En América Latina es fácil reelegirse, eso está claro, y en el caso de Colombia el presidente Juan Manuel Santos se ha convertido en su ejemplo más paradigmático que asevera y confirma tal tesis. Aprovechando la maquinaria del Estado y los recursos públicos, el burdo clientelismo -que aquí llaman eufemísticamente "mermelada"- y un despliegue de medios materiales y mediáticos jamás visto en la historia de Colombia, el presidente Santos, que solamente tenía en su haber el opaco proceso de paz con la organización terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), logró el milagro y consiguió ganar la elección presidencial frente a la derecha uribista contra todo pronóstico.
Atrás quedaban cuatro años de mediocridad, ineficacia manifiesta en todos los campos, pero sobretodo en salud, educación, justicia e infraestructuras, y una gestión económica bastante discutible, si tenemos en cuenta que el 70% del crecimiento económico anual del país se debe a los famosos comodities, es decir, principalmente materias primas. Y en América Latina, como ya señalan muchos analistas, la "fiesta" de los comodities se está acabando y este país andino podría ser el primero en pagar el pato.
Santos, que se muestra orgulloso de ser un buen jugador de póquer, es el típico vendedor de humo, una mezcla de tahúr y trilero que maquilla cifras, distrae a la opinión pública con metas inalcanzables -como las 100.000 casas gratis que nadie vio- y maneja como nadie sus presuntos éxitos que no llegan ni siquiera a la categoría de medias verdades, pues son burdas estafas. Procedente la rancia oligarquía bogotana -"la peor del continente", en palabras del difunto Hugo Chávez- Santos fue escalando puestos en la política colombiana sin apenas esforzarse, pues había sido designado para ello, y así llegó a la máxima autoridad del país para desgracia de todos.
UN PROCESO DE PAZ CARACTERIZADO POR LA DESINFORMACIÓN
El único argumento que tenía a su favor el presidente reelecto es la búsqueda de la supuesta paz que acabará firmando algún día con los terroristas. La paz se acabó convirtiendo en la última campaña electoral en un arma arrojadiza entre los partidarios de Santos -una coalición conformada por casi todos los partidos colombianos y un sinfín de descarados oportunistas- y los del expresidente Alvaro Uribe.
"Ganó la paz", dijo Santos al anunciar su victoria y puede que tenga razón, a pesar de que la mayoría de los colombianos no saben a qué precio se firmará semejante entelequía. ¿Habrá que garantizarla a cambio de la impunidad de los terroristas, tal como solicitan abiertamente las FARC? Hay una fuente militar, el general Javier Rey, que señala desde hace tiempo que las verdaderas negociaciones entre el gobierno colombiano y las FARC se estarían dando en Caracas entre un amigo del presidente, Sergio Jaramillo, y Timoleón Jiménez, alías "Timochenko", máximo líder de la última guerrilla de América Latina. Entonces, sostiene este militar, en La Habana tan solo se estaría escenificando puro teatro y Santos mantendría en la más absoluta de las farsas tanto a la comunidad internacional como al pueblo colombiano. ¿Será así? Si la respuesta fuera positiva estaríamos a las puertas de un gran fraude a la sociedad y los resultados del proceso no podrían ser más inciertos.
Luego, aunque se firmará la paz con las FARC, como pasó en Centroamérica hace ya una década larga, son muchas más las incertidumbres que certezas acerca de lo que pueda pasar después. Al igual que sucedió en El Salvador y Guatemala -dos de los países más inseguros del mundo-, hay grandes cuestiones por resolver relativas al posconflicto que tienen ardua resolución, como son las relativas a la justicia transicional, la inserción de los antiguos terroristas en la vida civil, la reparación a las víctimas por los daños causados tras años de desmanes y tropelías perpetradas por las FARC y, como guinda final de la tarta, la inclusión de esta organización en la vida política del país, algo en lo que se empeñan obstinadamente el presidente Santos, la cúpula dirigente que negocia en La Habana y la izquierda colombiana.
¿Serán, además, capaces las FARC de abandonar el narcotráfico y participar sus miembros como honrados ciudadanos en la reconstrucción del país? Pasar de ser el mayor cartel de la droga del mundo para convertirse en un partido político capaz de concurrir a las urnas y dar la batalla electoral requerirá mucha voluntad y esfuerzo. Muchos en Colombia tienen serias dudas acerca de que sean capaces las FARC de dar ese paso.
SANTOS SE REELIGIÓ Y PUNTO
En cualquier caso, sea cual sea el resultado de estas negociaciones, de las cuales se sabe poco o muy poco, Santos se reeligió y punto. Eso es lo importante para él y también para el establecimiento colombiano, que puso todos sus huevos en esa canasta y abandonó a su suerte a Uribe y a sus huestes. Por qué lo habrán hecho lo sabrán ellos y toda la suerte de aduladores a sueldo que han acompañado al presidente durante toda su campaña electoral, a medio camino entre un sainete y una opereta, una suerte de puesta en escena sin atisbo de crítica o rectificación, como si los colombianos vivieran en Suiza o Disneylandia. O lo que es peor: como si fueran tontos. ¿Seremos todos tontos y Santos un genio ungido por Dios?
De todos modos, pese a la autosuficiencia política y personal de un hombre como Santos, que utiliza con un arte rayano a la perfección la mentira y el embuste, los cuatro próximos años no van a ser fáciles para este presidente de eterna sonrisa profindent y maneras finas de tahúr de Bogotá.
La inseguridad está fuera de control y amenaza con convertirse en el primer problema de los colombianos que creían haberse olvidado de este asunto tras la gestión exitosa de Uribe; las infraestructuras son las peores del continente y son solo comparables a las de los dos casos perdidos de la región (Cuba y Venezuela); los ciudadanos de esta sufrida nación se mueren en las colas de los hospitales sin que nadie haga nada por remediarlo y teniendo que escuchar las insensateces de los responsables sanitarios -¡por qué no se callan!-; la justicia es un desbarajuste manifiesto y el sistema es un engranaje burocrático-administrativo tendente a prolongar los procesos por años o conseguir que la gente acabe desistiendo por aburrimiento y, finalmente, la educación pública sigue siendo (casi) inexistente, de mala calidad, atendida por un profesorado mal pagado, poco formado y escasamente motivado. ¿Alguien da más?
Por todas estas razones expuestas anteriormente, junto con otras que darían para un ensayo más prolijo, como el clima de corrupción generalizado, Colombia pasó de en estos cuatro años de desatinos, pésima gestión y nulo desempeño público, a un deshonroso puesto 98 sobre 180 en el Indice de Desarrollo Humano (IDH) que elaboran las Naciones Unidas y fue señalado como uno de los doce países más desiguales del mundo. Lógico: el país se está estancando y quedando atrás en casi todas las áreas de desarrollo. Si nadie lo remedia, y Santos no va a ser, el lento pero irremediable ocaso de Colombia en la escena internacional está servido. Los fuegos artificiales se acabaron y el futuro ya está aquí