En octubre del 2015, seremos convocados, para elegir nuevos gobernantes, regionales y locales, así como representantes a las corporaciones públicas, Concejos Municipales y Asamblea Departamental, para el periodo 2016 – 2019.
Es el momento para reflexionar sobre el papel de los partidos políticos y sus dirigentes, su relación con el ciudadano en el ejercicio de sus derechos constitucionales y la política como la posibilidad de alcanzar el bien común.
La clase política en su propósito de llegar a las altas esferas del poder, a nivel nacional, regional y local, se olvidan de los seres humanos y simplemente construyen su discurso basado en las necesidades de la población, pero una vez alcanzado el objetivo, las decisiones que se toman, en materia de políticas económicas y sociales, son contrarias a las expectativas generadas en sus electores.
El rostro humano de la política, debe otorgar prioridad a los sectores más vulnerables, ampliando sus opciones y oportunidades y creando condiciones para su participación en las decisiones que les afectan. Si se quiere una política con rostro y sensibilidad humana se debe comenzar por construir una sociedad y una clase política decente que se reconcilie con el ciudadano y sus necesidades, no con una política basada en las estadísticas y en la cantidad de votos obtenidos, que es contraria a la democracia y los derechos humanos; es decir, una política sin rostro humano, que se olvida que detrás de esos resultados hay personas con un drama humano a sus espaldas.
Se necesita que en sus propuestas los aspirantes a los cargos de elección popular, no presenten a los ciudadanos, un catalogo de promesas demagógicas vaciadas de contenido y alejadas de la realidad ciudadana en materia de políticas educativas, salud, saneamiento básico, seguridad, vivienda, oportunidades de empleo, seguridad alimentaria y fortalecimiento de la democracia participativa, sino que deben trabajar con la convicción y compromiso, para elevar la calidad de vida de la población, a partir de la generación de espacios para la participación ciudadana en la toma de decisiones, aportando a la formación de una sociedad emprendedora y participativa, con rostro humano y sentido social.
En consecuencia, hay que fortalecer la cultura del respeto por la dignidad humana, por los valores esenciales que deben regir la conducta de los servidores públicos, como la honestidad, la rectitud, la transparencia y la solidaridad; derrotando la corrupción, la indiferencia y tolerancia ciudadana con la política carente de sensibilidad humana.