empiezan a volverse ambivalentes.
Esos que marcharon el primer día convencidos de la causa, cuando ven sus otros derechos vulnerados les sabe a cacho el paro, piden que cesen las marchas y los bloqueos; esa simpatía por “la causa” se extingue, y es que cuando escasea la gasolina, los huevos y la carne, el problema ahora si es con ellos.
Pero lo que no logro entender, es la secuencia de eventos que conduce al escenario dantesco que estamos presenciando. La ciudadanía ataca ferozmente a la fuerza pública, la fuerza pública ataca ferozmente a la ciudadanía, la ciudadanía se arma para defender su integridad y patrimonio, pues ya no confían en la velocidad de respuesta del estado.
Por otro lado, vemos un gobierno que sigue desconectado; un presidente que se volvió presa de su ego, acuartelado dentro de las murallas de sus aduladores y que no parece entender que sucede afuera, o por lo menos eso vemos, cosa que Petro y compañía hábilmente usan, para controlar la narrativa posando de pacifistas y mediadores.
Y es esa narrativa la que considero tiene el país descuadernado. Los calentaron con falsos argumentos y salieron a marchar por una reforma tributaria que, “los iba a dejar insolventes”. Yo les tengo que agradecer por tumbarla, pues era una reforma plagada de subsidios y asistencialismo, modelo de gobierno con el cual no comulgo.
Después les dijeron que el problema era Carrasquilla, el hombre se fue y nada, ahí siguen. Ahora les dicen que el problema es la reforma a la salud y ahí siguen. Y seguirán en la calle, mientras les sigan alimentando la ira; mientras los sigan usando de idiotas útiles, luchando una guerra que no se gana en la calle, pero que si los está matando.
Esta “guerra” se gana en las urnas, votando bien, votando informados. No se gana sirviendo de peón a Petro o Uribe. Menos se va a ganar si el que marcha, el día de las elecciones vende su voto por 50.000 o no sale a votar.
Un cambio se veía venir. La izquierda y el centro venían ganando espacios muy importantes en todos los espacios de toma de decisiones. Este suceso desafortunadamente y en mi opinión, exhibe una intención de apresurar un proceso que se estaba dando orgánico, con lo cual solo se logra generar temor.
Sin embargo para fortuna de estos, estamos presenciando un gobierno acéfalo, por eso creo que seguiremos igual: polarizados, con ira, idiotas. Seguiremos descuadernados y sin remedio, sirviendo de idiotas útiles para fines que no entendemos.
El paro se levantará, no les quepa la menor duda, pero el daño ya quedó hecho. Me pregunto entonces: ¿qué cambió?, ¿quién ganó?, ¿usted que va a hacer diferente?, ¿el problema sigue sin ser con usted?
Yo por mi parte, votaré bien, participaré activamente en los espacios que me corresponda y me inviten. Pero, sobre todo respetaré la diferencia, ahí está la tan anhelada paz.
Presidente Duque, ¡haga algo!, el país se le descuadernó.