Gracias a Estados Unidos, terminando agosto se conocían más detalles sobre la compra y venta de decisiones judiciales en la Corte Suprema. A la vez, se iba intuyendo que este lucrativo negocio necesitaba de varios operadores para ser tan eficiente. Un gigantesco escándalo sin antecedentes fue la calificación desde los medios tradicionales, como si el proceso 8000, y una década después la parapolítica, pudieran ser calificados como éxitos de la justicia.
Sin embargo, ya no es la misma Colombia. El concepto de esfera pública ha tenido que ser reevaluado. Cada vez ha sido más difícil para los medios tradicionales ponerle el ritmo a los escándalos de nuestra clase dirigente. Por otro lado, la influencia de los poderosos sobre estos medios mediante la autocensura y los publireportajes se estrella con los medios alternativos y especialmente con las redes sociales. El resultado es que los ciudadanos en cada sondeo de opinión no solo están demostrando desprecio por los articuladores del poder público, sino por los mismos medios donde aquellos siempre son bienvenidos.
Por eso, varios corrieron a sumarse a la exigencia de revivir el Tribunal de Aforados. Empezando por el más afectado por el desprestigio público, el presidente, seguido por congresistas, magistrados y altos funcionarios, varios de los cuales se habían opuesto abierta o veladamente a su creación y habían logrado hundirla un año antes a través de la Corte Constitucional.
Ya no les parecía un asalto a la independencia de los jueces por parte del ejecutivo y por tanto, inadmisible por constituir una sustitución de la Constitución. El ya común argumento jurídico convertido en ramera refinada por la Corte Constitucional cada vez que lo necesita. Los ciudadanos corrientes intuyen la trampa.
Increíblemente los pocos que de buena fe respaldan el tal tribunal no usan el sentido común tan agudo en el colombiano desprevenido que observa. Ese colombiano que percibe que si la clase política lo respalda es porque ya todo está cuadrado. Esos ciudadanos comunes saben que los articuladores del poder, sus amigos, parentela y clientela, no están dispuestos a someterse a alguna clase de justicia que destruya no solo su fuente de riqueza, sino la maquinita que alimenta diariamente sus egos.
No se necesita de la ciencia para concluirlo, es puro sentido común. Los seres humanos no renunciamos a nuestras fuentes de placer cuando más placer nos proporcionan. En cambio, estamos listos a ser parte de cualquier movimiento que nos coloque en el grupo de los buenos, siempre que encontremos la fórmula para mantener nuestros privilegios. Convertimos la hipocresía en nuestra amante. Precisamente. Controlarán la nominación y designación de sus siete integrantes: dos elegidos por el presidente, uno por la Corte Constitucional, uno por el
Consejo de Estado, uno por la Corte Suprema de Justicia y dos por las facultades de derecho.
La solución en realidad es otro tentáculo del monstruo creado por quienes usan el Estado para enriquecerse, posar de dignos y sentirse exitosos. Una nueva fuente de privilegios para los amigos, la parentela y la clientela del grueso de quienes hoy se declaran indignados por el escándalo de la Corte Suprema. Ese es el canasto que contiene las manzanas. Es la famosa repartija mecánica que todo ciudadano colombiano conoce a la perfección y que opera en todos los ámbitos económicos y sociales. Quienes no acepten su omnipresencia, el fracaso
y la derrota que les sigue, se los demostrará.